La contribución de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética al movimiento obrero en Europa Occidental y más particularmente en Bélgica


Herwig Lerouge, redactor en jefe de Estudios Marxistas y miembro del Consejo Nacional del Partido de Trabajo de Bélgica

La Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética han sido por mucho los eventos más importantes del siglo 20. Y no solamente para el pueblo soviético, que pasó en 40 años de la servidumbre, de una economía atrasada, de la miseria más negra, del analfabetismo, de la opresión colonial de minorías nacionales a un estado moderno, la segunda economía del mundo, el país con el mayor número de ingenieros y científicos, el primer país en poner un satélite en órbita, un país donde conviven 66 nacionalidades, un país que por si sólo fue capaz de detener la máquina de guerra nazi mientras que los países capitalistas en Europa Occidental continental capitularon apenas después de unas cuantas semanas.

La Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética son por mucho los eventos más importantes del siglo 20 para las naciones colonizadas y explotadas por las grandes potencias imperialistas.

Pero también es difícil estimar la contribución de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética al movimiento obrero en Europa. La caída de la burguesía rusa en 1917 causó que la burguesía del mundo entero tomara conciencia de que la clase obrera estaba efectivamente en capacidad de vencerla, de derrocar al capitalismo y de instaurar un nuevo orden social.

En octubre de 1917, por primera vez en la historia de la humanidad, la clase obrera les quitó a los grandes propietarios territoriales y a los capitalistas las tierras, las fábricas, los medios de transporte, las redes de distribución, y los transformó en propiedad social. Por primera vez en la historia de la humanidad, la clase obrera se convirtió en clase dominante. Opuso ante el parlamentarismo burgués el poder socialista de los Soviets de obreros y de campesinos.

La Revolución de Octubre mostró la eficacia de la vía revolucionaria y el carácter ilusorio del tránsito pacífico al socialismo mediante las elecciones, promovidas por la social- demócrata. En ningún otro lado, posteriormente, la social-demócrata ha podido probar lo contrario. Tan sólo hay que recordar el Chile de Allende.

Una reacción contradictoria

Muy pronto, el miedo al contagio revolucionario se apoderó de la burguesía europea. Su reacción fue contradictoria, dice el historiador comunista Kurt Gossweller. [1]

Por un lado, el miedo a la revolución suscita en ella la voluntad, no sólo de contener al movimiento obrero dentro de ciertos límites, sino también de erradicar y liquidar al movimiento obrero revolucionario y al Estado que lo apoya, la Unión Soviética. Esta evolución lleva, entre otros, a la intervención armada contra la Rusia soviética y a un “enriquecimiento” del espectro político en ciertos países capitalistas, sobre todo en los vencidos en la Primera Guerra Mundial, por la creación de organizaciones y partidos cuyo objetivo principal era la erradicación del comunismo e incluso del movimiento obrero, esencialmente por medios violentos y terroristas: el fascismo.

Por otro lado, en 1917, la burguesía aprende sobre todo a apreciar, como defensa contra la revolución, al reformismo social-demócrata considerado hasta ese momento incapaz de gobernar, y la integra en su aparato de dominio y opresión. Los partidos social-demócratas ganaron de esta manera su derecho de participación en el esfuerzo de guerra de sus respectivas burguesías.

Dentro de las grandes potencias de Europa Occidental que salieron vencedoras después de la guerra, encabezadas por Francia y Gran Bretaña, las destrucciones y el costo de la guerra representaban para sus pueblos una gran carga. Hacer pagar a sus trabajadores habría conducido a un agravamiento extremo de los antagonismos de clase. Pero la burguesía de esos países podía hacer pagar una parte al rival alemán vencido y a sus colonias. Almacenaba en sus colonias ganancias mucho mayores a las que se podían obtener de la extorsión a los obreros en las metrópolis. Era posible retener de esta bonita suma una fracción para distribuirla generosamente a los dirigentes obreros con el propósito de corromperlos de una u otra forma. La burguesía prefirió esto por encima del riesgo de tratar de eliminar por la violencia un movimiento obrero bien organizado, revolucionario y vuelto más combativo siguiendo el ejemplo de la Revolución de Octubre y decidido a defender sus logros sociales.

Todo se vuelve posible

Desde 1918, la burguesía belga debió conceder reformas sociales que había furiosamente rechazado hasta ese momento.

Al día siguiente del armisticio del 11 de noviembre de 1918, el Rey de los belgas, Alberto I, convocó al Partido Liberal, al Partido Católico y al Partido Obrero Belga (POB), el ancestro del Partido Socialista, en el pueblo de Loppem (cerca de la ciudad belga de Gante), donde se encontraba entonces, para discutir las medidas a tomar para asegurar el orden una vez los soldados hubieran regresado. El pánico entre la burguesía era grande y se había incrementado después de la creación de consejos revolucionarios de soldados alemanes en Bruselas, a la imagen de los que se habían creado un poco por toda Alemania.

La reunión de Loppem decidió hacer entrar a ministros socialistas al gobierno e instalar el sufragio universal para los hombres sin una revisión previa a la Constitución. El gran promotor de esta operación fue el mayor banquero de Bélgica, Émile Francqui, director de la poderosa Sociedad General y gran amigo de Emile Vandervelde, dirigente del POB y de la segunda internacional socialista. Hicieron falta 3 huelgas generales en 1893, 1902 y 1913, pero sobre todo la Revolución de Octubre para que los trabajadores, todavía no las trabajadoras, obtuvieran en 1919 por fin el pleno derecho a votar. Esa fue la primera manifestación concreta de ayuda que pudo aportar un Estado socialista, incluso aún no estable, al combate social de la clase obrera en los países capitalistas.

Tuvo que haber una nueva huelga general en 1919, pero sobre todo tuvo que darse la Revolución de Octubre y el miedo al contagio revolucionario, para que en 1921 fueran introducidas en Bélgica jornadas de 8 horas y la semana de 48 horas. Decenas de obreros, entre ellos los de Chicago, durante ese famoso 1 de mayo de 1886, ya habían caído a causa de las balas de la policía por esta reivindicación. Incluso los libros de historia burgueses lo admitieron: en 1918, en Bélgica, la actitud de la burguesía estuvo determinada en una gran medida por el “miedo de ver al proletariado seguir de una forma o de otra el ejemplo ruso”. [2]

En unas cuantas decenas de años, la revolución soviética garantizó el derecho al trabajo, a la enseñanza y a los cuidados a la salud gratuitos, el acceso al alquiler barato. Desde 1956 la jornada de 7 horas y la semana de 5 días fueron introducidos en la URSS. Allá se construyeron casas de reposo, de relajación y de vacaciones, así como una gran red de teatros y cines, de organizaciones artísticas y deportivas, de bibliotecas hasta en los pueblos más pequeños y recónditos. El estado proveía los medios de educación artística de los niños. Todos los ciudadanos soviéticos se beneficiaban de una pensión, los hombres a los 60 años y las mujeres a los 55. Los trabajadores no conocían la amenaza del desempleo.

El poder socialista sentó las bases de la igualdad de los hombres y las mujeres. Liberó a las mujeres de numerosas responsabilidades en la vida familiar. Más de tres cuartas partes de la población obtenía al menos un diploma de la enseñanza secundaria. Aún en 1917 dos tercios de la población era analfabeta. Organizó la eclosión de las ciencias físicas, de las matemáticas, el primer vuelo del hombre al espacio. Los logros de la cultura socialista beneficiaban a grandes estratos de la población.

A pesar de la deformación de la propaganda anticomunista, estos éxitos fueron rápidamente conocidos en Europa Occidental, incluidos los medios sindicales. En el muy anti-comunista órgano oficial de la Comisión sindical del Partido Obrero Belga, “El movimiento sindical belga”, Berthe Labille, esposa de un ministro socialista, publicó un artículo sobre “La vida del obrero en la URSS”.

“La mayor parte de los obreros toman su comida en la fábrica. Por todos lados han sido instalados comedores, donde se sirven comidas completas por una suma mínima. La fábrica interviene en caso de enfermedad, asegurando el tratamiento en una clínica y la convalecencia hasta la recuperación completa, en una casa de descanso. (...) La Unión Soviética cuenta actualmente con 8 millones de trabajadores, es decir, un tercio de la mano de obra total. En los koljoses, se estiman en 25 millones el número de mujeres ocupadas en los trabajos de campo. En este país, donde el desempleo no existe, (...) todas los oficios y profesiones son abiertos sin la menor reserva. La mitad de los médicos son mujeres (...) Uno se encuentra con mujeres a la cabeza de las comisarías de Gobierno; dirigen fábricas, instituciones oficiales, museos, etc”.

La Unión Soviética es el único país del mundo que otorga a la mujer una gran libertad de acción y que la coloca en un pie de igualdad absoluta con el hombre, en todos los dominios. Un trabajo igual da dercho a un salario igual. Numerosas medidas fueron tomadas para ofrecer a las trabajadoras embarazadas condiciones especiales de trabajo y una gran protección. Acudir a las consultas prenatales es obligatorio. Las futuras mamás reciben ahí cuidados y consejos y son examinadas a domicilio durante el periodo de embarazo. En la fábrica, si la salud de la obrera lo exige, se le da licencia hasta el momento de dar a luz, sin pérdida de salario. Cuando el momento de dar a luz llega, la mujer es enviada a un salón de maternidad, con el costo a cargo del Estado.

La Ley sobre el seguro social ha instituido para las obreras un descanso de 2 meses antes del alumbramiento y 2 meses después; para las empleadas, 6 semanas antes y 6 semanas después. Durante todo este periodo, se paga el salario completo, con un incremento por la indemnización por el alumbramiento.

Cuando la madre retoma su trabajo, se acuerdan todas las facilidades para que repose y para que atienda a su hijo. Éste es cuidado en la guardería de la fábrica en condiciones muy ventajosas. La participación de la madre en la manuntención es mínima. Esta manuntención es apoyada casi totalmente por el arca para obras sociales de la fábrica.

La presencia de estas obras, agregada a los sanatorios, a las policlínicas, a los clubs, a los centros de cultura, libera a la trabajadora soviética de preocupaciones materiales. No tiene que resolver, con el salario que gana, los numerosos problemas de la enfermedad, de la invalidez, de la vejez, de la educación de los niños, porque esos servicios son gratuitos. No conocen todas esas preocupaciones que envenenan la existencia de sus hermanas en los países capitalistas.

(...) Las trabajadores en la URSS tienen una actividad doméstica fuertemente reducida. La mayor parte toman su comida en la fábrica. Por otro lado, los “gastrónomos” proveen con comida completamente preparada, barata. Sólo hace falta calentarla. En ciertos bloques de habitaciones, se ha instalado una cocina central donde los locatarios pueden obtener todo lo que desean para su comida. No se puede dudar de esto: que en las circunstancias presentes, el bienestar del trabajador, de la trabajadora, no ha sido jamás perdido de vista. [3]

El mismo periódico se regocijó de la entrada de la URSS a la Conferencia Internacional del Trabajo en 1934. Se escribió que “para llevar a buen término el voto de una convención que tiende a introducir en todos los países la semana de trabajo de 40 horas, Rusia puede constituir un factor muy favorable”. [4]

Toda la legislación social, su concepto mismo, ha sido influida a nivel internacional por la presencia de la URSS y la legislación social de ese país. Los otros países la han tenido que tomar en cuenta, haya sido de manera torcida o deformada. Que uno fantasee a la declaración universal de los derechos del hombre de las Naciones Unidas que ha debido ir más allá de la declaración emanada de la Revolución francesa y ha debido tomar en cuenta los derechos sociales y sindicales.

El miedo al socialismo condujo a la seguridad social

La seguridad social, que vio la luz del día en 1945, fue el punto final de una larga lucha por hacer pagar a los patrones los riesgos inherentes a su sistema. Para el trabajador, la vida bajo el capitalismo es incierta. Desde el nacimiento del capitalismo, los obreros han luchado por conservar un ingreso hasta que no pueden trabajar más, siendo víctimas del desempleo, de la enfermedad o de la edad. El capitalista no paga por el valor completo de lo que produce el trabajador, sino que el salario está determinado por lo que el trabajador necesite para sobrevivir y para entretenerse a él y a su familia. Los ahorros que pueda constituir son de este modo mínimos o inexistentes. La seguridad social nació de la autodefensa vital de los trabajadores.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en Bélgica, con la Ley decretada el 28 de diciembre de 1944, la seguridad social actual vio la luz del día. La novedad, era la obligación para el patrón de pagar una cotización fija, de manera de garantizar un seguro universal en materia de retiros, de seguro de enfermedad y de invalidez, de subsidio del desempleo, subsidios familiares y vacaciones para todos los asalariados. Hasta ese momento, los patrones no pagaban más que por sus propios trabajadores. Una reivindicación anticipada en 1890 y durante la huelga general de 1936 encontró así su realización.

Los dirigentes social-demócratas belgas gustan de hacer creer que fue su partido y su dirigente Achille Van Acker quienes, en 1944, “arrancaron” la seguridad social. La verdad es que es de nuevo el miedo al contagio del socialismo que empujó a la patronal a acordar esta reforma.

En 1944, la simpatía por el Partido Comunista de Bélgica (PCB) y la URSS era inmenso. El PCB era el único partido anterior a la guerra, no amarrado al nuevo orden, que se presentó como tal a la población. Los partidos católicos y liberales habían desaparecido como partidos. El dirigente socialista De Man había entrado al servicio del ocupante y había disuelto el POB desde 1940.

En los primeros meses de ocupación, los comunistas organizaron huelgas. En mayo de 1941, el Partido llamó a constituir el frente de la Independencia, gran movimiento unitario y popular de resistencia al enemigo. Dos mil comunistas dieron su vida en resistencia al fascismo.

Al fin de la guerra, la simpatía por el Partido y por la URSS era entonces inmenso. En Bélgica, el número de miembros del Partido Comunista pasó de los 12 mil miembros al momento de la liberación (en septiembre de 1944) a 103 mil en agosto de 1945.

La burguesía tenía prisa por tomar medidas para cortar la hierba bajo el pie de un levantamiento popular de inspiración comunista. Robert Vandeputte era durante la Segunda Guerra Mundial presidente del Banco de Emisión (que trabajaba para los alemanes) y se volvería algunas décadas más tarde Ministro de Finanzas. De sus palabras “en 1944, los dirigentes empresariales estaban inquietos ante las tendencias revolucionarias. El comunismo se beneficiaba de un prestigio considerable. Temían, no sin razón, por las expropiaciones y las nacionalizaciones (...)”. [5]

Para mantener al capitalismo en este momento crítico, la patronal tenía necesidad de personalidades socialistas que montaran la almena para ayudar a la reconstrucción. El dirigente social-demócrata Van Acker, antiguo sindicalista, que se había involucrado demasiado en la colaboración con el ocupante al lado del Presidente del Partido Obrero Belga, Henri De Man, piloteó la patronal belga a través de los años más difíciles de su historia. Para la patronal, que en gran parte había trabajado para el ocupante, estaban en juego enormes intereses. Debía hacer consesiones pues tenía “el cuchillo sobre la garganta”. Había que evitar “lo peor”, es decir, un movimiento de masas revolucionario, apoyado por los partisanos e inspirado por la progresión del socialismo en Europa del Este.

Ya desde la guerra la burguesía había preparado un plan militar para este momento. Georges de Lovinfosse, agente enlace del gobierno en exilio en Londres y la Bélgica ocupada escribió: “La resistencia armada sobre la que queríamos mantener el control corría el riesgo de escapársenos... un levantamiento generalizado habría puesto a Bélgica bajo fuego y sangre... mi misión era... mantener en todo momento el control de la insurrección...” “El problema crucial era el siguiente: ¿Quién debe entre la Liberación y el retorno de las autoridades belgas asumir el poder civil y militar?” [6]

Pero se había elaborado también una estrategia de concesiones sociales en negociaciones clandestinas durante la guerra. A partir de 1942, una veintena de cuadros del sindicato cristiano belga CSC se reunieron a intervalos regulares bajo la dirección de su presidente August Cool. Para Cool, “Los días que seguirán a la Liberación serán capitales. Es entonces que uno decidirá si quiere vivir un nuevo periodo de agitación, de lucha de clases, de desconfianza entre trabajadores y empleadores, de división al interior de las fábricas y las empresas, o si uno prefiere la cooperación (...) Nosotros deseamos esta colaboración, debemos entonces echar a andar todo lo que está en nuestro poder para evitar los problemas, las huelgas, los conflictos”. [7]

En discusiones secretas, los patrones se habían asegurado la lealtad de negociadores socialistas y demócratas cristianos. El profesor Deleeck, antiguo senador demócrata cristiano escribió a propósito de este periodo: “En Bélgica, el desarrollo institucional de la economía de concertación y de la seguridad social fue elaborada durante la guerra durante entrevistas clandestinas entre empleadores y dirigentes de los trabajadores de todas las tendencias ideológicas (...) Los trabajadores se comprometieron a aceptar la autoridad propia de los patrones en la empresa (es decir, a renunciar al principio de la nacionalización de las empresas) y a colaborar lealmente a la intensificación de la producción nacional”. [8]

En el Pacto social de 1944, de común acuerdo, insertaron la frase crucial: “Los trabajadores respetan la autoridad legal de los jefes de las empresas y empeñan su honor para ejecutar su trabajo, fieles a su deber”. [9] Un comentario parecido en un periódico bursátil confirma: “Este pasaje ilustra perfectamente a dónde querían llegar los padres de este pacto: crear una estructura que pudiera erigir una muralla contra la nacionalización, promovida por el comunismo creciente”. [10]

El miedo de la burguesía era entonces muy real pero en parte no bien fundamentado. En su alianza, justa, con la burguesía patriótica durante la guerra, el PCB había al mismo tiempo abandonado su programa autónomo. Se había limitado al respeto del programa del Frente de la Independencia (FI) donde la burguesía había hecho inscribir “el respeto de las libertades constitucionales” (punto 6 del programa), es decir, de mantener al Estado burgués, al orden burgués. No buscó elevar las aspiraciones de los miembros de la resistencia más allá del objetivo de “cazar al ocupante”. Sin embargo, el pueblo no se batía solamente para botar al ocupante sino también para que se estableciera, después de esos años de horror, una sociedad justa y fraternal.

El PCB no tenía otra perspectiva para después de la guerra que la de cosechar las migajas del poder por la participación en el gobierno. Al siguiente día de la Liberación, el Frente de la independencia llamó a la restructuración del Estado, de sus instituciones, de sus “libertades constitucionales”. Llamó a la dirección del país al gobierno belga anterior a la guerra, refugiado en Londres, ese mismo gobierno que estuvo tan preocupado por proteger a los fascistas belgas y por aprisionar a los comunistas.

El programa del F.I. aprobado por el PCB, preveía incluso la liquidación de la Resistencia mediante su incorporación en la armada legal belga bajo pretexto de que aunque la guerra no había terminado, todo mundo sabía que su fin era próximo e inevitable. Por eso, había que desarmar a la Resistencia.

El miedo a la URSS, el poder de los partidos comunistas en ciertos países europeos, su influencia directa e indirecta sobre el sindicalismo, atenuaron las resistencias de las burguesías de Europa Occidental al progreso social. Se puede juzgar comparando las tasas de retención obligatorias (con respecto al PIB) de los países europeos respecto a las de Estados Unidos o las de Japón.

Las nacionalizaciones estaban igualmente al oden del día. A la Liberación en Francia, por ejemplo, De Gaulle nacionalizó en masa: las minas del Norte-Paso de Calais, Renault, Air France, el sector energético, la navegación, 4 grandes bancos, cajas de ahorros y 34 compañías aseguradoras. Eso produjo, en los países capitalistas, una alza de gastos públicos respecto al total de gastos nacionales.

Parte del gasto público en el producto nacional bruto de los Estados Unidos (en %)

1913

1929

1940

1950

1955

1960

1965

1970

7,1%

8,1%

12,4%

24,6%

27,8%

28,1%

30,0%

33,2%

Parte del gasto público (comprendido el seguro social) en el producto social neto de Alemania, a saber, la República Federal Alemana (en %) [11]

1913

1928

1950

1959

1961

1969

15,7%

27,6%

37,5%

39,5%

40,0%

42,5%

Hasta los años 80´s,los dirigentes sindicales alemanes del oeste, entre ellos el casi mítico presidente de la IG-Metall, Otto Brenner, tenían la percepción de que “durante las negociaciones con la patronal, un socio invisible pero sensible estaba siempre presente en la mesa, la RDA (República Democrática Alemana, Alemania Oriental Socialista)”. [12]

Un sindicalista alemán escribió “yo no era ciertamente un seguidor de la RDA. Pero había en esa época, durante las negociaciones con la patronal una cierta presión. Había en la época algunos logros en la RDA: pago del salario en caso de enfermedad de los niños, ampliación de días de asueto pagados, la jornada mensual libre y pagada para las mujeres, las reglas en materia de protección de las madres y los niños, la protección total contra el licenciamiento, el pago de horas suplementarias, todo eso tenía un efecto indirecto durante las negociaciones colectivas en la República Federal”. [13]

La prueba por la negativa

La Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética, y no la participación de los partidos socialistas en el poder, han sido los eventos más importantes del siglo 20 para los trabajadores de toda Europa. Esto se demuestra también por la negativa. Ahora que la presión política del socialismo ha desaparecido, se ha vuelto casi imposible para el movimiento sindical obtener más progresos. En los Países Bajos, en la ocasión de la adopción de una ley sobre las enfermedades y la invalidez mucho más restrictiva que la de los años 90´s, el periódico NRC-Handelsblad, publicó este título revelador: “Si Stalin viviera aún, o eventualmente Brejnev, nuestra nueva legislación no habría pasado”.

El filósofo y profesor gantés Fernand Vandamme va en el mismo sentido: “Debemos instaurar un gran sistema de seguridad social pues sin ésta, podríamos tal vez convertirnos en comunistas. Ahora que esa presión cayó, podría parecer atractivo para algunos el introducir por todos lados un sistema a la americana”. [14]

La competencia de nuevo entre socialismo y capitalismo, que empuja los logros sociales hacia el alza, ha cedido su lugar a una espiral sin fin hacia la baja. 54 países son actualmente más pobres que en 1990. De entre éstos, 17 se encuentran en Europa del Este y en la antigua Unión Soviética. [15] Después de la destrucción de una gran parte de la industria, toda Europa del Este se ha convertido en una reserva de mano de obra bien formada y barata, puesta en competencia con los trabajadores de Europa Occidental.

Desde la desaparición de la URSS, el movimiento obrero en Europa no ha tenido más que retrocesos, y eso a pesar e incluso a causa de la participación prácticamente ininterrumpida de los partidos social-demócratas en el poder.

Desde 1989, el famoso modelo Rhenan dice “la economía del mercado social” no ha producido ninguna ventaja social. Nuestros niños serán la primera generación desde los años 90´s cuya protección social será menor que la de sus padres. La jornada de 8 horas, la semana de 5 días y el empleo estable no son más que recuerdos. La mitad de los jóvenes en Bélgica comienzan su desempeño profesional con empleos a tiempo parcial. Los empleos de interinatos, precarios, crecen como hongos venenosos. En ciertos países incluso ricos como Alemania, hay que trabajar actualmente hasta los 67 años para tener derecho a una pensión de retiro completa. Entre tanto, millones de jóvenes no encuentran trabajo decente y no pueden instalarse y formar una familia. Muy pronto será imposible sobrevivir sin pensión privada complementaria, de ir a curarse al hospital sin un seguro privado complementario.. Pero estas pensiones y seguros privados son un lujo inaccesible para una gran parte de los trabajadores.

Los dirigentes europeos desean, a través de su agenda de Lisboa 2020, reforzar la famosa flexi-seguridad. Sus planes preven el desmantelamiento de una gran parte de las conquistas sociales en materia de contrato de trabajo, del derecho al pre-aviso.

Los servicios públicos de la energía, del transporte, del correo, de la distribución del agua, están siendo desmantelados y quedando liberados a las multinacionales. En lugar de asegurar los servicios básicos para la población, no aseguran más que dividendos indecentes a los accionarios de Suez, de Veolia y otros. Al mismo tiempo los pobres, incluso con un empleo, deben mendigar cheques de energía para poder alumbrarse y calentarse.

Desde la desaparicion de la URSS, 10% del producto nacional bruto de Bélgica, 10% de todas las riquezas utilizadas previamente para la seguridad social y los servicios públicos, han pasado de los fondos colectivos de la seguridad a los cofres de los detentores del capital.

Y después de 10 años, el mundo capitalista se ha hundido en una nueva crisis, la más grave desde los años 1930´s. La riqueza mundial ha disminuido. El desempleo, en la mayor parte de los países, ha aumentado en más de la mitad. Para la Unión Europea, ha habido 5 millones más de desempleados.

En su polémica con la oposición troskista, Stalin decía durante el 7o Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista: “¿Qué pasaría si el capitalismo llegara a aplastar la República de los soviets? Eso instauraría una era de reacción extrema en todos los países capitalistas y coloniales. La clase obrera y los pueblos oprimidos serían tomados del pescuezo, las posiciones del comunismo internacional se habrían perdido”. [16] Estas palabras se verifican actualmente.

Después de la desaparición de la URSS, a la cual contribuyeron fuertemente, los socialistas europeos no se ha vuelto a obtener un centímetro de progreso social. Todo esto reduce a un estado de fábula el argumento de que los logros sociales del siglo 20 son de su haber. Si su política hubiera prevalecido,no habría habido jamás una Unión Soviética, y la burguesía habría podido dormir sobre sus laureles durante más tiempo aún.

Desde el comienzo de la Revolución de Octubre los dirigentes social-demócratas, y entre ellos los dirigentes del Partido Obrero Belga, estuvieron a la vanguardia del combate contra el nuevo estado socialista. En mayo y junio de 1917, en plena revolución democrática rusa, los jefes del POB Vandervelde, De Brouckére y De Man fueron al frente ruso para incitar a los obreros y campesinos rusos a continuar la guerra contra los alemanes al lado de los franceses, ingleses y belgas. De Brouckére y su colega De Man incluso aconsejaron a los responsables rusos para lanzar la ametralladora sobre soldados del séptimo cuerpo siberiano que se amotinaban. Cuando en diciembre de 1917, una coalición internacional dirigida por Francia e Inglaterra invadieron Rusia y provocaron una guerra civil sangrienta al lado de los contra- revolucionarios dirigidos por los antiguos oficiales zaristas, los dirigentes del POB se encontraban del lado de la contra-revolución. Durante toda la guerra civil, el periódico del POB, El Pueblo, condujo una campaña violenta contra la Revolución de Octubre y las otras revoluciones en Europa. En diciembre de 1918, escribió que “un éxito de los espartaquistas en Alemania necesitaba una intervención de las tropas anglo-francesas”. En mayo de 1919, apoyó la intervención extranjera contra el poder soviético. [17]

Los nuevos socialistas

Pero he ahí que aparecen “nuevos socialistas” que rescatan esta fábula de la basura de la historia. Defienden el reformismo de los “antiguos socialistas” contra los neoliberales de la social-democracia del tipo Schröder, Blair. En Alemania, Gregor Gysi, el dirigente del Partido “Die Linke” es uno de éstos. En agosto de 1999, publicó “12 tesis por una política del socialismo moderno”. [18] Ahí habla de “la era social-demócrata” y su grandes conquistas: “el desarrollo de la productividad, la innovación y la elevación cultural de grandes estratos de la población en el curso de los últimos 50 años obtenidos, entre otros, gracias a la gran influencia de la social-demócrata” (Tesis 2).

En una crítica mordaz de estas tesis, el historiador comunista alemán Kurt Gossweller [19] revira: “El aumento de la productividad y la innovación no tienen nada que ver con la social-democracia. A lo largo de esta era llamada social-demócrata, los Estados Unidos estaban al frente de estas evoluciones”. “De hecho, si se toma como criterio la segunda mitad del siglo 20, la SPD (social-demócratas) estuvo en el gobierno sólo 16 años y dirigió el gobierno por 13 años. Durante 37 años, fue la CDU (cristiano-demócratas) quienes dirigieron el barco. La situación en los los otros países de Europa Occidental fue similar”.

Gysi describe este periodo como “una larga fase de prosperidad, de empleo total, del desarrollo del poder de compra ligado al aumento de la productividad, de prestaciones sociales ligadas al desarrollo de ingresos del empleo, sin poder vencer, sin embargo, totalmente la pobreza. La participación de la población avanzaba: co-gestión en las empresas. Se crearon instituciones que defendían los intereses de los trabajadores y reemplazaban en parte el principio del capital por el de la participación social. Todo ello gracias, primero, a los sindicatos, después a la social-democracia y a los movimientos socialistas, y finalmente, a la competencia con el socialismo del Estado”.

Gossweller se sorprende de que Gysi mencione la presión de los países socialistas al final. “Es extraño: todas las instituciones a las que Gysi atribuye los progresos sociales existen aún. Lo que es más, la social-democracia dirigió el gobierno en los primeros años del siglo 21, no con la derecha, ¡sino con los verdes! Pero después de la fecha exacta del fin de la “competencia con el socialismo de Estado”, estas instituciones no han logrado realizar nada en beneficio de los trabajadores. No han podido incluso evitar el movimiento en un sentido contrario a aquel de la época de la competencia. No vemos más que un retroceso y esto se agravó bajo Schröder. No hablo incluso de la última conquista de la social-democracia: el regreso de Alemania como potencia que participa en guerras”.

Y uno se sorprende con Gossweller del hecho de que Gysi, que admira tanto los logros de la antigua social-democracia, “no cante más alabanzas a reformas tales como la reforma agraria que dio la tierra de la RDA a aquellos que la trabajaban, o la colectivización de medios de producción por la expropiación de grandes bancos e industrias, el logro de la igualdad de derechos de las mujeres, la generalización de la enseñanza, de los cuidados a la salud gratuitos, del derecho al trabajo. Estos son logros que ningún partido social- demócrata realizó. Existían en la República Democrática Alemana (RDA). Para los nuevos socialistas a la Gysi, únicamente la social-democracia tiene derecho al respeto. En cuanto a los logros realmente históricos de la RDA, hay que, según las palabras de Gysi en el Congreso de Berlín del PDS en enero de 1999 ”poner al día sin miramientos y de forma crítica los rendimientos que han existido en la RDA.” ¿Qué podemos concluir? Los nuevos socialistas no aprecian ni defienden más que las reformas que no tocan al capitalismo. Aquellas que ejecutan los fundamentos del capitalismo no son dignos más que de críticas “sin miramientos””.

El legado de la Revolución de Octubre

No, la liquidación de los Estados socialistas no fue un “avance a la libertad”, ¡fue un proceso contra-revolucionario que se dió en razón de los logros sociales y humanos de los pueblos del Este!

Actualmente. El debate entre los que se reivindican en la herencia de la Revolución de Octubre y los seguidores de una nueva variante de la social-democracia es el orden del día. En la clase obrera, la social-democracia tradicional es cada vez más discreta. Algunos quieren tomar su lugar al hablar de un “socialismo moderno”, donde no será necesario socializar los medios de producción. Prometen, sin querer tocar las bases económicas del sistema, “una alternativa progresista”, “la paz”, “la justicia social”, “un desarrollo durable” que todos nosotros deseamos de nuestros votos.

La crisis múltiple en la cual se encuentra el capitalismo ofrece sin embargo oportunidades y posibilidades para poner de nuevo al socialismo en el centro del debate político. Es lo que debe admitir Joseph Stiglitz quien renunció, en su tiempo, de su puesto de economista en jefe del Banco Mundial: “El combate por las ideas para saber qué sistema económico es el mejor para la gente es una herencia de la crisis actual. En ninguna parte, este combate es más acalorado que en el tercer mundo, en Asia, América Latina y África, donde vive el 80% de la humanidad. Ahí, la lucha de ideas entre el capitalismo y el socialismo causa furia. (...) Después de la caída del muro, los países comunistas de Europa del Este reemplazaron a Karl Marx por Milton Friedman. La nueva religión no les ha aportado ninguna salvación. Muchos países pueden llegar a la conclusión de que no solamente el capitalismo de libertad a la americana se ha liquidado por un fracaso, sino también que el concepto mismo de la economía de mercado no funciona”. [20]

Siendo los tiempos de la crisis más feroz de los últimos 70 años, hay que decirlo claramente: la economía de mercado, el capitalismo, no funciona. No se puede crear una versión sin crisis, sin desempleo, sin guerras. Sólo se puede reemplazar a través de una revolución socialista, el socialismo de los grandes medios de producción, el poder político de los trabajadores, la democracia para la gran mayoría.

El siglo 20 habrá sido el siglo de la repetición general de la revolución socialista mundial. La experiencia tanto positiva como negativa permite a todas las fuerzas anticapitalistas tener una mejor compresión de la justicia histórica a principios de la Revolución de Octubre. En efecto, en el transcurso de la primera mitad del siglo 20, la fidelidad a los principios marxistas-leninistas ha aportado victorias a las fuerzas revolucionarias en el mundo entero; en el curso de la segunda mitad de ese siglo, su liquidación progresiva por el revisionismo ha provocado desafíos azotadores a nivel mundial.


[1] Études marxistes no 67-68, Kurt Gossweiler, Hitler : L’irrésistible ascension ? chapitre 5, « Origines et variantes du fascisme », Ediciones Aden, Bruxelles, 2006.

[2] J. Bartier, La politique intérieure belge (1914-1940), Bruxelles, 1953, t. 4, p. 47. Citado en Claude Renard, Octobre 1917 et le mouvement ouvrier belge, 1967, Ediciones de la Fondation Jacquemotte, Bruxelles, p. 63.

[3] Le mouvement syndical belge, no 5 del 25 mayo 1936.

[4] Idem, no 10 del 20 octubre 1934.

[5] Trends, 14 octubre 1993, p. 172.

[6] Georges de Lovinfosse, Au service de Leurs Majestés : Histoire secrète des Belges à Londres, Byblos, 1974, p. 186-187 et 196.

[7] Peter Franssen et Ludo Martens, L’argent du PSC-CVP, Ediciones EPO, p. 29- 30.

[8] Herman Deleeck, De architectuur van de welvaartstaat, ACCO, 2001, p. 2. Citado en Carl Cauwenbergh, « La sécurité sociale n’est pas une conquête de la social- démocratie », Études marxistes no 27, 1995, p. 15.

[9] Projet de convention de solidarité sociale, 28 abril 1944.

[10] Financieel Economische Tijd, 19 octobre 1993.

[11] US Department of Commerce, Long Term Economic Growth, Statistical Abstract of the United States 1971. Elemente einer materialistischen Staatstheorie, Frankfurt 1973.

[12] http://www.prignitzer.de/nachrichten/mecklenburg-vorpommern/artikeldetail/article/111/der-anfang-vom-ende-der-ddr.html.

[13] http://www.wer-weiss-was.de/theme75/article3238793.html.

[14] De Morgen, 4 septembre 1993. Citado en Carl Cauwenbergh, « La sécurité sociale n’est pas une conquête de la social-démocratie », Études marxistes no 27, 1995, p. 17.

[15] Datos de las ediciones 2003 y 2006 de los Reportes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas .

[16] J. V. Staline, Intervención en el 7e Pleno aumentado del Comité ejecutivo de la Internacional comunista, otoño de 1926.

[17] Émile Vandervelde, La Belgique envahie et le socialisme international, Berger- Levrault, Paris 1917.

[18] http://www.glasnost.de/pol/gysiblair.html, août 1999.

[19] Kurt Gossweiler, « Der “Moderne Sozialismus” — Gedanken zu 12 Thesen Gysis und Seiner Denkwerkstatt », http://www.kurt-gossweiler.de/artikel/gysi12t.pdf.

[20] http://www.ihavenet.com/economy/Stiglitz-Will-Capitalism-Survive-The-Wall-Street-Apocalypse.html, cité dans « La crise, les restrictions et les germes du changement », Resolución del Consejo Nacional del PTB, 15 marzo 2010, http://www.ptb.be/fileadmin/users/nationaal/download/2010/03/crise.pdf.