La disolución de la URSS, un duro golpe para la clase obrera mundial


Raúl Martínez, Miembro del BP del PCTE, y Gorka Sáenz, cuadro del PCTE

1.- Introducción.

El 26 de diciembre de 1991, se arriaba la bandera roja que ondeaba en el Kremlin. La Unión Soviética fue disuelta, a pesar de que el 77,8% de los ciudadanos soviéticos se habían manifestado a favor de preservar su continuidad en el referéndum celebrado el 17 de marzo de 1991. 

Los hechos parecían confirmar la tesis sobre el fin de la historia sostenida por Francis Fukuyama (Subdirector de Planificación Política del Departamento de Estado de los EEUU) en un conocido artículo publicado en el verano de 1988. Decretaron el fin de las ideologías y el fin de la lucha de clases. Proclamaron la completa victoria del capitalismo. Comenzaban los tiempos del llamado pensamiento único. 

Las nuevas generaciones fueron educadas en una idea tan sencilla como falaz: no existe alternativa al capitalismo. Intentaron encarcelar ideológicamente al movimiento obrero. Si no había alternativa al capitalismo, la lucha quedaba reducida a tratar de paliar sus efectos y limitada a la defensa del mal menor. Así, la esclavitud asalariada parecía convertirse en el único terreno de juego posible.

A la victoria temporal de la contrarrevolución se yuxtaponía la victoria de la socialdemocracia sobre el comunismo en el movimiento obrero. La victoria del movimiento obrero burgués sobre el movimiento obrero revolucionario. Muchos partidos comunistas, en un ejercicio de apostasía, se transformaron en fuerzas socialdemócratas bajo una u otra denominación. Algunos, aun manteniendo la denominación comunista, abjuraron públicamente de los principios y emprendieron una progresiva mutación socialdemócrata.

La vieja clase dominante trató de saldar cuentas con el pasado. El anticomunismo arreció en todas sus formas. La clase obrera mundial pronto comprobaría en sus carnes las consecuencias del triunfo de la contrarrevolución, tanto en los países capitalistas como en los antiguos países socialistas. También lo harían aquellos pueblos convertidos en víctimas de nuevas guerras imperialistas.

En el presente artículo tratamos de abordar algunos efectos de los sucesos contrarrevolucionarios del periodo 1989-1991, que profundizaron la grave crisis que venía sufriendo el Movimiento Comunista Internacional desde tiempo atrás. En aquellos duros años reinó la desorientación. Faltaba una explicación científica de las causas reales que permitieron a la burguesía recuperar el poder en la Unión Soviética y en otros países socialistas. 

Muchos, optaron por sumarse al antisovietismo (anticomunismo) impulsado por los centros imperialistas y por las más variadas escuelas diversionistas. Pero otros optaron entonces por emprender el estudio de lo sucedido y se alcanzaron conclusiones basadas en el marxismo-leninismo para iluminar y proseguir la lucha de clases. A estos últimos, a quienes en aquellos difíciles días mantuvieron en alto la bandera roja, les dedicamos con agradecimiento este artículo. 

2.- Perestroika. Efectos de la contrarrevolución en la URSS y en otros países.

El triunfo de la contrarrevolución no puede explicarse sin abordar el estudio de lo que venía sucediendo en la Unión Soviética. La Revista Comunista Internacional, muy especialmente en sus números 2 y 7, dedicados a la discusión sobre el socialismo y al 100 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, ha asumido esa tarea.

En el artículo editorial del número 7 de la nuestra revista, publicado en el año 2017, decíamos:

“Hoy día es importante que los partidos comunistas y obreros estudien y saquen conclusiones útiles para el futuro en cuanto a los cambios económicos implementados en la URSS sobre todo después de los 20º y 22º congresos del PCUS, con la reutilización de “herramientas” del mercado en las condiciones de la economía socialista, como la ganancia y en general el fortalecimiento de las relaciones mercancía-dinero. Es preciso estudiar los cambios que tuvieron lugar en la superestructura jurídica de la URSS, como por ejemplo la línea política respecto al “Estado de todo el pueblo”, la estrategia de la URSS en las relaciones internacionales (p. ej. la “coexistencia pacífica” y la “emulación” de los dos sistemas socioeconómicos), así como la estrategia del movimiento comunista internacional (p. ej. la disolución de la III Internacional, la estrategia de las etapas hacia el socialismo). En general, se deben estudiar más en profundo las causas del derrocamiento del sistema socialista. Fue una contrarrevolución porque trajo una regresión social. El dominio absoluto del capitalismo ha traído gran sufrimiento a expensas de millones de personas, dentro y fuera de los países del socialismo que hemos conocido.”

Efectivamente, tras el XX Congreso del PCUS, el progresivo fortalecimiento de los mecanismos de mercado en la producción (relaciones mercancía-dinero) y los cambios en la superestructura de la URSS, muy significadamente el rechazo al concepto de dictadura del proletariado en 1961 y su sustitución por el de Estado de todo el pueblo, erosionaron el poder obrero y fortalecieron a las fuerzas capitalistas.

Progresivamente fue surgiendo el llamado “capital sombra”, que trataba de operar legalmente como capital productivo y presionaba sobre el PCUS y sobre el Estado socialista para restaurar el capitalismo. En vez de fortalecerse las relaciones socialistas de producción, se reforzaron las relaciones mercantiles.

Las consecuencias de esta política revisionista pronto se hicieron sentir en todos los órdenes. En el plano económico, comenzó a hablarse del “mecanismo de frenado” para hacer referencia al descenso en los índices de crecimiento de la economía soviética en la década de los años 70, que se convertiría en estancamiento a mitad de los años 80.

Los cambios negativos en la base económica de la sociedad se proyectaron sobre el resto de esferas de la vida social. Aumentaron problemáticas que habían sido prácticamente erradicadas durante la construcción socialista. Aumentaron los índices de delincuencia y los problemas de alcoholismo, reapareció el fenómeno de la prostitución y surgieron nuevas lacras sociales como la drogadicción.

Se erosionaron los valores socialistas y creció el malestar social en una población que veía cómo muchos directivos de las empresas, funcionarios y cargos políticos se enriquecían y aumentaban su poder al margen de la legalidad socialista. Sectores crecientes del pueblo comenzaron a dar síntomas de desafección y a poner en tela de juicio la información oficial y las consignas del PCUS y las instituciones soviéticas, exponiéndose cada vez más a la “cultura de masas” capitalista ante la ausencia de propuestas revolucionarias para hacer frente a los problemas obreros y populares.

En abril de 1985, se convocó una asamblea plenaria del Comité Central del PCUS en la que Mijaíl Gorbachov, Secretario General desde marzo de 1984, daría a conocer los principios básicos de la estrategia de la perestroika (reestructuración).

En el plano económico, la perestroika supuso un aumento espectacular de la independencia de las empresas y asociaciones, priorizando una contabilidad y financiación propias, bajo el pretexto de la eficacia en la administración, que quebró la planificación central de la economía en lo relativo a la fijación de precios, los mecanismos financieros y crediticios, la red de suministros tecnológicos y materiales de producción y la organización del desarrollo científico-técnico. Todo ello, en nombre de la “autoadministración”, impulsada posteriormente a un nivel superior en la asamblea plenaria del Comité Central del PCUS celebrada en junio de 1987 en la que se aprobaron los “Fundamentos de una reestructuración radical de la dirección económica”. El supuesto “mecanismo de frenado” al que se pretendía hacer frente, que en realidad expresaba un choque entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, se utilizó para justificar nuevas reformas en un sentido capitalista. 

En el plano político, se afirmó que la perestroika sólo podía realizarse a través de la democracia. La sustitución de la dictadura del proletariado por el llamado “Estado de todo el pueblo”, cobró una nueva dimensión. Los principios marxistas-leninistas sobre la Teoría del Estado y del Derecho fueron completamente sustituidos por una concepción burguesa de la democracia que se complementaba con las políticas de la glasnost (transparencia), contribuyendo a debilitar el poder soviético desde su seno y a crear las condiciones políticas para el triunfo de la contrarrevolución en los años siguientes.

La perestroika, lejos de lo sostenido por algunas corrientes, no estuvo desligada de las erróneas medidas iniciadas tras la victoria de las tesis derechistas aprobadas en el XX Congreso del PCUS. Mijaíl Gorbachov, en el libro en el que dio a conocer al mundo la política de reestructuración, escribía el siguiente pasaje:

“Un hito importante de nuestra historia fue el 20º Congreso del PCUS, por su decisiva contribución a la teoría y a la práctica de la construcción socialista. A raíz de este congreso, comenzó a realizarse un gran esfuerzo para reorientar el avance del país y conseguir la superación de los aspectos negativos de la vida sociopolítica engendrados por el culto a la personalidad de Stalin.

Las decisiones adoptadas por el congreso contribuyeron a implantar decisivas medidas políticas, económicas, sociales e ideológicas, pero las posibilidades que surgieron de él no fueron plenamente utilizadas (…)

Precisamente por este motivo, en la siguiente etapa –cuyo hecho más característico fue la asamblea plenaria del Comité Central del PCUS celebrada en octubre de 1964-, la primera medida que se tomó fue la de corregir estos extremos, adoptando una línea tendente a la estabilización. Y fue una línea bien justificada, que recibió el apoyo del pueblo y del Partido. Pronto se vieron algunos resultados positivos. Las decisiones formuladas y adoptadas estaban mejor pensadas y fundamentadas. El inicio de la reforma económica de 1965 y la asamblea plenaria del Comité Central celebrada en marzo de 1965 y dedicada a la agricultura fueron dos importantes iniciativas dirigidas a introducir cambios positivos en la economía.”

Por lo tanto, la perestroika no supuso una ruptura con las políticas anteriores, sino que representó su profundización. El propio Mijaíl Gorbachov, criticando la oposición en el seno del PCUS a esas políticas, demuestra ser plenamente consciente de los aspectos fundamentales del debate, tal y como demuestra este pasaje:

“Bajo tales condiciones, pronto surgió una actitud prejuiciosa hacia el papel de las relaciones mercancía-dinero y hacia la ley del valor en un sistema socialista, y a menudo se afirmaba que eran ajenas e incluso opuestas al socialismo.”

Lejos de lo afirmado por la historiografía burguesa, si bien durante los años 80 crecieron las fuerzas sociales que propugnaban la restauración capitalista, la clase obrera soviética y las masas populares no rechazaban el socialismo. De hecho, es conveniente recordar que las políticas que condujeron a la contrarrevolución se justificaron precisamente en nombre del socialismo, en lo que supuso un enorme ejercicio de diversionismo y manipulación ideológica.

En el libro “Yo, Mijaíl Gorbachov. Perestroika. Mi mensaje al mundo”, que fue ampliamente difundido en los países capitalistas mediante masivas entregas gratuitas junto a los principales diarios, el por entonces Secretario General del PCUS trata de presentar la perestroika como “El regreso a Lenin, una fuente ideológica de la perestroika”, presentando una sesgada interpretación de las obras escritas por Lenin en los últimos años de su vida y de N.E.P.; y justifica sus posiciones en consignas como “Más socialismo y más democracia” o “La perestroika es una revolución”, llegando a afirmar que “No trataremos de alejarnos del socialismo, sino que avanzaremos hacia un socialismo mejor. Lo decimos sinceramente, sin la menor intención de engañar a nuestro propio pueblo o al mundo”.

Evidentemente, los hechos posteriores desmintieron a Gorbachov, que unos años después del triunfo de la contrarrevolución se prestaba a participar en un anuncio publicitario en el que varios clientes de un establecimiento de Pizza Hut discuten en su presencia sobre el legado de sus políticas, concluyendo una anciana que “gracias a Gorbachov, los rusos tienen Pizza Hut”, mientras los clientes del establecimiento muestran sus porciones de pizza y brindan por un Gorbachov que se prestó también a protagonizar anuncios de la conocida marca de lujo francesa Luis Vuitton, reconociendo años después que “De yo haber proclamado entonces el objetivo final, me hubieran derrocado inmediatamente”.

Gorbachov no llegó a ser derrocado en los confusos sucesos de agosto de 1991, que abrieron la puerta a su dimisión y a la disolución de la Unión Soviética. Fue el poder obrero y el socialismo lo que resultó derrocado en la URSS y en otros países socialistas, con consecuencias para la clase obrera y las masas populares muy diferentes a las que anunciaban los spots publicitarios. Veamos tan solo algunos datos:

  • El gasto estatal pasó del 47,9% del PIB en 1991 al 26,9% en la primera mitad de 1995, por debajo de los EEUU.
  • El 2 de enero de 1992 se liberalizaron prácticamente todos los precios.
  • Desde enero de 1992 Rusia experimentó el declive económico más severo y prolongado de todas las potencias durante el siglo XX en tiempo de paz. Entre 1991 y 1996, el PIB real y la producción industrial cayeron casi a la mitad, la inversión más del 70% y el producto agrícola un tercio.
  • A finales de 1994, el 78,5% del producto industrial procedía de empresas no estatales. Se estableció con rapidez un régimen de libre importación, libre circulación de capital y libre cambio de divisa.
  • En septiembre de 1996, se estimaba que estaban sin pagar 6.800 millones de dólares en salarios, aproximadamente el 64% del total de masa salarial mensual del país.
  • La tasa de fallecimientos de Rusia subió del 11,4 por mil en 1991 al 15,5 en 1994, para pasar al 14,3 en 1996. La elevada tasa de muertes se debió a agudos incrementos de muertes por causas relacionadas con el alcohol, suicidios, asesinatos, problemas circulatorios y respiratorios, infecciones y parásitos, que se pueden vincular con la política económica y el declive económico. La superior tasa de mortalidad durante el período 92-96 produjo 2,1 millones de muertes prematuras en ese período en Rusia.

Estas fueron algunas de las consecuencias del derrocamiento y de las políticas de liberalización y privatización, implementadas siguiendo las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y basadas en la completa legalización de la propiedad privada, el libre comercio dentro del país, la eliminación de obstáculos en el comercio exterior, la liberalización de precios y la transferencia de la propiedad socialista a manos privadas.

El PCUS era ilegalizado, al igual que otros partidos comunistas de las repúblicas soviéticas y de otros países socialistas. La clase obrera perdió el poder y fue nuevamente expropiada.

3.- Efectos de la contrarrevolución para la clase obrera en los países capitalistas.

La contrarrevolución campaba a sus anchas, y no sólo en la URSS y en los antiguos países socialistas. La ofensiva burguesa se hizo sentir a escala planetaria. Pronto se comprobó que el llamado Estado del Bienestar, teorizado por los ideólogos burgueses durante el largo ciclo expansivo que el capitalismo atravesó entre 1945 y 1973, se desmantelaba con la implicación decisiva de la socialdemocracia internacional. Y con él los derechos laborales y sociales conquistados por el movimiento obrero de los países capitalistas. 

Lejos de lo pronosticado por los defensores del capitalismo, con la desaparición del campo socialista no desaparecieron las crisis económicas periódicas: Japón, por entonces segunda economía mundial, entró en crisis a principios de los años 90 y sufrió una larga etapa de estancamiento. México entró en crisis en 1995. Los por entonces denominados Tigres Asiáticos en 1997. En 1998 les tocó el turno a Brasil y Rusia. En 2001 comienzan las manifestaciones de una gran crisis de sobreproducción en Estados Unidos, especialmente en las grandes empresas de alta tecnología que habían sido puestas como modelo en Silicon Valley. Argentina en 2002, con el famoso corralito. Finalmente, se desató la denominada Gran Recesión, que sacudió la economía mundial en el periodo 2008-2014. 

En todos estos periodos de crisis el Estado capitalista intervino activamente en la economía. Sin embargo, tras la restauración capitalista en la URSS, el debate económico y político quedó atrapado en las dos formas básicas de respuesta burguesa a la crisis: la keynesiana y la que parte de los postulados de la Escuela de Chicago, fue bautizada como neoliberal. En el plano político, esas dos formas de gestión capitalista se corresponden básicamente con dos posiciones políticas estrechamente interrelacionadas por su defensa común del capitalismo: la socialdemócrata y la liberal, sobre las que se levanta el dogma de la democracia pluripartidista, consolidada tras la Segunda Guerra Mundial con el proceso de regulación constitucional de los partidos políticos. 

Se afianzan los sistemas bipartidistas, más o menos imperfectos, sobre la base de dos propuestas políticas fundamentales basadas en las dos escuelas económicas ya señaladas, e igualmente defensoras del capitalismo. Desde esos postulados únicos e incuestionables, en el marco de las democracias capitalistas, se hará frente a las nuevas crisis capitalistas y se basará el papel del Estado. 

Se alteró profundamente la correlación de fuerzas. Las fuerzas socialdemócratas en el movimiento obrero hicieron hegemónica la tesis de que tan sólo cabían luchas de resistencia en defensa del Estado del Bienestar. Se ocultó que ese Estado del Bienestar –allá donde llegó a manifestarse- fue fruto de la correlación de fuerzas nacida del triunfo de la Revolución Socialista de 1917 y del desarrollo y fortalecimiento del Movimiento Comunista Internacional, fruto de la Victoria Antifascista de los Pueblos en la Segunda Guerra Mundial, fruto de la conformación del campo socialista y del desarrollo de un fuerte movimiento obrero revolucionario en los países capitalistas que fue capaz de arrancar con su lucha importantes concesiones. Pero no sólo se ocultó que derrumbados los pilares en que se asentaba dicha correlación de fuerzas se derrumbaban también las conquistas sobre ellos arrancadas. Se ocultó, muy especialmente, la crítica marxista al denominado Estado del Bienestar. 

Se incurrió en una manipulación colosal, afirmando que el sistema capitalista había entrado en una nueva etapa en los años setenta del siglo XX, a raíz del estallido de la crisis de 1973, la llamada etapa neoliberal. Efectivamente, en el terreno de la gestión capitalista, comenzó una intensa ofensiva política, económica e ideológica, que cuestionaba el modelo desarrollado por Maynard Keynes y otros economistas burgueses, basado en la intervención estatal para estimular la demanda para impulsar, paradójicamente, la apropiación privada, la acumulación capitalista. Y, precisamente, ahí está la clave. El capitalismo, no entró en una nueva etapa, lo que cambió fue la forma hegemónica de gestión estatal.

Así, frente a la nueva ofensiva capitalista, el movimiento obrero –hegemonizado por la socialdemocracia- entró en una larga fase de resistencia basada en la defensa de las conquistas logradas en un momento anterior: tanto el denominado Estado de Bienestar como las políticas keynesianas que le sirvieron de fundamento, fueron asimiladas como algo propio. Resurgieron viejas formulaciones defendidas otrora por la socialdemocracia: la teoría del “capitalismo organizado”, de la “democracia económica”, del “capitalismo de Estado”, todas ellas supuestamente dirigidas a racionalizar el capitalismo y a hacerlo menos lesivo para los trabajadores. 

El Estado capitalista, que como todo Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, paradójicamente fue presentado como el gran benefactor de las amplias mayorías trabajadoras. Y, también paradójicamente, en tiempos de crisis de sobreproducción, las políticas propias del <<capitalismo monopolista de Estado>> fueron y son presentadas como políticas en favor de las mayorías, encubriendo la subordinación del Estado burgués a los monopolios capitalistas para intervenir en el proceso de reproducción ampliada del capital social en todas sus fases: producción, distribución, intercambio y consumo.

Así se llega al programa básico de la socialdemocracia contemporánea, que ha convertido sus propuestas en los barrotes que hoy atrapan a la clase obrera en la cárcel ideológica burguesa.

Como resultado de ese proceso en todos los países capitalistas se observó un desmantelamiento de los sistemas públicos de protección social. Se intensificaron los procesos de privatización de la enseñanza y la sanidad, con nefastas consecuencias para la vida del pueblo trabajador. Fueron duramente golpeados los sistemas públicos de pensiones y se alargó la edad de jubilación, endureciendo los requisitos para obtener derecho a una pensión pública. Retrocedieron los derechos laborales en todos los órdenes, facilitando la explotación de la fuerza de trabajo por el capital, y se asestaron duros golpes a los convenios colectivos y al movimiento sindical clasista. 

4.- Efectos de la contrarrevolución en el cambio de correlación de fuerzas a escala mundial. Las guerras imperialistas.

Tras el triunfo de la contrarrevolución, George H. W. Bush –presidente de los EEUU entre 1989 y 1993- proclamaba en un conocido discurso el inicio de un nuevo orden mundial. La llamada Guerra Fría, desatada por las potencias imperialistas una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, había concluido con la derrota del comunismo. Prometían un mundo sin contradicciones internacionales, sin armamentismo y sin guerras. 

Nos decían:

«Nos encontramos hoy ante un momento único y extraordinario. La crisis del Golfo Pérsico, por grave que sea, ofrece una rara ocasión de avanzar hacia un periodo histórico de cooperación. De estos tiempos confusos puede emerger nuestro (...) objetivo: un nuevo orden mundial, una nueva época, más libre de amenazas y de terror, más fuerte en la búsqueda de la justicia y más segura en la búsqueda de la paz, una era en la que las naciones del mundo -Este y Oeste, Norte y Sur- puedan prosperar y vivir en armonía.

(…) Una centena de generaciones ha buscado ese desconocido camino hacia la paz, mientras que miles de guerras se desencadenaban contra los esfuerzos de la humanidad. Hoy, ese mundo nuevo lucha por nacer, un mundo distinto del que hemos conocido. Un mundo donde el Estado de derecho tome el lugar de la ley de la selva. Un mundo en que las naciones reconozcan su responsabilidad compartida hacia la libertad y la justicia.

...Un mundo donde el fuerte respete los derechos del débil. Es una visión que he compartido con el presidente Gorbachov (...). Él y otros líderes en Europa, en el Golfo y en todas partes del mundo comprenden que la manera en que tratemos la actual crisis puede dar forma al futuro para las generaciones venideras.»

La vida no tardaría en echar por tierra los embustes imperialistas en materia internacional. El 17 de enero de 1991, una coalición de 34 países liderados por los EEUU iniciaban la Operación Tormenta del Desierto contra Irak. La guerra terminó formalmente el 28 de febrero de 1991, pero sin el contrapeso que supuso durante décadas la existencia de la Unión Soviética y de los países socialistas comenzó un nuevo y sangriento reparto del mundo. El pueblo iraquí fue bombardeado en julio de 1992, en junio de 1993 y en diciembre de 1998. Finalmente, en marzo de 2003, una nueva coalición imperialista liderada también por los EEUU, desencadenó la invasión de Irak en una campaña militar que se prolongó hasta diciembre de 2011.

En noviembre de 1989, un supuesto congreso popular elige como líder de los independentistas chechenos a Dzhoar Doudaev, General de la fuerza aérea soviética, que no duda en dar su apoyo al golpe que en 1991 condujo a Boris Yelsin al poder. Poco después, Doudaev daría su propio golpe asaltando el Sóviet Supremo de Grozni. Donde antes había reinado la paz y la amistad entre los pueblos, pronto comenzaría la guerra. El 11 de diciembre de 1994 el ejército ruso entraba en Chechenia. Comenzaba una guerra que causaría miles de víctimas, con la implicación directa e indirecta de diferentes potencias. ¿El objetivo? El control del Cáucaso, de Chechenia, Azerbaiyán y Kazajstán, el dominio sobre los recursos petroleros de la zona y garantizar la irreversibilidad de la restauración capitalista en Rusia y en las antiguas repúblicas soviéticas, abriendo nuevas esferas a la exportación de capital y a la acción de los monopolios. Una zona de conflictos en la que, hasta el día de hoy, constituye un campo de dura disputa entre las principales potencias imperialistas. 

En paralelo, el desmantelamiento de la República Socialista Federativa de Yugoslavia abrió la disputa imperialista por los Balcanes. Desde 1991 hasta 2001, la disputa entre las diferentes burguesías locales y entre las potencias imperialistas se llevó a cabo a través de sucesivos episodios de una nueva guerra que alcanzó su momento decisivo con los bombardeos de la OTAN, de febrero de 1998 a junio de 1999, en apoyo al denominado Ejército de Liberación de Kósovo, un grupo terrorista armado previamente por Alemania, que finalizó con la desintegración de Yugoslavia y la creación de un protectorado de la OTAN en Kósovo.

Apenas había comenzado el nuevo siglo, el 11 de septiembre de 2001, las pantallas de televisión transmitían en directo los atentados contra las Torres Gemelas. Los aliados de EEUU de ayer, en la guerra contrarrevolucionaria emprendida en la República Democrática de Afganistán para revertir el curso socialista y debilitar a la Unión Soviética, golpeaban ahora en el corazón de Nueva York. La respuesta no se hizo esperar, George W. Bush anunciaba el inicio de una nueva guerra imperialista con el apoyo de la OTAN y de una nueva coalición imperialista con el objetivo declarado de derrotar a Al Qaeda y a los talibanes, a los que tan sólo unos años antes habían bautizado como “luchadores por la libertad”. 

La retirada de las tropas imperialistas de Afganistán, en agosto de 2021, entregando todo el poder a los talibanes, confirmó lo que para los comunistas siempre fue una evidencia: las guerras imperialistas iniciadas tras el triunfo de la contrarrevolución en Afganistán, Irak, Yugoslavia, Chechenia, Libia y en otras partes del mundo poco tienen que ver con los pretextos propagandísticos de quienes tratan de justificarlas. Es la continuación de la política imperialista, sustentada en las contradicciones insalvables que corroen el capitalismo mundial, a través de la guerra. Es la lucha por el reparto de un mundo ya repartido, la rivalidad de los monopolios en la exportación de capitales, la lucha por el control de los recursos naturales, de las rutas de transporte y los mercados.

Y, en esa lucha, participa activamente la socialdemocracia. Tanto la procedente de la II Internacional como aquellos que, procediendo de las filas comunistas, han mutado en nuevos socialdemócratas. En nuestro país, sin ir más lejos, el gobierno de Felipe González (PSOE) prestó su apoyo a la Operación Tormenta del Desierto. Los bombardeos sobre Yugoslavia se llevaron a cabo siendo Secretario General de la OTAN el dirigente socialista español Javier Solana, después Alto Representante del Consejo para Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y Comandante en Jefe de la EUFOR. La guerra de Afganistán contó con el apoyo del Gobierno de Rodríguez Zapatero (PSOE) y la implicación militar española. La participación española en la guerra de Libia fue dirigida por Julio Rodríguez, por entonces Jefe del Estado Mayor de la Defensa y en la actualidad dirigente de PODEMOS. El Gobierno español, integrado por el PSOE y la coalición Unidas Podemos (en la que participan Izquierda Unida y el Partido Comunista de España), ha enviado a comienzos de 2022 dos navíos militares al Mar Negro y ha desplegado cazas en Bulgaria, manteniendo la presencia militar en Letonia bajo mando de la OTAN, cuya Cumbre se celebra en Madrid el próximo mes de junio. El destacado dirigente socialista español Josep Borrell, es en la actualidad el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, y responsable por tanto de dirigir la implicación de la alianza imperialista europea en las nuevas luchas por el reparto del mundo que se están librando.

La implicación de la socialdemocracia en la defensa del imperialismo y la guerra imperialista es un hecho desde 1914. Pero, tras el triunfo de la contrarrevolución, los pretextos con los que la socialdemocracia justificó a lo largo de la historia esa implicación han afectado también a una parte del movimiento comunista. 

La defensa de un supuesto orden multipolar frente a la hegemonía estadounidense es una de esas justificaciones. La renuncia a la lucha revolucionaria por el poder el cada país se encuentra detrás de esa postura que, a la postre, conduce a elegir entre las potencias imperialistas rivales en cada conflicto. Una postura que sitúa a la clase obrera de cada país bajo pabellón ajeno y que nada tiene que ver con una estrategia para el derrocamiento basada en los principios internacionalistas proletarios. En la “Carta abierta de la Sección del Relaciones Internacionales del Comité Central del KKE sobre la Resolución del Partido Comunista de España a propósito del Enfrentamiento de EEUU, la OTAN y la UE con Rusia”, publicada recientemente en Solidnet, al igual que diferentes artículos publicados por la Revista Comunista Internacional, se abordan en profundidad estos aspectos que corroen a una parte del Movimiento Comunista Internacional. 

A su vez, aquellos partidos comunistas que no emprendieron la tarea de analizar científicamente los desarrollos que condujeron a la contrarrevolución en la URSS y en otros países socialistas, profundizan en la actualidad los mismos errores que ya estaban presentes en la política de “coexistencia pacífica”. Los constantes llamamientos de esos partidos a “democratizar la arquitectura internacional” y a defender una orden multipolar sobre la base del Derecho Internacional y las instituciones internacionales, especialmente la ONU, nada tiene que ver con el imprescindible enfoque de clase que debe presidir la posición de los comunistas hacia las organizaciones internacionales y el Derecho Internacional, que ha dejado de representar la correlación de fuerzas entre el campo imperialista y el campo socialista, para pasar a representar en exclusiva la correlación existente en la pirámide imperialista y entre las potencias y alianzas imperialistas que hoy se reparten el mundo. 

Esa confusión se manifiesta también en los análisis sobre las alianzas interestatales existentes y los cambios en su seno. Esas alianzas, viejas o nuevas, no representan un ámbito de colaboración y democratización de las relaciones internacionales. Se trata de uniones económicas, políticas y militares para intervenir con mayor éxito en la lucha por el reparto del mundo. Al respecto, resulta significativa la posición de los miembros del Partido de la Izquierda Europea, del que forman parte en España el PCE e Izquierda Unida, llamando a la democratización de la Unión Europea. La misma UE que ha convertido el anticomunismo en doctrina oficial y que persigue a los partidos y militantes comunistas en diferentes países.

En el mismo sentido se expresa la posición sobre otras alianzas imperialistas como la OTAN. Los llamamientos generales a la “disolución de la OTAN”, sin una lucha decidida por la salida y el desencadenamiento de esa alianza criminal en cada país, al igual que los llamamientos a la “democratización de la UE”, siembran falsas ilusiones y contribuyen a encubrir las contradicciones que se hallan detrás de los acontecimientos internacionales.

Todos los aspectos abordados hasta el momento tratan de ofrecer un cuadro del duro golpe sufrido por el proletariado internacional tras el triunfo de la contrarrevolución. Al expolio sufrido por la clase obrera y el pueblo soviético, y del resto de países socialistas en que triunfó la contrarrevolución, se sumó un retroceso generalizado, que se está intensificando, de los derechos sociales y laborales en los países capitalistas. Los pueblos siguen pagando las consecuencias del saqueo imperialista, de las rivalidades interimperialistas y de las guerras a las que inexorablemente conducen. Además, operó un cambio significativo en el seno del movimiento obrero, con la prevalencia de la socialdemocracia y otras fuerzas sistémicas sobre las posiciones revolucionarias y el debilitamiento o la mutación de numerosos partidos comunistas que se refleja hoy en día en los debates existentes en el Movimiento Comunista Internacional. 

Efectivamente, en los difíciles días en que veíamos desaparecer la Unión Soviética y en las décadas que estaban por venir, el movimiento obrero revolucionario fue duramente golpeado. Pero, sobre la base de la contradicción capital-trabajo y del infatigable trabajo de quienes se mantuvieron firmes en los principios, también se sentaron las bases que deben conducir a la superación de la crisis en el movimiento comunista, a nuevas ofensivas en la lucha de clases y las revoluciones proletarias que están por venir. 

5.- La resistencia frente a la contrarrevolución.

La disolución de la Unión Soviética y la ilegalización del PCUS hicieron que las estructuras con que contaba el Movimiento Comunista Internacional se desplomasen. En pleno proceso de disolución o mutación de muchos partidos comunistas, una parte de los cuales había renunciado anteriormente a toda colaboración internacionalista proletaria sobre la base de las posiciones eurocomunistas del “policentrismo”, la crisis se proyectó de inmediato a las estructuras internacionales creadas por el movimiento internacional clasista, que incluso vieron amenazada su propia existencia. La Federación Sindical Mundial (FSM), el Consejo Mundial por la Paz (CMP), la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM) y la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD) vivieron momentos difíciles.

Los partidos que, a pesar de la adversidad, se mantuvieron firmes en los principios marxistas – leninistas, comenzaron entonces el estudio de las causas que condujeron al triunfo temporal de la contrarrevolución en la Unión Soviética y en otros países socialistas, resistiendo las presiones político-ideológicas de la burguesía. 

Tras los momentos difíciles que siguieron a la disolución de la URSS, comienza también un arduo trabajo para recomponer el Movimiento Comunista Internacional. Se dan algunos pasos iniciales, como el encuentro organizado en Leningrado por el Partido Comunista Obrero de Rusia en 1997, dedicado al 80 Aniversario de la Revolución de Octubre, el encuentro regional de Partidos Comunistas del Mediterráneo oriental o el simposio sobre la actualidad del socialismo organizado por el Partido Comunista de Cuba. 

También tuvo una gran importancia la celebración del XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, reunido en la Habana en julio de 1997, al poner en contacto a una nueva generación de jóvenes comunistas que se habían incorporado a la lucha en condiciones de contrarrevolución, garantizando la pervivencia del movimiento de los festivales y de la propia FMJD. 

En 1998, el Partido Comunista de Grecia organiza un importante encuentro bajo el lema “Los Partidos Comunistas en las condiciones actuales”, con motivo del 150 Aniversario del “Manifiesto del Partido Comunista” y del 80 Aniversario del KKE. Esa iniciativa, que concluye con acuerdos como la creación del Boletín Información, será un paso decisivo hacia la convocatoria del Primer Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, reunido en Atenas del 21 al 23 de junio de 1999, abordado el tema “La crisis de capitalismo, la globalización y la repuesta del movimiento obrero”, con la participación de 57 partidos de 50 países. 

La recuperación de espacios de encuentro por parte del Movimiento Comunista Internacional no supuso sin embargo la superación de la crisis. Por el contrario, se constata que perviven diferencias sustanciales sobre importantes asuntos político e ideológicos. En esas condiciones, los partidos que coincidían en la necesidad de reconstruir el Movimiento Comunista Internacional y su unidad sobre la base del marxismo-leninismo, del internacionalismo proletario, forjando una estrategia revolucionaria contemporánea, dieron nuevos pasos prácticos. La creación de la Revista Comunista Internacional en 2009 demostró que se habían generado las condiciones para un nivel de colaboración superior entre una serie de partidos con percepciones comunes en los aspectos político-ideológicos esenciales. Como se expone en el artículo editorial del primer número de la RCI:

“La “Revista Comunista Internacional” siguiendo la tradición leninista es una publicación con un claro carácter político-ideológico. Es una publicación con un punto de vista y no un simple recordatorio de tesis de Partidos Comunistas, lo que ya se cumple con otras publicaciones, tales como el Boletín Informativo de los encuentros internacionales de Partidos Comunistas y Obreros, así como otras publicaciones partidarias. Nuestro objetivo es contribuir a la popularización y desarrollo de la teoría marxista-leninista con el análisis ideológico y posicionamiento político ante los modernos desarrollos en el capitalismo y los problemas de la lucha de clases. Consideramos que el reforzamiento de la orientación marxista-leninista en el seno del movimiento comunista internacional es una condición sine qua non para su necesaria reorganización.”

Hasta la fecha, la Revista Comunista Internacional ha expuesto abiertamente nuestras posiciones, nuestra concepción y nuestra crítica al existente retroceso y distorsión del marxismo al conjunto del Movimiento Comunista Internacional y ha contribuido al inicio de una discusión importante en sus filas para su orientación teórica e ideológica. 

En la misma perspectiva de colaboración reforzada y firmeza ideológica se enmarca la creación en 2013 de la Iniciativa de Partidos Comunistas y Obreros de Europa, con el objetivo de contribuir a la investigación y estudio de las cuestiones relativas a Europa, desde la perspectiva del socialismo científico, luchando por la retirada de nuestros países de la Unión Europea en el marco de una estrategia de derrocamiento del poder burgués.

6.- Algunas conclusiones.

Transcurridas tres décadas desde la disolución de la Unión Soviética se constata la necesidad objetiva de la existencia de los partidos comunistas, del partido de nuevo tipo que desempeñe un papel protagonista como vanguardia de la clase obrera en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y la construcción del socialismo-comunismo. Los hechos han demostrado que es preciso enfrentar la barbarie imperialista y combatir las uniones imperialistas. 

Los partidos comunistas que fueron capaces de abordar el estudio de las causas de la contrarrevolución en la URSS y otros países, de defender las conquistas socialistas en el siglo XX y de analizar autocríticamente su propia historia y los problemas que atravesó el Movimiento Comunista Internacional, están en mejores condiciones para enfrentar las presiones político-ideológicas de la burguesía.

Hoy, el desarrollo de un polo distintivo de partidos comunistas firmes, que basan su estrategia en el marxismo-leninismo y el internacionalismo proletario, combatiendo toda forma de oportunismo y de diversionismo ideológico, es una necesidad inaplazable. Las nuevas generaciones de trabajadores incorporados a la producción en las difíciles condiciones surgidas tras el proceso contrarrevolucionario, necesitan partidos comunistas capaces de dirigir la lucha de clases, de defender el hijo rojo que atraviesa la Historia y de definir una estrategia para el derrocamiento y la construcción del socialismo-comunismo, que durante muchas décadas demostró su superioridad sobre el capitalismo.

La clase obrera está sometida a tremendas presiones. Junto al análisis de las causas que condujeron a la contrarrevolución y la defensa de los éxitos de la construcción socialista durante el pasado siglo, es necesario que los partidos comunistas den respuesta al anticomunismo en todas sus formas, al revisionismo histórico y a toda una serie de fenómenos ideológicos con los que hoy en día se intoxica y deforma la conciencia de la clase obrera. 

Si ayer fue posible la victoria, hoy debemos realizar todos los esfuerzos necesarios para poner fin a la barbarie y garantizar que no se vuelvan a repetir los errores del pasado.