El desarrollo de las fuerzas productivas ha llegado a un nivel nunca antes imaginable. La contradicción entre el carácter social del trabajo y la apropiación capitalista es más aguda que nunca antes en la historia. La contradicción entre trabajo y capital se intensifica no quedando apenas espacios al margen de la explotación directa de los monopolios y el capital financiero haciendo que las luchas económicas de la clase obrera pierdan eficacia.
El imperialismo, que no es otra cosa que la fase del capitalismo en que dominan los monopolios y el capital financiero, y donde la exportación de capitales adquiere una importancia destacada, genera la competencia entre potencias por mercados, recursos y zonas de influencia en un planeta donde ya se ha producido un reparto total entre las potencias más importantes.
Esta dinámica de lucha por nuevos repartos es fuente permanente de conflictos, que en su fase actual provoca guerras en distintos puntos del planeta, detrás de las cuales están las potencias en disputa. Todo hace pensar que en una fase posterior de mayor agudización de las contradicciones podría provocarse una guerra generalizada con la participación directa y abierta de esas potencias. Los ejemplos de la Primera (IGM) y Segunda (IIGM) Guerras Mundiales y los conflictos que las precedieron son muy clarificadores al respecto.
Es importante aquí tener en cuenta que la elevación a potencia fuerte de la URSS tras la IIGM y la creación del campo socialista lograron ejercer una influencia significativa alcanzándose importantes avances en la lucha antiimperialista de los pueblos y en los procesos de descolonización, aunque ello no podía significar un cambio en la esencia del imperialismo. Aunque a pesar de ello, durante décadas, por una visión reduccionista diera la falsa impresión que el imperialismo era la política exterior agresiva de la potencia capitalista dominante (EEUU) con sus aliados y sus instrumentos económicos, políticos y militares a nivel mundial contra los pueblos que construían el socialismo o se intentaban sacudir del yugo colonial. La denominada Guerra Fría era una lucha entre el sistema capitalista-imperialista y el socialista, pero la pugna entre las potencias de aquella época no dejó de existir, aunque con un predominio claro de los EEUU y eclipsada por la Guerra Fría. La rápida recuperación del Japón y su especialización tecnológica o el proceso de creación, en sus distintas fases, de la UE son prueba de ello.
En la actualidad, la pugna interimperialista, en ausencia del bloque socialista, pasa a primer plano asomándonos de nuevo al abismo una guerra generalizada en un escenario que incluye entre los actores principales a EEUU, China, Rusia, la UE y otras potencias “regionales” capitalistas con su propia posición dentro del sistema imperialista, tal como India, Turquia, etc., que rivalizan por el control de las rutas comerciales, los recursos energéticos y la dominación tecnológica. En esta situación, la conformación de alianzas y bloques, se va produciendo en un ambiente de inestabilidad y alta volatilidad espoleadas por la crisis capitalista. Y ya sabemos que la crisis capitalista y las guerras imperialistas van de la mano.
Apostar hoy por la denominada multipolaridad y la supuesta existencia de un bloque que representaría, como lo hacía la URSS, los intereses de las clases populares, y confundir eso con las alianzas tácticas de la URSS en la IIGM es no entender que entonces se jugaba la propia existencia de la URSS como sistema socialista y que hoy la victoria de cualquier bloque solo garantizará más décadas de sufrimiento y explotación para la clase obrera.
Por ello, decir que vivimos en la época del imperialismo, más allá de ser una constatación, define necesariamente el carácter de nuestra época y el papel que el PC debe jugar. El imperialismo eleva las contradicciones del capitalismo a su límite último y tras él sólo existe una alternativa a la barbarie y al más que posible fin de la humanidad: La Revolución Socialista. Cualquier concepción que aleje al Partido de su deber de preparar las condiciones subjetivas para la revolución es una irresponsabilidad, cuando no una traición, para con la humanidad en general y para con nuestra clase en particular.
Ayudar a poner a la clase obrera bajo las banderas ajenas de la burguesía de uno u otro bloque imperialista, cuando las condiciones objetivas para la revolución empiezan a estar más claras que nunca, significa abandono de los principios comunistas, es no haber aprendido nada de la historia, el haberse pasado al lado oscuro, al lado del enemigo, o que simplemente significa el haberse conciliado ante la titánica tarea de la preparación revolucionaria.
El papel del Partido en la clarificación de este aspecto es una de las cuestiones nodales de nuestro tiempo.