Este 2014 se cumple el centésimo aniversario de la primera gran conflagración mundial entre las potencias imperialistas.
La primera gran crisis del sistema capitalista, llamada la “Depresión Larga”, sacudió el mundo a partir de 1873 y colocó a las potencias imperialistas ante una difícil situación. El desarrollo de las fuerzas productivas, de la mano de la Revolución Industrial, había alcanzado unos niveles incomparables a cuanto había ocurrido anteriormente. Era la primera crisis de sobreproducción más importante del capitalismo.
La Depresión marca el punto final de la etapa librecambista, y anuncia el capitalismo del porvenir, el imperialismo. La respuesta de las potencias imperialistas se escenificó en la Conferencia de Berlín (1884-1885). Si hasta ese momento, el imperialismo europeo apenas se había asentado en África, a partir de entonces se lanzarán a la conquista despiadada del continente: en pocos años sólo Liberia (protectorado de EEUU) y Etiopía (tras una guerra de liberación) quedarán al margen del reparto colonial.
El fin del monopolio imperialista británico y el nacimiento de una multipolaridad imperialista no sólo no garantizaron la paz, sino que aseguró la colisión de intereses entre unas potencias y otras.
En ese momento, cuando la socialdemocracia histórica debió haber jugado un papel de vanguardia del movimiento obrero, consumó, por el contrario, su traición, pasándose al campo de la burguesía. Con la firma, por parte de la socialdemocracia alemana y francesa, de los presupuestos de guerra (4 de agosto de 1914) no sólo se estaba escenificando la bancarrota de la II Internacional al apoyar a su burguesía imperialista; también se estaba demostrando que el movimiento obrero sólo puede consolidarse luchando resueltamente contra el oportunismo.
Un siglo después, la actual crisis es mucho más profunda que la de 1873 e incluso que la de 1929. Hoy, como entonces, el desarrollo del capitalismo en su fase imperialista coloca a las burguesías centrales en una posición de todo o nada: el ciclo de acumulación capitalista se detiene y las burguesías tienen dos opciones: o ver cómo su poder como clase dominante declina o lanzarse a una guerra imperialista como salida desesperada. En el imperialismo ya no hay paces, hay un estado general de guerra permanente.
Un hecho histórico previo ha sido determinante en la situación actual, el triunfo de la contrarrevolución en la Unión Soviética y en los países socialistas de Europa Central y Oriental, restableciendo la dictadura capitalista en la mayor parte de lo que fuera el campo socialista.
La URSS, junto al resto de países socialistas y no alineados, levantó un verdadero dique de contención de los planes más agresivos de las potencias imperialistas, que se vieron obligadas a plantear un frente común contra el socialismo, disminuyendo con ello-transitoriamente- el peligro de una confrontación armada entre capitalistas.
Hoy, tras más de veinte años sin la existencia de ese dique de contención que fue el campo socialista, somos testigos de cómo las contradicciones interimperialistas se intensifican a gran velocidad, creando una situación que la clase obrera y sus organizaciones de vanguardia, los Partidos Comunistas y Obreros, debemos analizar y estudiar con profundidad si queremos articular una posición revolucionaria coherente con el momento histórico que vivimos, en el que la posibilidad de nuevas guerras imperialistas es cada día más real.