La actitud de la socialdemocracia ante la guerra imperialista


Ástor García, Secretario General del CC del PCTE

Pero cuanto más empeño ponen los gobiernos y la burguesía de todos los países para dividir a los obreros e incitar a unos contra otros, cuanto más ferozmente se aplica para ese elevado fin el sistema de estado de guerra y de la censura militar (…), más imperioso es el deber del proletariado políticamente consciente de defender su cohesión de clase, su internacionalismo y sus convicciones socialistas frente al desenfrenado chovinismo de la “patriótica” camarilla burguesa de todos los países.

La guerra y la socialdemocracia de Rusia. Lenin.

1. Introducción.

La guerra imperialista que arrasó Europa entre 1914 y 1919 supuso la ruptura total en el seno de la socialdemocracia, entendiendo como tal al movimiento obrero revolucionario marxista que se desarrolló entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

La principal consecuencia, en términos organizativos, de esta ruptura político-ideológica fue la creación, en marzo de 1919, de la Internacional Comunista, previo triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia, que demostró lo acertado de la táctica de los bolcheviques no sólo en su planteamiento revolucionario, sino precisamente en la incorporación de la lucha frontal contra la guerra imperialista como una faceta esencial del mismo.

El derrumbe vergonzoso de la internacional socialdemócrata exigía un cambio de denominación, como bien reflejaban los documentos del I Congreso de la Komintern, de ahí que se pasara a utilizar el término comunista para distinguirse absolutamente de las posiciones que habían llevado a los proletarios del mundo a ser carne de cañón para beneficio de los capitalistas y sus gobiernos.

No obstante, con el paso de los años, fueron ganando terreno en el seno de muchos partidos comunistas y obreros las mismas posiciones oportunistas que habían corroído a la II Internacional. Hoy no es difícil encontrar partidos autodenominados comunistas cuya práctica política no se diferencia más que en la retórica de la de los partidos socialdemócratas que forman parte de la Internacional Socialista (IS).

En la cuestión de la guerra imperialista y en la posición hacia las alianzas imperialistas, es fácil detectar el alejamiento de los partidos socialdemócratas de las posiciones revolucionarias. Pero esto no es un hecho aislado, sino que se trata de una consecuencia de la aceptación general de las tesis oportunistas, entre las que destacan principalmente la negación de la lucha de clases y la consideración del capitalismo como una vía de sentido único, sin posible alternativa.

La aceptación de las bases político-económicas de la sociedad capitalista conduce, inevitablemente, a la aceptación de la continuidad de la política por otros medios que es la guerra. Ello a pesar de que, en teoría, muchos partidos de la gran familia socialdemócrata manifiesten su oposición a las guerras o a determinadas consecuencias de las guerras, en una triste reedición de los lamentos que proferían los jefes socialdemócratas alemanes o franceses poco tiempo después de haber apoyado los créditos de guerra.

La posición de la socialdemocracia contemporánea ante las guerras es una posición objetivamente contrarrevolucionaria. En tanto proclaman el pacifismo como criterio rector de su posición ante cualquier fenómeno bélico, consienten la participación en las guerras de rapiña, ayudan al fortalecimiento de las alianzas políticas, económicas y militares imperialistas y justifican ante los ojos de las masas las guerras. Al mismo tiempo, se esfuerzan por negar la validez de las posiciones internacionalistas que, aprendiendo de la experiencia histórica de nuestro movimiento, asumen que cada guerra debe analizarse sobre la base del materialismo histórico y que, en la época del imperialismo, las guerras son generalmente por el reparto de mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia y rutas de transporte de mercancías.

2. La guerra imperialista y la actitud de los comunistas.

La guerra imperialista es producto de las condiciones de la época imperialista del desarrollo capitalista y se libra por la explotación política y económica del mundo, por el control de los mercados de exportaciones, por las fuentes de materias primas, las esferas de influencia e inversión de capital y por el control de las rutas de transporte de mercancías.

En lo esencial, esta definición es la misma que dio la izquierda zimmerwaldiana en su propuesta de resolución de agosto de 1915, o que aprobó la Conferencia del POSDR de principios de ese mismo año. Si sigue siendo válida más de un siglo después es porque la humanidad todavía no ha abandonado la fase imperialista del capitalismo y porque, en lo esencial, las relaciones entre países y alianzas en nuestra época se siguen produciendo en los mismos términos que entonces.

Que ya no se pueda hablar realmente de la existencia de colonias en el mundo o que las potencias imperialistas europeas hayan perdido relevancia a lo largo de estos cien años no quita validez a nuestras afirmaciones. Hoy no es posible afirmar que hayan desaparecido las contradicciones interimperialistas ni las crisis capitalistas, que están en el origen de las guerras imperialistas.

 La existencia de la Unión Soviética y del campo socialista durante buena parte del siglo XX tampoco quita validez a lo anterior y, sobre todo, no niega el hecho de que las dos guerras mundiales del siglo XX tuvieran su origen en la agudización de las contradicciones interimperialistas. [1]

La actitud de los comunistas ante la guerra imperialista es clara y es esencialmente la misma que en 1914. Como bien indicaba Lenin en “El socialismo y la guerra”:

Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud de principios hacia la guerra es diferente de la de los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el vínculo inevitable que une a las guerras con la lucha de clases dentro del país, en que comprendemos que es imposible suprimir las guerras si no se suprimen las clases y se instaura el socialismo; asimismo, en que reconocemos sin reservas, como legítimas, progresistas e inevitables, las guerras civiles, es decir, las guerras de la clase oprimida contra la opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, nos diferenciamos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular.

Esa necesidad de estudiar históricamente cada guerra en particular, sumada al análisis específico de cómo han evolucionado los distintos países y el mundo en general, en términos económicos y políticos, es una enseñanza que no se puede olvidar. Pero, sobre todo, que no se puede dejar de lado para caracterizar, como ya hicieron los dirigentes traidores de la II Internacional en 1914, como guerras “defensivas” o guerras “justas” lo que no son sino ejemplos claros de guerras entre esclavistas para un reparto “más equitativo” de los esclavos.

En nuestra época, como entonces, resulta de vital importancia identificar correctamente las causas verdaderas que están detrás de cada guerra. Pero, además, resulta importante desarrollar una lucha decidida contra las posiciones que, bajo premisas pacifistas burguesas o bajo premisas pretendidamente revolucionarias, tratan de convencer a la mayoría obrera y popular de la necesidad de apoyar a una u otra potencia en conflicto.

La evolución de la socialdemocracia, desde la bancarrota de la II Internacional hasta nuestros días, ha sido un retroceso constante. Las posiciones defendidas entonces por los Ebert, los Debreuilh, los Südekum o los Guesde se encuentran hoy, en lo esencial, representadas por los partidos de las dos grandes familias de la socialdemocracia contemporánea: una, la de los partidos socialdemócratas que son miembros de la Internacional Socialista y herederos directos de aquellos dirigentes; otra, la de antiguos partidos comunistas que han sufrido, a lo largo del siglo XX, un proceso de mutación socialdemócrata que los ha llevado a la fusión con otras corrientes contrarrevolucionarias y, de ahí, a la participación conjunta en gobiernos de gestión capitalista, como ocurre en España desde 2020.

Esto es así porque el elemento que los caracteriza a todos ellos es el oportunismo. Como bien indicaban los bolcheviques rusos en 1914, [2] la bancarrota de la II Internacional fue la bancarrota del oportunismo:

La bancarrota de la II Internacional es la bancarrota del oportunismo, que se fue desarrollando a causa de las peculiaridades de una época histórica pasada (la llamada “pacífica”) y que durante los últimos años llegó, prácticamente, a dominar la Internacional. Los oportunistas preparaban desde hace tiempo esta bancarrota: negaban la revolución socialista y la remplazaban por el reformismo burgués; negaban la lucha de clases y su ineludible transformación, en determinados momentos, en guerra civil y propugnaban la colaboración de clases; con el pretexto del patriotismo y de defensa de la patria predicaban el chovinismo burgués e ignoraban o negaban la verdad fundamental del socialismo, expuesta ya en el Manifiesto Comunista, de que los obreros no tienen patria; en la lucha contra el militarismo se limitaban a un punto de vista sentimental pequeñoburgués, en vez de reconocer la necesidad de la guerra revolucionaria de los proletarios de todos los países contra la burguesía de todos los países; ante la necesidad de utilizar el parlamentarismo burgués y la legalidad burguesa, hacía un fetiche de esa legalidad, olvidando que las formas ilegales de organización y agitación son indispensables en las épocas de crisis. 

La principal diferencia entre nuestra época y los comienzos del siglo XX está en que la socialdemocracia actual no oculta su toma de partido a favor de tal o cual potencia o alianza imperialista, en su tolerancia o aceptación de las agresiones imperialistas que se suceden año tras año en el mundo. La socialdemocracia ha naturalizado las guerras imperialistas porque ha naturalizado al imperialismo y no es capaz de ofrecer ninguna alternativa, ni sobre el papel ni en la práctica. Su propuesta “socialista” no es más que una propuesta de gestión capitalista que parte de la negación de las tendencias propias del capitalismo y que pretende convencer a la clase obrera y a los sectores populares de que no existe otra alternativa que no sea dentro del capitalismo. Pero olvidan que el capitalismo es un “pack completo”, cuyas tendencias y dinámicas no dependen de la voluntad de unos gestores políticos, por lo que las guerras, el empobrecimiento y el crecimiento de la miseria le son inherentes y no pueden ser erradicados en tanto perviva el capitalismo.

3. La socialdemocracia europea tras la I Guerra Mundial.

La I Guerra Mundial fue el catalizador de las contradicciones que ya estaban presentes en el seno de la socialdemocracia. La crisis que desató puso en evidencia los verdaderos objetivos de un sector mayoritario del movimiento socialdemócrata, que traicionó completamente todo lo que había estado diciendo hasta el momento, logrando con ello alejar de manera significativa a importantes secciones de la clase obrera de las posiciones revolucionarias y colocándolos al servicio de las clases dominantes, no sólo como mano de obra, sino también como carne de cañón.

El rechazo a la revolución socialista, la apuesta por el reformismo burgués y la conciliación de clases marcarían desde entonces la posición principal de las fuerzas de la socialdemocracia, que también renunciaron a aprovechar en sentido revolucionario la situación creada en la etapa final de la guerra. Quienes habían violado todos los acuerdos y principios apoyando los créditos de guerra, aceptando los discursos chovinistas y decretando el final de la lucha de clases en sus respectivos países en 1914, tampoco iban a atender a finales de 1918 a las orientaciones aprobadas once años antes en la resolución contra el militarismo del Congreso de Stuttgart, que mandataba a todos los partidos de la Internacional a “aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista”.

Pese a esta traición, el movimiento obrero revolucionario fue capaz de seguir avanzando. El triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia demostró que la posición revolucionaria sobre la guerra imperialista, vinculada ineludiblemente a la lucha contra el oportunismo, sí era capaz de “precipitar la caída de la dominación capitalista”. En ese momento, los antiguos jefes de la Internacional y sus partidos avanzaban ya por la senda de la gestión de los intereses de la burguesía, participando en gobiernos y adoptando un papel activo en la represión de los levantamientos revolucionarios que comenzaron a producirse en Europa central y oriental.

Tras el triunfo de la clase obrera en Rusia se confirmó completamente la división en la socialdemocracia internacional: la derecha, representada por los revisionistas y convertida ya en partido burgués; la izquierda, representada por los comunistas, con los bolcheviques al frente; y el ala centrista, formalmente marxista y que se adaptaba en la práctica al oportunismo, afirmando buscar la unidad y la paz en el partido.

La burguesía, asustada por la evolución de los acontecimientos en Rusia, supo aprovechar la situación y, contando con los revisionistas y el centro, fue capaz de abortar diversos levantamientos revolucionarios. En este sentido, destaca el papel del SPD alemán, que fue fundamental en la contención del levantamiento de Kiel en noviembre de 1918 o en la represión contra el levantamiento espartaquista de enero de 1919. Su intervención en el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo demostró que la socialdemocracia alemana ya no solamente apoyaba a las fuerzas burguesas, sino que era un agente activo en defensa de la estabilidad burguesa tras el desastre de la guerra. Con esta actuación, la socialdemocracia confirmó para siempre su papel contrarrevolucionario.

Como se indicaba en nuestro artículo del número 3 de la Revista Comunista Internacional, [3] en el período de entreguerras, ya creada la III Internacional, la socialdemocracia internacional fue dominada por el sector centrista, que seguía en su línea de aprobar resoluciones formalmente revolucionarias y marxistas pero, en la práctica, plegándose a las exigencias del ala derechista, hasta el punto de forzar en numerosos casos la participación de la socialdemocracia en gabinetes burgueses, bien en solitario, bien en coalición.

El SPD alemán participó varias veces en gobiernos de la República de Weimar en coalición con fuerzas centristas y derechistas. Los laboristas británicos gobernaron en 1924 apoyados por los liberales, y posteriormente entre 1929 y 1931. El SPÖ austríaco gobernó entre 1918 y 1920 bajo la forma de la gran coalición con los socialcristianos. El S/SAP de Suecia alternó la presencia en el gobierno y en la oposición parlamentaria en las décadas de los 20 y los 30. El Partido Socialdemócrata danés gobernó ininterrumpidamente desde 1924 hasta los años 40, encabezando incluso el gobierno de cooperación con la ocupación nazi del país. El Partido Laborista noruego participó también en varios gobiernos entre 1928 y 1940.

Especialmente en los países nórdicos, la vieja socialdemocracia no solamente se alejó formalmente del marxismo y se opuso a la idea misma de la revolución, sino que además participó activamente en la definición y ejecución de los denominados “grandes compromisos” (como el acuerdo de Saltsjöbaden, en Suecia, o el acuerdo de Kanslergade, en Dinamarca) que sentaron las bases para lo que, posteriormente, sería presentado como el gran logro de la socialdemocracia europea: el llamado “Estado del Bienestar”, basado en la política de supresión de la lucha de clases y de promoción de proyectos económicos y políticos “transversales”, todo ello rodeado de un firme anticomunismo.

Por otro lado, la asunción, por parte de los socialdemócratas británicos y franceses, de la tesis de Chamberlain del “apaciguamiento” (appeasement policy) de las potencias nazi-fascistas durante la segunda mitad de la década de 1930, contribuyó decisivamente a la negativa de esas potencias a prestar ayuda al bando republicano durante la guerra nacional revolucionaria de 1936-1939 en España. [4] Esta actitud expresó, nuevamente y de forma dolorosa, que en todas las facetas de la política y la economía la socialdemocracia reeditaba la unión sagrada, en la que las tareas internacionalistas quedaban relegadas tras supuestos intereses nacionales.

Tras el final de la II Guerra Mundial, la burguesía se enfrentaba a un escenario caracterizado por los siguientes elementos:

  • el triunfo sobre el nazi-fascismo, en el que había jugado un papel esencial la URSS y el Ejército Rojo.
  • los éxitos en la construcción del socialismo en la URSS.
  • la extensión del bloque socialista mundial a toda una serie de países.
  • el desarrollo de las contradicciones en los países capitalistas de Europa occidental, como consecuencia de la destrucción de fuerzas productivas operada en la guerra.
  • la reducción de la base material del capitalismo.
  • el enorme prestigio del Movimiento Comunista Internacional entre las masas obreras de Occidente.

En tales circunstancias, la socialdemocracia jugó de nuevo un papel contrarrevolucionario y, con él, dio su último y definitivo paso en el proceso de mutación de fuerza meramente oportunista a fuerza burguesa en sentido estricto, situándose entre los liberales y el comunismo. Asumió un papel no solamente de apoyo a la estabilización del capitalismo en la Europa occidental, sino una actitud dirigente en todo el proceso de reorganización de la explotación capitalista en la región. Todo ello aprovechando dos factores: las experiencias de colaboración de clases en los países nórdicos y las ingentes cantidades de dinero procedentes del Plan Marshall.

4. La socialdemocracia europea tras 1945. La fundación de las alianzas imperialistas.

Este proceso se plasmó en una “refundación” de la socialdemocracia, que vino acompañada de una nueva organización internacional: la Internacional Socialista, creada en 1951 en Frankfurt.

La declaración de Frankfurt [5] de la IS de 1951, cuya elaboración principal corrió a cargo del SPD, situaba ya varios elementos clave que marcaban el rumbo a seguir por la socialdemocracia. Por una parte, el abandono del marxismo, al equipararlo con “otros métodos de analizar la sociedad, tanto si están inspirados por principios religiosos o humanitarios”. Por otra, un abierto y franco anticomunismo, al decir que “distorsiona la tradición socialista” y que es un “nuevo imperialismo”, y una concepción de la paz y la seguridad basada en la necesidad de “un sistema de seguridad colectivo” en el que se tenga en consideración que “el comunismo internacional es el instrumento de un nuevo imperialismo”.

El programa de Bad Godesberg, aprobado en 1959 y que es considerado el documento político-ideológico esencial de la socialdemocracia tras la II Guerra Mundial, en realidad continuó la senda marcada en Frankfurt, pero dio un paso esencial en el aspecto relativo a los sistemas de seguridad colectiva, indicando que la necesidad de crear “sistemas regionales de seguridad dentro de las Naciones Unidas”, añadiendo que “la Alemania reunificada debe ser miembro, con todos los derechos y deberes, de un sistema europeo de seguridad”.

Pocos años después, la declaración de Oslo del Consejo de la IS, de 1962, [6] daba un paso más y afirmaba lo siguiente:

Las Naciones Unidas han ayudado a menudo a resolver disputas entre naciones. No obstante, en su forma actual, no está en la posición de garantizar la protección a un país que es víctima de agresión y garantizar la seguridad de todos los países. En estas circunstancias, cada nación debe aceptar la responsabilidad por su propia seguridad. Algunos consideran que una política exterior no alineada sirve mejor a la seguridad y a la estabilidad política en su propia área. La Internacional respeta el deseo de las naciones de ser libres de perseguir su destino sin compromiso las relaciones de poder en el mundo. La mayoría de las democracias occidentales se han unido para formar la alianza OTAN. Los partidos socialistas democráticos en los países de la Alianza la consideran un baluarte de la paz y declarar su firme determinación de defenderla.

En realidad, estas palabras no eran más que una conclusión lógica del proceso que, desde 1948, habían seguido varios de los partidos socialdemócratas europeos. No se debe olvidar, en primer lugar, que antes del nacimiento de la OTAN en 1949, se fundó la Unión Occidental en 1948 “como una respuesta a los movimientos soviéticos para imponer el control sobre países de Europa Central” [7] mediante el Tratado de Bruselas [8], suscrito entre Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y el Reino Unido, siendo signatarios los ministros de exteriores socialdemócratas de Reino Unido (Ernest Bevin) y Bélgica (Paul-Henri Spaak). Por otro lado, tampoco se debe olvidar que la OTAN dice derivar su autoridad y legitimidad de la Carta de Naciones Unidas y tiene la consideración original de tratado de seguridad colectiva regional.

La socialdemocracia participó activamente en la creación de la OTAN. De los 12 países fundadores en 1949, cuatro (Bélgica, Dinamarca, Noruega y Reino Unido) contaban con gobiernos socialdemócratas o laboristas. Paul-Henri Spaak llegaría a ser Secretario General de la Alianza entre 1957 y 1961, y tras él lo serían otras figuras socialdemócratas como Willy Claes, Javier Solana, George Robertson o Jens Stoltenberg, lo que no ofrece ninguna duda sobre el apoyo de la socialdemocracia a todas las agresiones imperialistas desatadas por la OTAN, independientemente de cuáles hayan sido las declaraciones o resoluciones de la Internacional Socialista y de sus miembros desde su creación.

En cuanto a la Unión Europea, en los primeros momentos las iniciativas de integración económica y política no fueron acogidas con entusiasmo por todos los partidos socialdemócratas europeos, a pesar de haber relevantes figuras socialdemócratas comprometidas con ellas. Esta falta de entusiasmo se debía, principalmente, a la priorización en aquellos momentos de los intereses económicos y políticos nacionales, sin que ello supusiera una oposición tajante al proceso. Específicamente, la posición de los partidos español y portugués realizaron un importante esfuerzo por vincular la participación de sus países a las estructuras europeas al fortalecimiento del sistema democrático-burgués surgido tras las respectivas dictaduras fascistas, pero sobre todo por la “apertura y liberalización económica” que supondría. [9]

A pesar de los distintos caminos y ritmos de la socialdemocracia europea en relación con el proceso de integración capitalista europea, el momento decisivo llegó con el Tratado de Maastricht, en 1992, cuando se fundó la Unión Europea tal como la conocemos hoy, que fue apoyado con entusiasmo por todos los partidos socialdemócratas. No se debe olvidar que, en ese momento, se fraguaban ya las tesis del “nuevo centro” o la “tercera vía” de Blair y Schröder, que difuminarían las diferencias político-ideológicas entre liberales y socialdemócratas en el período subsiguiente.

5. La evolución de la socialdemocracia española

En España, como ya se ha comentado, la socialdemocracia abrazó con entusiasmo la idea de incorporarse a la construcción del polo imperialista europeo. No obstante, en lo tocante a la OTAN, el proceso fue más largo debido a las particulares condiciones del país respecto a otros países europeos en los que el final de la II Guerra Mundial se saldó con la consolidación de democracias burguesas.

La práctica inexistencia del Partido Socialista durante décadas en la lucha contra la dictadura de Franco implicó que, en el momento en que comenzó a desarrollarse como partido necesario para la fase posterior al fin de la dictadura franquista, con el inestimable apoyo de la Internacional Socialista, adoptara coyuntural y tácticamente algunas de las posiciones de referencia en materia internacional que defendían los comunistas, como ocurría específicamente en el caso de la OTAN. De ahí que el PSOE mantuviera, en sus congresos previos a entrar en el Gobierno en 1982, y todavía durante un tiempo, una posición formal negativa a la entrada y permanencia en la OTAN.

El Partido Socialista Obrero Español planteaba, en sus documentos congresuales previos a su entrada en el Gobierno (1982), el rechazo tanto a las bases militares estadounidenses (27 Congreso) como a la entrada de España en la OTAN (28 Congreso), partiendo de una posición muy similar a la que mantenían los socialdemócratas alemanes en los años 50, es decir, un planteamiento teórico de no alineamiento con ninguno de los dos principales “bloques” en conflicto, que les llevaba a insistir en un alejamiento tanto de la OTAN como del Pacto de Varsovia, lo que sin duda estaba ya, por las fechas, lejos de los planteamientos de otros partidos socialistas europeos.

El Congreso Extraordinario del PSOE de 1979 ha pasado a la historia por ser el Congreso en que se produjo la renuncia al marxismo, en los mismos términos que se formuló en Bad Godesberg, y fue a partir de ahí cuando comenzó a explicitarse un cambio de tendencia, derivado entre otros factores de la importante influencia que los socialdemócratas alemanes y suecos, principalmente, ejercieron en los nuevos dirigentes socialistas españoles. [10]

En su 30 Congreso (1984), el PSOE acordaba someter la entrada a la OTAN, que se había producido en 1982, a un referéndum, expresando su disconformidad con cómo se había realizado la adhesión a la alianza por el anterior gobierno (“de forma irreflexiva, precipitada y gratuita, rompiendo el consenso de las fuerzas políticas representativas, sin tener en cuenta los intereses nacionales y sin una explicación suficiente al pueblo español”), pero incluyendo al mismo tiempo dos elementos de suma relevancia en su postura: la necesidad de reconstruir el “consenso nacional” para que el resultado del referéndum tuviera amplio respaldo, y la toma en consideración de “los equilibrios existentes” (a nivel internacional) para que la tensión internacional “no sea afectada negativamente por el resultado del referéndum”. Dos cuestiones que, por su formulación, anunciaban ya una posición favorable a la permanencia en la OTAN.

Finalmente, el PSOE, que hizo famosa la consigna “OTAN, de entrada, NO” en 1982, planteó en 1986 la consigna “Vota Sí, en interés de España”. El referéndum se saldó con un 56,85% favorable a la continuidad en la OTAN. Todo un ejemplo de “consenso nacional”. Javier Solana, ministro de Cultura del PSOE en 1986, sería Secretario General de la OTAN entre 1995 y 1999 y responsable directo de los bombardeos contra Yugoslavia en ese año.

6. El papel de la nueva socialdemocracia.

El proceso de mutación oportunista que se produjo en los partidos de la II Internacional se reprodujo posteriormente en el Movimiento Comunista Internacional, en unas claves que ya analizamos en nuestro artículo del número 2 de la RCI. [11]

Fueron las tesis eurocomunistas, muy presentes en varios Partidos Comunistas y Obreros en la segunda mitad del siglo XX, las que volvieron a pregonar la defensa de la colaboración de clases, el abandono de la idea de la revolución socialista y de los métodos revolucionarios de lucha y la transformación de la legalidad burguesa en un fetiche, ayudadas por el avance de las posiciones oportunistas en el PCUS, sobre todo a partir de su XX Congreso.

En España, el eurocomunismo tomó parte activa y dirigente en la campaña por el NO en el referéndum de la OTAN en 1986, y fue precisamente en ese proceso en el que se fundó Izquierda Unida, coalición en la que participaron otras fuerzas socialdemócratas opuestas al PSOE. A lo largo de los siguientes 35 años, en los que se ensayaron en varias ocasiones gobiernos de coalición socialdemócrata a nivel local y regional, el lenguaje y las actitudes socialdemócratas se hicieron hegemónicas en su seno, hasta el punto en que, participando en gobiernos nacionales con el PSOE, evolucionaron a posiciones de aceptación de la presencia en la OTAN. En este sentido, las palabras del Secretario General del PCE, Enrique Santiago, cuando fue preguntado por su posición sobre la cumbre de la OTAN en Madrid (julio de 2022) organizada por el gobierno del que formaba parte entonces como Secretario de Estado para la Agenda 2030, son absolutamente esclarecedoras. [12]

En paralelo, otras organizaciones que surgieron posteriormente en el ámbito de la socialdemocracia, principalmente PODEMOS y, más recientemente, SUMAR, mantienen posiciones retóricas muy en la línea del pacifismo burgués que ya denunciaban Lenin y los revolucionarios a principios del siglo XX. En sus documentos programáticos se expresan con claridad a favor de la “autonomía estratégica” de la Unión Europea, planteando “un nuevo esquema de seguridad colectiva para Europa que supere el actual paraguas de la OTAN y se base en los intereses de nuestra región” [13] o del “desplazamiento progresivo de las garantías de seguridad de la OTAN hacia una autonomía estratégica integral al servicio de la ciudadanía europea y no de la industria armamentística, un espacio europeo de seguridad sujeto a control democrático”. [14] El “desplazamiento” de la OTAN (ya ni siquiera su “disolución”, como plantean otros partidos oportunistas en otros países) no es por su carácter imperialista, sino por la necesidad de promover una autonomía estratégica europea que permita a la alianza imperialista que es la UE defender mejor sus intereses en el mundo, bajo el mando del “multilateralismo democrático”, la “justicia climática global” y una “política exterior feminista”.

La aceptación de todos y cada uno de los elementos esenciales de la política de la Unión Europea y la aceptación de la presencia en la OTAN son expresión de la bancarrota de la nueva socialdemocracia europea, preocupada exclusivamente por mantener su presencia en los gobiernos de gestión capitalista.

7. Conclusión: la lucha comunista contra la socialdemocracia y la guerra imperialista.

La lucha comunista contra la socialdemocracia se mantiene en parámetros muy similares a los de 1914, a pesar de los años que han pasado. La naturaleza oportunista de la socialdemocracia no se oculta ni en el fondo ni en las formas, y las experiencias de gestión capitalista que han tenido las fuerzas de la nueva socialdemocracia ha agravado esta situación.

La tarea de los comunistas sigue siendo, por tanto, denunciar y desvelar la naturaleza de estos partidos, ahora muy especialmente en materia de política exterior, al hilo de los acontecimientos que están teniendo lugar en Palestina y en la región del Mar Rojo. La socialdemocracia está procediendo no sólo a legitimar las posiciones de Israel, a la UE y a la OTAN, sino que en la práctica está rompiendo el movimiento de solidaridad con Palestina con el objetivo de promover las posiciones del Gobierno español. La actual negativa a participar en la operación “Guardián de la Prosperidad”, no altera el hecho de que estamos en el momento en que más tropas españolas están desplegadas en el extranjero y de que España participa activamente en todas las maniobras y operaciones de las alianzas imperialistas de las que forma parte.

Resulta evidente que la socialdemocracia europea está promoviendo los planes belicistas de la Unión Europea, en el contexto de la preparación de una gran guerra imperialista. La retórica del pacifismo burgués no oculta la práctica política acorde con los intereses de los monopolios europeos y su absoluto compromiso con la defensa y promoción de sus intereses.

El II Congreso del PCTE estableció como una de sus prioridades la de intervenir decididamente en la lucha contra las guerras imperialistas y contra la pertenencia de España a toda alianza imperialista, priorizando lo siguiente:

  • oposición a toda agresión imperialista, haciendo hincapié en el internacionalismo y en el derecho de todos los pueblos a elegir su forma de desarrollo.
  • explicación a la clase y al pueblo de los intereses de la burguesía española en las distintas operaciones imperialistas en las que participe directa o indirectamente y de los distintos intereses imperialistas que están en juego en cada conflicto.
  • exigencia de la desvinculación unilateral de España de todas las alianzas imperialistas de las que forma parte, especialmente la UE y la OTAN, y la clausura de las bases militares extranjeras en territorio español.
  • impulso de los Comités para la Solidaridad entre los Pueblos y por la Paz (CoSPAZ).

Todas estas prioridades pasan, ineludiblemente, por un fortalecimiento organizativo del Partido Comunista, una mayor capacidad de intervención entre la clase obrera y el pueblo trabajador, convirtiendo todos los centros de trabajo, de estudio y de residencia de nuestra clase en espacios de confrontación directa con la socialdemocracia y el oportunismo.


[1] Vagenas, Elisseos. La intensificación de los antagonismos imperialistas en la región del Mediterráneo Sudeste y los Balcanes. La posición del KKE sobre la posibilidad de implicación de Grecia en una guerra imperialista. Revista Comunista Internacional nº 5, 2014.

[2] Lenin, V.I. La guerra y la socialdemocracia de Rusia. Obras Completas, Ed. Akal, tomo XXII, página 110.

[3] Martínez, Raúl y López, Ramón. La socialdemocracia al servicio de las clases dominantes. La lucha del Partido Comunista. Revista Comunista Internacional nº 3, 2012.

[4] Ver nuestro artículo en el número 11 de la Revista Comunista Internacional: Las Brigadas Internacionales y el internacionalismo proletario, de Raúl Martínez.

[5] Objetivos y tareas del socialismo democrático. Declaración de la Internacional Socialista adoptada en su I Congreso celebrado en Frankfurt entre el 30 de junio y el 3 de julio de 1951. Versión en inglés disponible en: https://www.internacionalsocialista.org/congresos/i-frankfurt/

[6] El mundo hoy: la perspectiva socialista. Declaración de la Internacional Socialista aprobada en la Conferencia del Consejo celebrada en Oslo entre el 2 y el 4 de junio de 1962. Versión en inglés disponible en: https://www.internacionalsocialista.org/consejos/oslo-1962/

[7] Historia de la Unión Europea Occidental. Traducción propia. La versión en inglés puede encontrarse en https://web.archive.org/web/20120811173845/http://www.weu.int/

[8] Ver el artículo del Partido de los Trabajadores de Irlanda en el número 6 de la Revista Comunista Internacional: “La OTAN y la UE: alianzas interestatales imperialistas, rivalidad interimperialista, expansionismo, la amenaza a la paz y los peligros de la agresión y la guerra”, de Gerry Grainger. 

[9] Este proceso está relatado de forma sintética en el artículo “Los partidos socialistas y la construcción europea”, publicado por el miembro del PS portugués José Lamego en el número 57-58 (1994) de la revista Leviatán, publicada por la Fundación Pablo Iglesias, vinculada al PSOE.

[10] Es un dato conocido que el PSOE recibió un apoyo político, logístico y financiero del SPD en la década de los 70, tanto de forma directa como a través de la Fundación Friedrich Ebert. Willy Brandt, en una conferencia sobre política internacional del SPD en 1976 dijo: “Como el partido socialdemócrata más importante de Europa tenemos la especial labor, mediante el apoyo político y moral a los socialistas democráticos en nuestra parte de Europa, de rechazar no solamente la reacción de la derecha, sino sobre todo fortalecer la alternativa al comunismo”.

[11] Martínez, Raúl. Del eurocomunismo al oportunismo de nuestros días. Revista Comunista Internacional nº 2, 2011.

[12] Preguntado en rueda de prensa el 11 de junio de 2022, indicó que “nuestra posición sobre la OTAN es conocida, preferiríamos no estar en la OTAN (…) pero si formamos parte de una organización internacional y tenemos obligaciones, es obvio que mientras formemos parte hay que cumplirlas”.

[13] Documento Político. IV Asamblea Ciudadana de PODEMOS (2021), página 56.

[14] Programa electoral de SUMAR para las Elecciones Generales de julio de 2023, página 139.