Actualmente, los comunistas en Rusia han estado encarando el problema de establecer su posición con respecto al conflicto de los capitalistas rusos con una parte de la oligarquía imperialista occidental. Considerando que el principal motivo de este conflicto es la pugna por el control sobre Ucrania, manifestado en el apoyo al fascismo realizado por varias potencias lideradas por los EEUU, el conflicto tiene un alcance más amplio. Podemos observar la confrontación sobre el asunto sirio entre Rusia por un lado, y EEUU y ciertos países europeos por otro. Podemos ver que las políticas rusas van dirigidas a crear lazos amistosos con enemigos de los EEUU como Cuba, Vietnam, Venezuela o la República Popular Democrática de Corea; o la creación de la Unión Económica Euroasiática, encabezada por Rusia en el territorio de la URSS, como muestra de rivalidad frente a los EEUU y la UE. Podemos observar pasos dirigidos hacia el establecimiento de la cooperación con China y los intentos de organizar a los países BRICS para que representen una suerte de alternativa a la hegemonía mundial estadounidense.
Comunistas de todos los países, especialmente de aquellos que no pertenecen al más estrecho circulo de las potencias imperialistas que roban al resto del mundo, han estado encarando similares cuestiones en referencia a la posición frente a las políticas imperialistas, así como frente las políticas de sus propios gobiernos. Para resolver estas cuestiones debemos primero analizar las políticas de Lenin y de la URSS con relación a las alianzas imperialistas y a la rivalidad inter-imperialista.
Lenin expresó su punto de vista respecto a las alianzas imperialistas (refiriéndonos no solo a las alianzas militares y diplomáticas, sino a las tendencias profundamente arraigadas de unificación para la creación de alianzas económicas y políticas de tipo estatal o semi-estatal), en su famoso artículo “Sobre la consigna de los Estados Unidos de Europa”[1]. Sin dejar de reconocer el cierto papel progresista que esta consigna pudiera haber jugado bajo circunstancias concretas (el artículo fue escrito en 1915), si se hubiera vinculado a la finalización revolucionaria de la guerra imperialista y el derrocamiento de las monarquías rusa, alemana y austriaca, Lenin expresó su opinión negativa acerca de este lema que, desde su punto de vista, generaba una ilusión de la posbilidad de crear alianzas progresistas en condiciones de capitalismo en su fase final, la fase imperialista.
“Desde luego, son posibles acuerdos temporales entre los capitalistas y entre las potencias. En este sentido son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un acuerdo de los capitalistas europeos...¿sobre qué? Sólo sobre el modo de aplastar en común el socialismo en Europa, de de fender juntos las colonias robadas contra el Japón y Norteamérica, cuyos intereses están muy lesionados por el actual reparto de las colonias”. Al mismo tiempo, Lenin aceptó y consideró necesario usar las contradicciones entre las potencias mperialistas y sus alianzas en interés del Estado proletario.
En su artículo “Acerca de la sarna”[2], Lenin probó la posibilidad de cooperación con una alianza imperialista para defender al Estado proletario contra otra alianza imperialista. Lenin se refería a la asistencia de los imperialistas británicos y franceses contra el avance de las tropas alemanas (este fue un momento en 1918 en el que Alemania reanudó su avance por haber roto las conversaciones de paz).
“Si Kerenski, representante de la clase burguesa dominante, es decir, de los explotadores, concluye un acuerdo con los explotadores anglo-franceses para recibir de ellos armas y patatas y, al mismo tiempo, oculta al pueblo los tratados que prometen a un bandido (en caso de éxito) Armenia, Galitzia y Constantinopla, y a otro Bagdad, Siria, etc., ¿será difícil comprender que este acuerdo es expoliador, truhanesco y abyecto por parte de Kerenski y sus amigos?
No. No será nada difícil comprenderlo. Lo comprenderá cualquier campesino, hasta el más ignorante y analfabeto.
Pero ¿podrá censurarse a un representante de la clase explotada y oprimida por haber cerrado un “trato con los bandidos” anglo-franceses, por haber recibido de ellos armas y patatas a cambio de dinero o de madera, etc., después de que esa clase ha derrocado a los explotadores, ha publicado y anulado todos los tratados secretos y expoliadores y ha sido atacada bandidescamente por los imperialistas de Alemania? ¿Podrá considerarse deshonesto, vergonzoso e indecente ese acuerdo?
No. Toda persona sana comprenderá eso y ridiculizará como payasos a quienes se les ocurra pretender demostrar con altanería y aire doctoral que “las masas no comprenderán” la diferencia que existe entre la guerra bandidesca del imperialista Kerenski (y sus tratos deshonestos con los bandidos sobre el reparto del botín saqueado en común) y el acuerdo kaliaeviano del gobierno bolchevique con los bandidos anglo-franceses para conseguir de ellos armas y patatas a fin de rechazar al bandido alemán”.
El tratado de paz de Brest, que fue firmado con Alemania poco después, fue también un ejemplo del uso de las contradicciones entre imperialistas para mantener y desarrollar la dictadura del proletariado, así como el tratado firmado en Rapallo con Alemania en 1922. Por supuesto, el más conocido de estos ejemplos es la coalición Anti-Hitler entre la URSS, Gran Bretaña y los EEUU dirigida contra la Alemania fascista y sus aliados del Pacto Anti-Comintern. Podemos afirmar que fueron exactamente las fuerzas de la Comintern, con el apoyo de las fuerzas democrático-burguesas, las que consiguieron la victoria sobre el fascismo.
La actual situación en el mundo está caracterizada por el incremento de las rivalidades entre imperialistas. EEUU continúa dominando el mundo, oportunidad que se hizo posible tras la caída de la URSS. Sin embargo, otros imperialistas se esfuerzan por socavar sus posiciones. Estos son los imperialistas de la Unión Europea, con Alemania y Francia a la cabeza; podemos mencionar también a China, cuya producción industrial puede ser comparada con la estadounidense, y también a Rusia.
La Rusia moderna es el mayor “fragmento” de lo que fue la URSS. A pesar de la destrucción del potencial industrial y científico-tecnológico en comparación con la era soviética, todavía representa un poder lo suficientemente serio que posee armas nucleares. Al final de la década de los noventa, el capital ruso había completado el robo de la propiedad social a través de las privatizaciones, pasando rápidamente la etapa de concentración de capitales y alcanzando la etapa del capital monopolista. El capital construyó su sistema político y, tan pronto como se dejó de sentir el peligro directo de la restauración del socialismo (en particular porque sabían cómo utilizar a los oportunistas), el gran capital de Rusia comenzó a mantener una política exterior belicosa mientras aspiraba a obtener “un lugar bajo el sol”.
Sin embargo, a pesar de la verborrea patriótica y el actual deterioro de las relaciones con Occidente, Rusia actualmente sigue siendo una fuente de materias primas y un mercado para la venta de sus productos (actualmente para los productos de China, y en particular del multinacionales occidentales que tiene sus fábricas allí). Por todas las superganancias de las exportaciones de petróleo y gas, así como otros recursos naturales, no ha existido una real y sustancial modernización económica, ni mucho menos se ha alcanzado durante los años de Putin en el poder el nivel de la producción soviética. Al mismo tiempo, existen todavía ciertas empresas de alta tecnología y centros científicos que sobreviven de la época soviética, en particular en el campo de la industria militar. Las políticas débiles y vacilantes del Estado ruso en sus relaciones con las potencias imperialistas principales están determinadas por varias circunstancias. En primer lugar, su débil base material y sus recursos humanos insuficientes (la población de Rusia es menos de la mitad de la población de la URSS y, a diferencia de ésta, no tiene aliados militares ideológicamente motivados); segundo: su dependencia de la clase dominante de Rusia en Occidente. Lo podemos observar en el caso del conflicto en Ucrania: por un lado, la anexión de Crimea y el apoyo a la insurrección en el Donbass – inicialmente débil, pero mas tarde sustancial -, y por otro lado, las promesas de Putin de no dejar ocurrir el derramamiento de sangre en el Este de Ucrania únicamente se mantuvieron en promesas. Rusia sigue haciendo concesiones a Occidente, firma acuerdos desventajosos y hace a los insurgentes detener su avance en los momentos cruciales. De manera casi inmediata tras el golpe, Rusia reconoció al nuevo régimen de Kiev, ayudándolo así a fortalecerse y a desatar la guerra en el Donbass. El gobierno ruso, parcialmente bajo la presión de Occidente pero basándose principalmente en los intereses del capital ruso (reteniendo enormes propiedades y mercados familiares), ha estado garantizando a Ucrania condiciones económicas favorables – las autoridades rusas indignadas por las políticas de Kiev afirmaron que habían prestado a Ucrania una asistencia por la suma total de unos 100 mil millones de dólares (descuentos, créditos, etc.), mientras que EEUU únicamente proporcionó una ayuda por valor de 5 mil millones de dólares. También podemos añadir que los capitalistas rusos hacen todo lo posible para evitar una ruptura seria con Occidente y que sólo se esfuerzan por negociar condiciones mas ventajosas para la “asociación”. Mientras tanto, en realidad los capitalistas rusos han estado ayudando a los EEUU a implementar sus planes anti-rusos, en particular sus planes dirigidos a interrumpir la cooperación e integración económica entre Rusia y Europa. El volumen del comercio entre los países de la Federación Rusa y de la UE antes de la implementación de las sanciones fue en torno a 420 mil millones de dólares en total (132 de importaciones y 282 de exportaciones), mientras que entre los EEUU y la UE fue de aproximadamente 500 mil millones de dólares – podemos ver que estas dos cifras son bastante comparables, lo cual significa una competencia real. La introducción de las sanciones ha reducido el volumen del comercio entre la FR y la UE en un 12’2% en importaciones y en un 7’1% en exportaciones. Al mismo tiempo, las importaciones estadounidenses con destino a Rusia se han incrementado en un 23% y las exportaciones rusas a EEUU un 7%. De este modo se ve la guerra de sanciones llevada a cabo simultáneamente contra Rusia y contra la UE.
En lo que se refiere al imperialismo occidental, éste no está unido. La UE es de hecho un competidor mucho más fuerte para EEUU que Rusia, y el conflicto en torno a Ucrania permitió a los EEUU destruir la emergente alianza entre la FR y Alemania para crear un frente unido de potencias occidentales contra Rusia bajo el liderazgo estadounidense; éste es un gran éxito de Washington en su lucha no sólo contra Rusia, sino también contra los competidores europeos, dejando al margen la lucha por Ucrania y por el sojuzgamiento de sus aliados europeos.
El potencial económico de la UE aún excede su significancia política, que podría explicarse por la ausencia de unidad en esta estructura difusa. Aparte de esto, hay varios Estados dentro de la UE que actualmente actúan como agentes de los EEUU. Mientras tanto, todo esto ayuda a los EEUU en su intención de hacer que la UE siga su línea política.
El papel de China ha aumentado. Este país, mientras persigue sus propios intereses económicos, ha comenzado a apoyar a Rusia en una serie de cuestiones, logrando evitar cualquier implicación en conflictos agudos con sus competidores, aunque esto en el futuro será probablemente inevitable.
En el léxico político ha aparecido la palabra BRICS (una abreviación de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Este acrónimo se refiere a una alianza informal, una forma de cooperación de Estados considerablemente fuertes que tratan de llevar a cabo políticas que serían más independientes de Washington y que aspiran a reconsiderar el “modelo unipolar” del mundo. Mientras tanto, esta alianza es más bien un elemento teórico, dado que no se han firmado acuerdos vinculantes y que los intereses de estos Estados no siempre son coincidentes.
Cuando en la mayoría de los países todavía continúa la reacción capitalista que siguió a la caída de la URSS y del Bloque del Este, y los capitalistas pueden empezar a luchar por la redistribución del mundo sin obstáculos, podemos observar lo contrario en América Latina: un “giro a la izquierda” que comenzó a finales de los noventa. Allí apareció un bloque de países (ALBA) que proclamaron la vía socialista de desarrollo y el anti-imperialismo, bloque dirigido por Cuba y Venezuela. Incluso algunos gobiernos moderados de América Latina, como los gobiernos de Argentina y Brasil, han estado intentando llevar adelante políticas más independientes respecto a Washington y toman en cuenta las demandas de las masas trabajadoras en mayor medida. Dicha situación América Latina puede ser explicada no sólo por condiciones político-sociales objetivas (tan pronto como comenzó la segunda mitad del siglo XX, América Latina se convirtió en uno de los lugares potenciales de la revolución social), sino también por el hecho de que, tras la contrarrevolución en la URSS y en Europa del Este, en América Latina permaneció un Estado socialista: Cuba. Este Estado, siendo pequeño, mantuvo hasta cierto punto su capacidad de influencia en los procesos de la región. Partidos revolucionarios de izquierda también han trabajado por mantener su potencial y su influencia ideológica. Por eso, los levantamientos populares allí no han conducido al cambio de unos gobiernos burgueses por otros, o peor aún, como fueron los casos de Egipto o Ucrania, pero al menos en ciertos casos se lograron cambios reales de poder en interés de las clases trabajadoras. Consideramos esencial mencionar que tales reformas progresistas anti-imperialistas son caracterizadas por una serie de políticos de “izquierda” como la vía del Socialismo del Siglo XXI, lo cual en nuestra opinión no es correcto y, pero aún, es perjudicial. Esa fascinación por las reformas (en la mayoría de los casos progresistas) conduce al rechazo de las más básicas leyes de la transición al socialismo, al propio comunismo científico. En el periodo de la presidencia de Chávez, Venezuela se convirtió en el líder en la implementación de estas reformas. Sin embargo, también existen debilidades propias en el movimiento revolucionario de América Latina. Podemos mencionar aquí la influencia de la ideología pequeño-burguesa, la inconsistencia en la implementación de cambios socialistas y la adoración de la democracia burguesa por muchos de sus líderes. También debemos recordar que los países del ALBA no son los más fuertes y grandes en el marco de América Latina y su capacidad para resistir frente al imperialismo es limitada.
Como es sabido, el proceso de producción y concentración de capitales, la transición del capitalismo pre-monopolista al monopolista y, posteriormente, al monopolista de Estado, son procesos históricamente determinados y, tomando este hecho en consideración, son progresistas en la medida que crean las condiciones materiales para el socialismo. “O dicho en otros términos: el socialismo no es otra cosa que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista”[3]. Por supuesto esto no significa que el proletariado no deba luchar contra el capitalismo monopolista de Estado. Si, el capitalismo monopolista de Estado crea las condiciones materiales para el socialismo, por eso los intentos de hacer retroceder a las etapas pre-monopolistas del capitalismo a favor de “los pequeños y medianos negocios” sería reaccionario. Sin embargo, la segunda parte de la cita de Lenin no es menos importante: este capitalismo monopolista de Estado debe de ser destruido como monopolio capitalista mediante la revolución socialista, transformándolo para que beneficie a todo el pueblo. Hasta que no se lleve a cabo la revolución y mientras el capitalismo monopolista de Estado explote y reprima al conjunto del pueblo trabajador, la principal tarea del proletariado sigue siendo la lucha por la destrucción del capitalismo, por la transformación de las pre-condiciones materiales en socialismo real, en propiedad pública preservada por el poder de la clase obrera. Esta es la dialéctica del desarrollo social.
Todo ello es aplicable a las alianzas capitalistas internacionales como la UE y la Unión Económica Euroasiática.
Por un lado, bajo condiciones del imperialismo internacional, las alianzas económicas y políticas promueven el desarrollo de medios de producción, la concentración de la industria y del capital, es decir, procesos progresistas. Por otro lado, bajo el capitalismo sólo son posibles las alianzas desiguales, cuando los aliados más débiles son sometidos y explotados por los más fuertes y su desarrollo se ve a menudo desigual y malformado. Un ejemplo típico de estas alianzas es la Unión Europea y la zona Euro, donde dos Estados, Alemania y Francia, imponen sus condiciones a todos los demás. Tal situación puede dar lugar a un retroceso en la industria en ciertos países, en lugar de a su desarrollo, en virtud de la posición asignada al país en el marco de la división del trabajo dentro de la Unión. Grecia, los países de Europa del Este y los Estados bálticos pueden ser mostrados como ejemplos de la degradación que siguió a su integración en la UE. En caso de que la alianza económica se vea también acompañada de una alianza política, esta nueva entidad supranacional se convierte en una poderosa herramienta de las clases dominantes para subyugar a las clases trabajadoras de los Estados nacionales. La transición de muchos poderes de los Estados-nación a las instituciones europeas privó al pueblo trabajador de incluso las limitadas posibilidades de influir en las políticas de sus gobiernos que solían tener los trabajadores en sus respectivos Estados-nación. Es bastante obvio que estas uniones sirven al propósito de intensificar la explotación del proletariado y de incrementar los beneficios de la oligarquía financiera.
En cuanto a las uniones aduaneras y a la Unión Euroasiática dirigida por Rusia, son también alianzas imperialistas creadas en beneficio del gran capital de los países participantes, en primer lugar de los intereses del capital monopolista ruso que somete a los más débiles Estados post-soviéticos (compitiendo por ellos con los EEUU y la UE). Sin embargo, sería erróneo oponerse a la integración económica y a las tendencias de unificación del territorio ex-soviético, pues la URSS solía ser un complejo económico unido y, en cierta medida, lo sigue siendo incluso en una forma capitalista, más aún cuando los comunistas de las antiguas repúblicas soviéticas siempre han llamado a la reunificación de nuestro pueblo.
En todo caso, por el momento esta alianza no presenta aparentemente ninguna condición desigual para los participantes. Debemos señalar que este proceso de “integración euroasiática” se encuentra en sus fases iniciales; aún no hay discusión alguna acerca de introducción de una moneda o la creación de un Estado común. Además, dado que los imperialistas rusos son más débiles que los de Estados Unidos o los de Europa occidental, se ven obligados a ofrecer condiciones más ventajosas para atraer a socios menores, lo cual mejora las condiciones de reproducción y lucha obrera en las antiguas repúblicas soviéticas.
Aún así, los comunistas deben abstenerse de brindar un apoyo inequívoco a la Unión Económica Euroasiática (así como de otorgar a esta unión una posibilidad de desarrollo progresista y una posible solución a ciertos asuntos de manera favorable a los trabajadores). No debe hacerse porque, independientemente de lo que afirman algunos patriotas de “izquierda”, esta unión no tiene nada que ver con la Unión Soviética aparte de la superposición parcial de ciertos territorios. También debemos recordar que en esta unión participan ciertos regímenes reaccionarios como el de Kazajistán, que reprime brutalmente toda oposición, en particular la comunista, y ataca a los trabajadores en huelga (como en Zhanaozen).
Hay otra amenaza que es aún más importante: el apoyo activo proporcionado por los comunistas rusos (o, para ser mas exactos, su parte oportunista) a las alianzas pro-rusas en los territorios post-soviéticos eventualmente podría atraer a los comunistas a la trampa de la ideología patriótico-burguesa, que podría infectarlos con el virus del social-chovinismo y apaciguar el odio hacia sus propios opresores. Pensamos que, incluso sin nosotros, los monopolistas rusos podrían garantizar la implementación de los rasgos “progresistas” de la integración euroasiática (como el crecimiento económico o la defensa contra la expansión del imperialismo estadounidense) en caso de estar en condiciones de hacerlo (en caso contrario, nosotros no podremos ayudarles de manera alguna), mientras que no hay nadie para luchar contra el chovinismo de gran potencia, salvo nosotros.
Creemos que, en este momento, la actitud general de los comunistas rusos frente a la Unión Económica Euroasiática debe de ser tranquila y equilibrada. Debemos discutir las fortalezas y debilidades de la unión mientras que clarificamos lo que es positivo o negativo. Al mismo tiempo, no hay que oponerse a esta unión por razones antiimperialistas, ni proporcionar apoyo acrítico al considerar este proceso como un supuesto regreso a la URSS.
También podemos aplicar razonablemente estas consideraciones cuando analizamos la idea de crear la unión estatal entre Rusia y Bielorrusia. En este caso también debemos tener en cuenta el hecho de que el capital ruso se esfuerza por hacerse cargo de la amplia economía centralizada que ha sido preservada (y que incluso se ha desarrollado) en Bielorrusia desde los tiempos soviéticos. El PCOR apoya las políticas del Presidente bielorruso destinadas a repeler los intentos de diferentes tipos de “privatizadores”, tanto locales como extranjeros, conservando el potencial industrial de la república. Los comunistas se oponen a las intenciones depredadoras del capital ruso para hacerse con la economía bielorrusa y apoyan por todos los medios el proceso de acercamiento y la combinación de esfuerzos de los trabajadores de ambos países en su lucha conjunta por el Socialismo.
Por el momento, la Unión Europea es una poderosa organización supranacional y una herramienta de la dominación del capital monopolista sobre los pueblos de sus países miembros. Por eso las demandas de los comunistas de varios países europeos de abandonar tanto la Unión Europea como la zona Euro son bastante justas. Sin embargo, estas demandas tienen sentido sólo cuando son combinadas con demandas de introducir cambios sociales radicales y con el cambio del orden social imperante, tal y como hace el Partido Comunista de Grecia. Las consignas por el abandono de la UE o de la zona Euro que dejan intacta la dominación capitalista, lanzadas por diferentes fuerzas derechistas y nacionalistas, así como por grupos que se hacen llamar “de izquierdas” que en realidad son pro-burgueses y oportunistas, no pueden ser consideradas como progresistas en absoluto. En caso de que surgiese una situación revolucionaria en la mayoría de los países de la UE o en sus países dirigentes, las consignas por el abandono deberían probablemente ser retiradas. En caso de que la UE interrumpiese cambios progresistas en un país, entonces el abandono de la UE sería un paso necesario y razonable.
Debemos analizar por separado la situación en Ucrania y Novorossia. El orden social capitalista fue establecido en Ucrania de manera similar al resto de repúblicas soviéticas tras el golpe contrarrevolucionario de 1985-1991 y la destrucción de la URSS. Mientras el capital ruso que obtuvo la mayor parte del país lograba estabilizar la situación en Rusia a finales de los noventa y, a pesar de su dependencia respecto a Occidente, comenzaba a jugar un papel relativamente independiente en el mundo mostrando sus propias ambiciones imperialistas, Ucrania se convertía en el campo de batalla de potencias imperialistas en competencia (EEUU, UE y Rusia) y los correspondientes clanes oligárquicos. La cooperación económica entre Ucrania y Rusia, especialmente en el ámbito de la industria militar, contribuyó significativamente al mantenimiento y crecimiento del potencial militar del imperialismo ruso.
En febrero de 2014 tuvo lugar un golpe de Estado reaccionario en Ucrania. Este golpe fue organizado por los EEUU, la UE y un grupo de grandes capitalistas locales estrechamente asociados con Occidente. En el país se estableció un régimen títere semi-fascista, cuya ideología combina el nacionalismo, el anticomunismo y el anti-sovietismo, y sus políticas van dirigidas a convertir Ucrania en una colonia de los EEUU y de la UE hostil a la Federación Rusa.
El denominado “Partido Comunista de Ucrania” dirigido por Simonenko es un partido derechista y oportunista similar al ruso PCFR. En los noventa, el partido disfrutó de una influencia significativa y Simonenko disputó a Kuchma la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 1999, contando con un apoyo de alrededor del 40% de la población. Sin embargo, la falta de escrúpulos y la conciliación de este partido llevaron a perder su confianza popular, mientras que no hubo suficiente tiempo para la aparición y fortalecimiento de genuinos partidos comunistas. Por ello, la justa indignación del pueblo ante la abominación del capitalismo fue utilizada por fuerzas burguesas derechistas, incluyendo nacionalistas, fascistas y agentes del imperialismo, mientras que el movimiento anti-fascista que apareció mas tarde en el Sudeste de Ucrania se quedaba sin organización de clase y sometido al imperialismo ruso. Aun así, consideramos necesario mencionar que, si bien existen serias razones para criticar el oportunismo del PCU, condenamos enérgicamente la decisión de las actuales autoridades de Ucrania de prohibir todos los partidos comunistas. Mostramos nuestra solidaridad con la lucha de los comunistas ucranianos contra la represión desatada por la Junta de Kiev.
Indudablemente, debemos considerar la lucha anti-fascista de las repúblicas de Donetsk y Lugansk como progresistas. A pesar del hecho de que ambas repúblicas son de naturaleza burguesa, de que son pro-rusas, de que pueden ser observadas varias tendencias reaccionarias entre los insurgentes (como nacionalistas, monárquicos, Guardias Blancos), se mantiene la democracia burguesa y los comunistas tienen la posibilidad de actuar y promover sus posiciones (a pesar de determinadas limitaciones como, por ejemplo, la imposibilidad de participar en las elecciones), y han aparecido unidades de izquierda dentro del ejército insurgente de Lugansk. La simbología soviética ha sido preservada, y el respeto a la herencia soviética, especialmente a la memoria de la II Guerra Mundial, ha sido ampliamente practicado. Todo ello difiere en mucho de las obras del régimen de Kiev, donde se considera héroes a los colaboradores de Hitler, Bandera y Shukhevich, y donde la ideología comunista ha sido prohibida.
Las políticas de Rusia hacia el Donbass y Ucrania tienen un carácter ambivalente. Por un lado, el gobierno de Putin presta cierto material, información y, aparentemente, también asistencia técnica y militar a las Repúblicas de Donetsk y Lugansk, mientras que no están dispuestos a renunciar a la lucha por, al menos, una parte de Ucrania. Es natural que las autoridades rusas aseguren que los regímenes burgueses en Donetsk y Lugansk deberían estar bajo control total de Moscú. Por el otro lado, bajo la presión del imperialismo occidental, el régimen de Putin no permite a las fuerzas de la resistencia explotar sus éxitos militares. En realidad, Putin reconoce, e incluso promociona, a la junta de Kiev de Poroshenko. Somos de la opinión de que los comunistas, tanto rusos como ucranianos, deben mostrar su apoyo a las repúblicas de Donetsk y Lugansk, aunque tal apoyo debe también contener cierto grado de crítica. Es decir, debemos apoyar la lucha anti-fascista y democrática del pueblo trabajador de Donbass y, simultáneamente, criticar el carácter burgués y pro-Kremlin de estos regímenes, así como las tendencias reaccionarias en su seno. Los comunistas rusos deben exigir que el gobierno ruso reconozca oficialmente la elección del pueblo de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y darles toda ayuda que pudieran necesitar. Sin embargo, los comunistas no deben asemejarse a los social-patriotas y considerar la posibilidad de un despliegue inmediato de tropas rusas, pues no hay razones militares para ello en este momento, pudiendo intensificar el conflicto imperialista y suprimir todas las tendencias progresistas en el Donbass.
Alguien podría preguntarse si el apoyo prestado por los comunistas rusos a las repúblicas del Donbass y sus demandas de asistencia a la resistencia por el gobierno ruso, son de hecho un apoyo a “su propio” imperialismo ruso en su conflicto contra potencias rivales y un tránsito al lado del social-chovinismo. Si el Donbass y Ucrania son sólo otro punto de disensión entre varios grupos de imperialistas, ¿hay algún sentido o significado progresista en la lucha del Donbass contra el fascismo y el imperialismo occidental? Como es conocido, Lenin reconoció que la lucha de Serbia contra la agresión austriaca durante la I Guerra Mundial fue justificada (debemos mencionar que Serbia fue utilizada como causa formal para desatar la I Guerra Mundial), aunque más tarde escribió que el hecho no tuvo ningún significado en la evaluación general de la guerra, y que Serbia fue sólo el pretexto para comenzar una guerra por la redistribución del mundo entre depredadores imperialistas.
“La verdadera esencia de la guerra actual consiste en la lucha entre Inglaterra, Francia y Alemania por el reparto de las colonias y por el saqueo de los países competidores, así como en la aspiración del zarismo y de las clases dominantes de Rusia a apoderarse de Persia, Mongolia, la Turquía asiática, Constantinopla, Galitzia, etc. El elemento nacional en la guerra austro-servia tiene un significado completamente subalterno y no modifica el carácter imperialista general de la guerra”[4].
Somos de la opinión de que, en nuestro caso, un intento de encontrar semejanza entre los dos eventos históricos podría ser un error. A diferencia de la situación de 1914, no existen actualmente dos grupos de imperialistas con un comparable potencial militar, que sólo buscan un pretexto para iniciar las hostilidades. Lo que tenemos es el imperialismo occidental que domina el mundo (pese a que Occidente es un tanto heterogéneo, se presenta unido en lo referente a Ucrania), esforzándose no sólo por mantener su supremacía, sino también por extender ésta usando como herramientas los más reaccionarios movimientos, tales como fascistas, fanáticos islámicos, etc. Por otro lado, existen intentos del imperialismo ruso por conseguir una mayor fortaleza en la actualidad, y China trata de frenar parcialmente estas intenciones al intentar mantener las relaciones con sus “socios occidentales”. Lo que importe es que hay un régimen semi-fascista en Kiev y la lucha anti-fascista en Donbass debe de ser apoyada por los comunistas, como hicieron en el pasado apoyando la lucha anti-fascista en países capitalistas, antes incluso de que la URSS entrara en la II Guerra Mundial.
Por supuesto, existe la amenaza de que los comunistas puedan caer en el social-chovinismo y se pongan al servicio de la burguesía doméstica (lo hecho por el PCFR). Por esto los comunistas rusos deben adherirse a la aproximación clasista y, mientras tanto, centrar su atención en las duras críticas a su propio capitalismo y revelar su naturaleza depredadora. Deben criticar a los regímenes oligárquicos pro-rusos en las repúblicas de Donetsk y Lugansk y deben resistir también a la histeria nacionalista anti-ucraniana. En otras palabras, deben explicar que los seguidores de Vlasov no son mejores que los seguidores de Bandera.
La adhesión de Crimea es presentada por las autoridades rusas como el mayor éxito de Putin, actitud compartida por el PCFR. La consigna “¡Crimea es nuestra!” se ha convertido en un símbolo del jingoísmo local, una suerte de histeria nacionalista. Por el otro lado, la propaganda pro-occidental acusa al gobierno ruso de agresión y anexión de territorios extranjeros.
Crimea siempre ha sido la región de Ucrania que mayor hostilidad demostró frente a los nacionalistas ucranianos. Por ello era natural que, tras el golpe de Estado nacionalista en Ucrania, la insurrección tuviese lugar allí y que la semi-península posteriormente se uniese a la Federación Rusa. En el referéndum de unión a Rusia recibió el apoyo de una inmensa mayoría de la población local. Cabe mencionar, sin embargo, que una opción como la independencia no fue presentada en las papeletas: la elección era entre unirse a Rusia o permanecer como parte de Ucrania bajo el dominio de una junta semi-fascista.
Al unirse a Rusia y al establecerse en Crimea el dominio del capital y la burocracia rusas, se excluyó la posibilidad de cualquier cambio progresista allí, que podría haber sido teóricamente posible en caso de formar una república independiente similar a las establecidas en Donetsk y Lugansk. La oligarquía rusa ha ocupado el lugar de la ucraniana, aunque las propiedades de los oligarcas ucranianos fueron dejadas intactas con pocas excepciones. La unificación de Crimea con Rusia ha llevado también a la exclusión de la región mas antifascista de la lucha con el fascismo que continua en Ucrania en el territorio del Donbass.
Al mismo tiempo, el “secuestro” de Crimea y su inclusión en la Federación Rusa, de la que tanto alardeaban Putin y las autoridades rusas (hubo incluso una película dedicada al evento), permitió a la Junta de Kiev impulsar el nacionalismo ucraniano y el odio hacia Rusia, todo ello utilizado como medio para distraer la atención de los ucranianos de las políticas anti-nacionales que el semi-fascista y pro-occidental régimen persigue, y como herramienta ideológica para movilizar a la “carne de cañón” necesaria para la guerra en el Donbass.
El análisis teórico podría llevarnos a la conclusión de que la adhesión de Crimea sería ambivalente, incluso en el caso de olvidar la lucha de clases y considerar el problema únicamente centrándonos en el desarrollo de la lucha anti-fascista en Ucrania, o incluso mucho más si consideramos la adhesión desde los intereses propios de la Federación Rusa. Se podría suponer que la creación de un centro de resistencia anti-fascista para toda Ucrania o, al menos, creando allí una república independiente similar a las de Donetsk y Lugansk para ser oficialmente reconocida por Rusia, podría haber traído mayores beneficios. Sin embargo, estas opciones no se encuentran disponibles. El marxismo considera la realidad existente antes que las oportunidades teóricas. No tenemos dudas de que la unificación de Crimea con Rusia es objetivamente más preferible que dejar allí a la población a merced de los nazis de Kiev. Ejemplos de medidas progresistas tomadas por fuerzas reaccionarias son ampliamente conocidas en la historia. Por ejemplo, Marx opinaba que la unificación de Alemania perseguida por Bismarck tenía objetivamente un carácter progresista. ¿Por qué entonces Marx nunca fue incluido entre los partidarios de Bismarck y continuó luchando contra él? La razón es que existen formas reaccionarias en la implementación de movimientos objetivamente progresistas. Lenin creía que las políticas del primer ministro zarista Stolypin podrían llevar al desarrollo del capitalismo en las zonas rurales de Rusia, es decir, a un resultado objetivamente progresista, lo cual no le impidió luchar contra él de manera intransigente, igual que León Tolstói. La forma reaccionaria de implementar reformas progresistas pueden llevar al fascismo, tal y como sucedió en Alemania, donde el capitalismo se había desarrollado bajo la denominada forma prusiana.
Por eso los comunistas no tienen razones para celebrar la “reunificación” de Crimea y la Federación Rusa y considerar que ésta sea un éxito importante del régimen de Putin. Mas aún cuando para nosotros, tanto Crimea, Rusia y Ucrania son parte de nuestra genuina patria, la URSS.
Aún así, creemos que los comunistas tienen todavía menos razones para rechazar y condenar la adhesión de Crimea a Rusia de manera similar a las organizaciones izquierdistas estrechamente asociadas con las organizaciones de la UE. En caso de que Crimea hubiese sido anexionada por la Federación Rusa en los tiempo de Yanukovich o incluso en los de Yushchenko, podría haber sido una acción evidentemente reaccionaria. Bajo las circunstancias históricas dadas tras el triunfo del golpe del “Euromaidan” en Ucrania, la adhesión de Crimea fue una expresión de la lucha antifascista del pueblo y el medio por el que evitar el destino que los nacionalistas ucranianos habían preparado para ellos y que, posteriormente, se llevó a cabo en Odessa y ahora en el Donbass.
Para considerar la adhesión debemos de tener en cuenta el hecho de que ésta fue obra de la voluntad popular, que fue inequívocamente expresada por la población local en el transcurso del referéndum y que fue apoyada por la gran mayoría de los habitantes en Crimea.
En cuanto a la atractiva idea de que en Crimea podría haber sido establecido un centro independiente de lucha anti-fascista con perspectivas de cambios sociales progresistas, debemos llegar a la conclusión de que tal idea no es realista si recordamos que no existe un partido comunista fuerte ni en Ucrania ni en Crimea. Por tanto, es natural que el pueblo de Crimea haya elegido la vía más sencilla para escapar del régimen “Maidan” de Kiev: pasarse a la Federación Rusa. Además, la unión a Rusia les permitiría evitar la guerra en su propio territorio.
Somos de la opinión de que la actitud general de los comunistas rusos ante la adhesión de Crimea debería ser la siguiente: reconocemos la voluntad de la población de Crimea e incluso consideramos positivamente la adhesión como vía para salvar al pueblo de la directa amenaza del fascismo, pero eso es todo. Mientras tanto, nuestra tarea es hacer que el pueblo trabajador de Crimea se una a la lucha contra el capitalismo ruso, lo cual no es fácil ya que la mayoría del público mantiene la percepción de que la Rusia burguesa y la persona de Putin son una especie de salvadores.
Rusia y los Estados progresistas. Las relaciones de Rusia con la Cuba socialista y la RPDC, con el gobierno socialista de Venezuela y el régimen progresista de Siria.
Todos estos Estados son enemigos de EEUU (Siria es también hostil a Francia y a Gran Bretaña). Rusia ha estado desarrollando cooperación económica, política y técnico-militar con estos Estados. Aunque no son tan grandes y poderosos como la URSS solía ser, estos Estados aún representan centros del movimiento de liberación y progreso. El imperialismo estadounidense se ha esforzado por estrangular a estos regímenes. En tales condiciones, su amistad con Rusia, que es una potencia nuclear y todavía mantiene un significativo potencial a pesar de 25 años de devastación capitalista, adquiere una especial importancia.
Mientras que en 2011 el gobierno de Putin y Medvedev no dudó en dejar Libia a merced de la agresión de la OTAN (aunque en este país nunca tuvo una importancia significativa para el capital ruso), en el caso de Siria las autoridades rusas han entendido el grado de descaro de la OTAN y su renuencia a establecer limites a sus propias ambiciones, por lo que prestaron a Assad apoyo económico y diplomático. Este apoyo no fue especialmente fuerte, pero Rusia bloqueó las resoluciones anti-sirias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, suministró armamentos y concedió créditos, todo lo cual ayudó considerablemente a Siria en la continuación de su lucha. Sin embargo, está claro que han sido el pueblo sirio y sus autoridades quienes han asegurado que la batalla no está perdida, pues el régimen oligárquico podrido de Yanukovich fue derrotado pese a los miles de millones de Moscú.
La cooperación con Rusia también es importante para los países del ALBA, la unión de regímenes progresistas de América Latina encabezados por Cuba y Venezuela que han estado llevando a cabo un “giro a la izquierda” allí.
El régimen burgués ruso no tiene nada que ver con los regímenes socialistas y de izquierdas de estos países, pero no obstante las consideraciones estratégicas, los intereses económicos y la lucha contra la competencia estadounidense le llevan a la “amistad” con estos Estados que le son ajenos desde el punto de vista de clase.
Las políticas de estos gobiernos dirigidas a establecer la cooperación y la alianza con el gobierno burgués de Rusia podría ser considerada absolutamente correcta como ejemplo del uso de la rivalidad entre imperialistas en interés de las fuerzas progresistas. Políticas similares fueron llevadas a cabo por la URSS durante la II Guerra Mundial, cuando se creó la alianza dirigida contra la Alemania nazi.
EEUU y Cuba han dado reciamente pasos para normalizar su relación. Algunas personas, especialmente aquellas de círculos nacional-patrióticos, acusan a Cuba de traición. Consideramos que la política exterior del gobierno cubano es correcta. Cuba no está obligada a seguir ciegamente al imperialismo ruso en cualquier circunstancia. Es natural que Cuba, mientras usa las contradicciones entre imperialistas, no sólo disfrute de la amistad de Rusia, sino que también obtenga ciertas concesiones de EEUU.
Por ello, al tener en cuenta lo anterior, los comunistas rusos deben aprobar con reservas la mejora de las relaciones entre Rusia y estos países y respaldar los pasos en esta dirección, poniendo el énfasis en los beneficios que el movimiento obrero de esos países puede ganar con tales políticas.
El PCFR da todo su apoyo a la política exterior del régimen dominante en Rusia. Los dirigentes del PCFR, junto con el resto de nacional-patriotas, expresa su satisfacción acerca del hecho de que el presidente Putin haya recordado los “intereses nacionales”. El hecho de que éstos son los intereses de clase de la burguesía prefieren no discutirlo. El PCFR, de hecho, ha renunciado a toda oposición a Putin incluso en la política interna, mientras que afirman que piden la renuncia del “gobierno del primer ministro Medvedev”, como si éste no fuera una persona nombrada directamente por Putin, como si no respondiese ante Putin y fuera una figura independiente. No es de extrañar que este partido muestre tales actitudes: siempre ha sido uno de los pilares del régimen, mientras que no sólo su práctica política, sino su ideología, ha sido siempre la de la socialdemocracia y la del patriotismo burgués en oposición al marxismo y al internacionalismo proletario.
Es más que evidente que los comunistas están obligados a revelar que la esencia del régimen político dominante, incluida su política exterior, es la protección de la esencia del gran capital ruso. La política exterior rusa está basada en la aspiración de la oligarquía capitalista rusa por mantener y extender su esfera de influencia, así como incrementar sus beneficios obtenidos mediante la explotación del proletariado. En varias ocasiones podemos aprobar ciertos movimientos de las autoridades en su política exterior, como el apoyo al Donbass, o la cooperación con Cuba y la RPDC, siempre que esto no signifique que debamos renunciar a la lucha contra el régimen en el poder, la lucha por el derrocamiento del capitalismo en Rusia y por la vuelta a la vía socialista de desarrollo.
Más que eso, los comunistas deben recordar que, como Lenin indicó, deben revelar primero todas las políticas agresivas de sus propios capitalistas y no las de sus rivales extranjeros.
Mientras tanto, los comunistas no deben rechazar toda consigna y sentimiento patriótico, como se practica por ciertos grupos trotskistas y anarquistas. Debemos de entender que el régimen dominante en Rusia, con toda su retórica patriótica y sus políticas imperialistas, no sólo ha fallado a la hora de resolver los problemas sociales del país, sino que sus autoridades también han fracasado en el cambio de su posición “periférica”, dependiendo únicamente de las ventas de materias primas al capitalismo ruso que fue establecido en los noventa y que actualmente es un apéndice del capitalismo occidental. Las políticas de la Federación Rusa encaminadas a la integración de los Estados post-soviéticos bajo su control no sólo ha encontrado la resistencia de sus rivales imperialistas. El problema es que la Rusia moderna no puede ofrecer ninguna idea atractiva y diferente de la ideología occidental a los pueblos de estos Estados, mientras que los imperialistas occidentales son más prósperos y fuertes. Los imperialistas occidentales ven los espacios y la riqueza natural de Rusia con deseo, afirmando incluso que un Estado no puede controlar esos territorios enormes. Ellos no se opondrían a que Rusia repitiese el destino de la URSS y su división en varias unidades que proveerían a Occidente de energía y materias primas. La esencia del patriotismo de Putin y de los actuales círculos gobernantes en Rusia es la demanda de que “ellos pueden realizar esta tarea por si mismos sin dividir el Estado burgués”.
Los comunistas, quienes son herederos de la gloriosa historia de la URSS y que tienen un programa real para el verdadero resurgir revolucionario del país, no deben abandonar el patriotismo a merced del régimen burgués o de los nacionalistas. Sin embargo, deben tener cuidado de que este patriotismo adopte su naturaleza anti-burguesa, es decir, debe de ser dirigido contra el Estado burgués y debe de ser vinculado con el internacionalismo proletario y con la lucha contra sus propios opresores.