En las ruinas del nacional-liberalismo, Letonia en la situación de crisis global del sistema


Víctor Matjushenok, Miembro del Consejo Editorial del periódico “Letonia Socialista”

Aunque los países bálticos y de Europa Oriental, debido a su participación en la OTAN y la UE, se suelen denominar en conjunto como países de la “Nueva Europa”, las circunstancias políticas y socioeconómicas son diferentes en cada uno de ellos. Además, a causa de numerosos factores, Letonia está en oposición incluso a sus países vecinos, como Estonia y Lituania, aparte de Polonia y República Checa. Consecuentemente, son diferentes los medios ideológicos y los medios de propaganda utilizados antes y ahora por los regímenes burgueses para tomar y mantener el poder.

Si observamos desde fuera lo que pasa en Letonia, sin tener en cuenta dichos factores, es difícil recibir una imagen auténtica: desde la especificidad del espectro político y las preferencias de los votantes en las elecciones a los factores que influyen en la protesta social y las dificultades concretas del trabajo político entre las masas.

La contrarrevolución letona: nacionalista en su forma, capitalista en su contenido

El derrumbe de la URSS, que tuvo lugar en 1991, como resultado de la presión ejercida por el capital internacional y la traición de los líderes del país, se desarrolló bajo circunstancias diferentes y muy específicas dependiendo del status administrativo y la estructura étnica de cada región. Si en Rusia o en Bielorrusia dominaban la conciencia pública mitos e ilusiones acerca de una orientación totalmente democrática y enfocada al mercado, en Letonia, en cuanto el denominado Frente Popular de Letonia (FPL), tras la crisis de poder, se sintió fuerte, la visión de una “reforma socialista” fue rechazada inmediatamente y el apoyo de fuerzas externas imperialistas despejó el camino para la restauración de la república burguesa letona del tipo de la de los años 1920-1940.

El apoyo a la restauración del poder burgués provocado, en primer lugar, por la propaganda del FPL y, luego, por interés personal mercenario de los antiguos propietarios, tenía el carácter de una “nostalgia histórica” romántica original en una parte de la sociedad y, por otro lado, se basaba en las amplias ilusiones en ese momento sobre la abundancia del mercado. Esto permitió a fuerzas antisocialistas apoyar la demagogia sobre los “valores universales”, la “democracia” y el “libre mercado” prácticamente hasta agosto de 1991.

La paradoja es que la república letona burguesa de 1940 ni era un ejemplo de democracia, ni lo era tampoco de notoria libertad de mercado. En 1934, el primer ministro Karlis Ulmanis, no sólo había dado un golpe de Estado, disuelto el parlamento, ilegalizado los partidos y establecido una dictadura militar y policial, sino que también desarrolló varias medidas de regulación económica estatal y administrativa, especialmente en las esferas del comercio y la producción agrícola.

Básicamente, estas medidas arrojaron resultados positivos en el contexto de la crisis económica de aquel período y, por eso, incluso después de décadas, el período de la dictadura burguesa, con rasgos considerables de etnocracia, permaneció en la conciencia de las masas como “época de prosperidad y orden”.

También a causa de estos recuerdos nostálgicos, uno de los factores psicológicos más importantes para la restauración del capitalismo en Letonia es el nacional. Esta particularidad afectó también a la acción del Partido Comunista Letón (PCL) durante aquel período y ha predeterminado la complejidad de la situación en el movimiento de izquierdas hasta nuestros días.

Es obvio que si el FPL y otras fuerzas políticas, incluyendo a los derrotistas del PCL, hubieran defendido sólo la restauración de la estructura capitalista, no habrían tenido un apoyo tan masivo. No obstante, el pueblo letón tenía bastante educación política y los derechos sociales (como el seguro de paro, la atención médica gratuita, garantizada por el Estado, educación y vivienda) recibidos durante décadas, prácticamente durante una generación, eran tan notables que la gente afrontó la propaganda del mercado liberal con bastante escepticismo.

Las dudas sobre los sentimientos nacionales, los cuales, por naturaleza, no pertenecen a la esfera racional, sino a la emocional, acabaron suponiendo no sólo una desorientación política de buena parte de la población, sino también permitieron su división según criterios nacionales, calificando de esta manera a los partidarios del socialismo como “enemigos de los letones” y otorgando a la contrarrevolución burguesa cierto tinte de “movimiento de liberación nacional”.

Es más, actualmente, el espectro político letón está dividido no sólo según el criterio sociopolítico (los partidos de la derecha expresan los intereses del capital y los de la izquierda los de los trabajadores asalariados), sino también según criterios étnicos. Los partidos letones no son sólo liberales, conservadores o socialdemócratas, sino nacional-liberales, nacional-conservadores o, incluso, ¡nacional-socialdemócratas! Además de estos partidos, están los partidos centristas y centroizquierdistas, quienes tratan de resolver los problemas nacionales a través de acuerdos o, simplemente, evitando mencionarlos en sus programas. Por último, está el Partido Socialista de Letonia; este último es un caso único, que realmente defiende las posiciones del internacionalismo marxista clásico.

En su IV congreso, los socialistas declararon: “La política del régimen actual es posible porque estábamos divididos; intentan dividirnos bajo criterios nacionales. Está hecha a propósito, así es más fácil manejar al pueblo y hacerlo callar. ¡Estamos en contra de estapolítica!” [1]

La desindustrialización como método de lucha contra el movimiento obrero

Uno de los fenómenos característicos en los países donde ha habido una restauración del sistema capitalista fue que la desaceleración económica causó la destrucción de la economía, ante todo del sector productivo. Muy significativo, y quizás el ejemplo más representativo de aquella serie de hechos, fue Letonia, quien, durante la época soviética, era una de las repúblicas más desarrolladas de la URSS. Aparte de la recesión inevitable provocada por la ruptura de relaciones económicas desarrolladas con otras repúblicas de la Unión y los países del campo socialista, así como la transición hacia métodos capitalistas de gestión, la razón evidente es el carácter depredador de la privatización, la acumulación primitiva de capital por parte de la nueva burguesía y la aspiración de importantes empresas europeas y mundiales por tomar el control total o, simplemente, liquidar, como competidores potenciales, a los sujetos económicos de Europa Central y Oriental y la antigua Unión Soviética.

Al mismo tiempo, en el proceso participaron otros muchos intereses, incluyendo algunos muy específicos que se pueden mencionar en el caso de Letonia. Las acciones del gobierno burgués en cuanto a la destrucción de la economía productiva se definieron por una combinación de los siguientes factores:

a) Cumplimiento de las “órdenes” del gran capital extranjero en cuanto a la liquidación de los mercados de materias primas y la destrucción de posibles competidores.

b) Privatización de los activos materiales por parte de la nueva burguesía y de los antiguos dirigentes soviéticos, y también por una élite del partido con ánimo de lucro. Es una típica variante depredadora de la acumulación originaria de capital.

c) Destrucción de las grandes concentraciones obreras, consideradas como base de la consolidación de clase y de la protesta sociopolítica.

d) Aplicación del concepto nacionalista del “estado étnico”.

e) Falta de expertos profesionales para la dirección de grandes estructuras industriales entre las nuevas capas dirigentes.

Los dos primeros factores son habituales en muchos países del antiguo campo socialista. En cuanto a los demás, hacen falta algunas explicaciones. La cuestión es que, aparte de la energía y los medios de comunicación y transporte, que son la base para unas condiciones de vida normales en el siglo XXI, hoy en día, Letonia prácticamente no tiene industrias que mantengan el valor, la producción y la mano de obra de la etapa anterior. La mayoría de ellas, básicamente en el ámbito metalúrgico, la producción de herramientas, la ingeniería mecánica, eléctrica y microeléctrica, en las que trabajaban decenas de miles de obreros, fueron prácticamente destruidas en la última década del siglo pasado. No caben dudas de que la situación es muy particular. Los líderes del país, negando totalmente el socialismo, tendrían que haber entendido que tal destrucción de la industria perjudica no sólo la potencialidad económica del país, sino también su propia existencia.

No obstante, la avidez y el miedo a una posible protesta social reforzó aquellos argumentos y, en 2004, Letonia entró en la Unión Europea con una “industria” que se caracterizaba por un nivel de equipamiento y un número de trabajadores más propio de industrias de principios del siglo XIX: el 76% de todas las empresas que operaban eran micro-empresas con hasta 9 trabajadores, y, el 20%, empresas pequeñas con entre 10 y 49 trabajadores. [2]

La nueva burguesía recubrió el miedo de clase con retórica nacionalista, que ya se había puesto en marcha para la toma del poder y había demostrado su eficacia. Había calificado a los sectores de la gran industria como ámbitos “ajenos a la mentalidad del pueblo letón”, “ impuestos por fuerzas externas” y, por tanto, sin futuro en un estado étnico.

En el programa del FPL del año 1989 se demuestra tal enfoque: “El FPL estima que ... en caso de necesidad, sería imprescindible la planificación de la remodelación o, incluso, el cierre de algunas empresas.” [3] Como resultado de su política, resulta que esta extraña “necesidad” se refería a todas las empresas.

Aquí debemos aclarar que la composición étnica de la población urbana y, en particular, el empleo en la industria, difería significativamente de otras áreas: debido a algunos motivos históricos, la mayor parte del personal de ingeniería y producción no era letón. Una parte de él (pero no todo, como afirmaban los ideólogos nacionalistas) llegó a Letonia de otras regiones de la URSS entre los años 50 y 80 del siglo pasado. Por ejemplo, entre 1976-80, la proporción de crecimiento de mecánicos en el cómputo del crecimiento de la población urbana fue del 71 %, y, en 1981-82, del 67%. [4]

Esta situación ha servido, después de 1991, como “base legislativa” para la privación de sus derechos civiles y los de sus descendientes (!), equiparando su posición a la de los inmigrantes ilegales, a pesar de que esta gente había obedecido las leyes vigentes en aquella época y se había trasladado dentro del territorio administrativo de un solo país, la URSS.

Utilizando la misma demagogia y los sentimientos nacionales, los gobernantes, en nombre del mantenimiento del poder, pudieron imponer a los votantes la idea delirante del peligro para el desarrollo nacional en el caso de que existieran en el país personas de otro país, que hablaran otro idioma, y la necesidad de destruir la base industrial para facilitar su salida de Letonia.

La mayoría de los no letones que trabajaban en la industria no ha abandonado el país (vinculaban su vida a Letonia, que, para muchos de ellos, era su tierra natal -los “extranjeros” son, por regla general, personas nacidas en Letonia). Hoy en día, 18 años después, en este país viven más de 300.000 “extranjeros”, que se ven desgraciadamente afectados por los objetivos sociopolíticos básicos de la derecha nacionalista. Bajo la capa del nacionalismo, no sólo se ha producido división social, sino también una pérdida masiva de solidaridad y conciencia de clase. Los trabajadores de los grandes sectores industriales destruidos se han convertido en pequeños comerciantes, en artesanos, en trabajadores del sector agrícola. Los administradores de las grandes empresas colectivas agrícolas se convirtieron en propietarios de grandes parcelas y explotaciones, y los agricultores volvieron a la economía agrícola de subsistencia. Una parte de los obreros, a causa del caos económico, simplemente vieron degradada su condición de miembros de pleno derecho de la sociedad.

Un dato muy característico es el siguiente: aunque haya habido períodos difíciles en cuanto a las condiciones sociales y económicas, e índices alarmantes de paro y garantías sociales muy limitadas, en Letonia, después del año 1991, no se ha producido ni una sola huelga en el sector industrial.

El salto fallido del “tigre báltico”

Cabe señalar que, en los primeros años 90, se avanzó rápidamente en la creación de nuevas estructuras y atribuciones estatales. Estos éxitos fueron en gran medida formales, hacia el exterior, propagandísticos y demostrativos, pero, no obstante, crearon la ilusión de que la derecha nacionalista cumplía con las obligaciones contraídas. Por ello, a pesar del colapso económico y el hecho de que las condiciones económicas eran, para gran parte de la población, muy difíciles, las condiciones sociales eran bastante estables. Esto se debe a diversas razones.

En primer lugar, la carga emocional que resultó de la restauración de la independencia estatal. Para hablar con precisión deberíamos referirnos sólo a la recepción de la soberanía formal, en unas condiciones de pura dictadura y manipulación externa de las autoridades locales por parte del capital internacional; pero, en cuanto a la conciencia general, no parecía haber diferencia. Si para los ciudadanos de Rusia, por ejemplo, la década de los noventa significa no sólo dificultades económicas y falta de bienes materiales, sino también humillación moral asociada al colapso del viejo Estado y la incapacidad del nuevo de llevar a cabo las funciones internas y externas, para los letones eran tiempos bastante creativos: nuevas estructuras de poder y de gestión del Estado, del sistema monetario, la policía, el ejército, etc. En este caso, además del factor moral, había uno material: en un período de colapso de la industria y las grandes empresas agrícolas, el ámbito público y, más que nada, el servicio público, no sólo suministraba un salario fijo, sino también el máximo posible de garantías sociales, perspectivas de autorrealización y carrera en el sector público. A esto hay que añadir el apoyo político y, en parte, económico a la restauración del sistema capitalista por parte del imperialismo internacional y el buen uso de la “ventaja de la posición geográfica” y de la potente infraestructura creada en la época soviética en forma de carreteras, oleoductos y puertos. Durante el saqueo total del legado económico socialista, Letonia fue lugar de paso de materias primas valoradas en miles de millones de dólares, y los flujos financieros dejaban una mínima pero significativa parte para un país pequeño en forma de impuestos y otros ingresos diversos. En este caso, el tránsito y la exportación de capital tenía frecuentemente un origen dudoso, incluso desde el punto de vista de las nuevas leyes del mercado, que también influyeron en el comportamiento de los políticos locales y las características de los partidos políticos, que servían a los intereses de la nueva burguesía. Aparte de los casos de corrupción real, han aparecido centros específicos, zonas de mayor prosperidad, en Riga, Ventspils, Jurmala, lugares de desarrollo de los negocios de tránsito, de concentración del capital bancario y de residencia de los “nuevos ricos”. En consecuencia, aquellos grupos de trabajadores que estaban empleados en esas áreas, o que trabajaban para los propietarios del capital, tenían más rasgos de pequeñoburgueses que de proletarios.

Todo esto lo entendió la gente que era activa y que defendía las posiciones marxistas. En 1995, en el primer congreso del PSL, en las resoluciones especiales se incluyó el fragmento siguiente: “La dirección que lleva el Estado en nombre del máximo órgano legislativo, el Gobierno y el Banco Central conduce a la degradación del país. Las fuerzas políticas actualmente en el poder han convertido la economía en su propia fuente de recursos y resuelven frenéticamente sus problemas de propiedad”. [5]

Sin embargo, la crítica de los socialistas hacia la estructura sociopolítica y las acciones de las autoridades, dados los factores anteriormente citados, fue percibida por la sociedad de manera muy débil, aunque en general la injusticia política y social y la discriminación étnica eran más que claras en el país y una buena parte de la población soportaba condiciones bastante duras: incluso los índices oficiales (subestimados) de paro llegaban, según qué regiones, a un 27% de la población activa, y, por otra parte, 20.000 niños no estaban escolarizados y 710.00 habitantes (¡de un total de 2,3 millones!) no disfrutaban de los derechos civiles básicos (por lo tanto, quedaban excluidos de la vida política, incluso a nivel municipal). Sin embargo, el Partido Socialista de Letonia, bajo condiciones tan difíciles y sin aliados políticos, consiguió diputados en el parlamento letón, lo que demuestra la existencia de un gran número de simpatizantes.

En cuanto a la economía, es más que evidente que el sector de transportes y construcción y, más precisamente, el de los servicios, son objetivamente auxiliares del manufacturero. Por ello, las consecuencias del colapso de la industria a gran escala y de la agricultura colectiva ya habían producido efectos en los últimos años de la década de los noventa del siglo pasado. Por razones diversas, hubo problemas en el sector del tránsito, en las ramas y empresas que se mantuvieron al servicio del mercado interno letón y las exportaciones a Rusia, porque recibieron mucha presión por parte de grandes competidores europeos (principalmente, la industria alimentaria y ligera). El tipo de cambio de la divisa nacional, el lat, sobreestimado por parte del Banco de Letonia, tuvo consecuencias muy graves para la economía.

En estas circunstancias, las fuerzas políticas gobernantes del país aprovecharon para incorporarse a la OTAN y la UE. Aparte de lo obvio, es decir, que era resultado de la presión del imperialismo internacional (siendo, ante todo, política de EEUU), la posibilidad de incorporación a la UE suponía para la derecha letona una salvaguarda de la quiebra social, económica y política. Cuando la perspectiva de la integración se hizo real, y ya era necesario convencer a la población (contrariamente a las autoridades, la población desconfiaba de la integración), el Ministro de Economía de entonces declaró y admitió abiertamente que, si no se producía la incorporación a la UE, el país estaría condenado a un catastrófico déficit de pagos. Por lo tanto, los gobernantes acordaron integrarse bajo condiciones desventajosas, tanto económica como socialmente, y dichas condiciones no se sometieron al escrutinio público.

La posición del PSL, que analizaba objetivamente las ventajas de la integración europea, fue identificar a la UE como una unión del gran capital europeo, creada para garantizar, en primer lugar, sus propios intereses de clase. V.I. Lenin, hace casi cien años, hizo una estimación muy precisa sobre tal unificación de Europa: “Desde luego, son posibles los acuerdos temporales entre los capitalistas y entre las potencias. En este sentido, son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un acuerdo entre los capitalistas europeos... ¿Sobre qué? Sólo sobre el modo de aplastar en común el socialismo en Europa”. [6]

Por lo tanto, para los socialistas letones, fueron claramente razones políticas las que hicieron que se promoviera la entrada en la UE de estos países; su aceptación previa en la OTAN lo demuestra francamente, ya que no estaban de ninguna manera preparados para esa entrada en cuanto a los criterios económicos.

Al mismo tiempo, el Partido Socialista trató de utilizar las oportunidades de contacto a nivel del Parlamento Europeo para establecer vínculos más estrechos con representantes de partidos comunistas y obreros de los países europeos y establecer con ellos una cooperación fructífera en interés de los trabajadores letones.

Incluso en 2000, cuando estos asuntos apenas habían comenzado a comentarse en la sociedad, el PSL había definido claramente su posición: "... no vemos la viabilidad económica y política de la adhesión de Letonia a la UE. Al unirse a la UE, Letonia perderá la mayor parte de su independencia económica, política, cultural, toda la economía nacional en sentido global”. [7]

Desde la integración de Letonia en la UE han pasado ya cinco años. Las consecuencias a corto plazo de la falta de preparación de Letonia y la actitud francamente aventurera e irresponsable de los políticos de la derecha, quienes estaban ocupados, ante todo, en la integración económica europea, demuestra que la posición socialista era la correcta. La presencia de Letonia en la UE no ha aportado prácticamente nada al pueblo en materia de seguridad social o en cuanto a garantía de derechos civiles y políticos: el sistema de garantías sociales es, como antes, débil e imperfecto, las prohibiciones políticas siguen ahí. Las condiciones salvajes y humillantes de los “extranjeros” se mantienen; la persecución de opiniones políticas, también.

No obstante, las inyecciones monetarias de las estructuras de la UE y la actividad del capital internacional (principalmente, financiero y especulativo) han provocado un aumento de la actividad económica. El crecimiento del PIB alcanzó un record del 11% en 2007, permitiendo que los propagandistas de la derecha hablaran de Letonia como si fuera “el tigre económico del Báltico”, y permitiendo también la alianza de los partidos de derecha nacional y liberales para obtener la victoria en las elecciones parlamentarias de 2006.

Así, la economía real ha sufrido unas consecuencias considerables: la industria azucarera está destrozada y hay graves dificultades en los sectores agrícola y pesquero. Aún más perjudiciales han sido las actividades incontroladas de los bancos extranjeros en el país y la fiebre del crédito y la especulación sobre los bienes inmuebles, provocada por los bancos con el consentimiento silencioso del gobierno. Y eso a pesar de que, en el siglo XIX, en su obra “El Capital”, Karl Marx escribió sobre la doble naturaleza inherente al sistema de crédito y solvencia: “De una parte, el desarrollar los resortes de la producción capitalista, el enriquecimiento mediante la explotación del trabajo ajeno, hasta convertirlos en el más puro y gigantesco sistema de juego y especulación, reduciendo cada vez más el número de los contados individuos que explotan la riqueza social y, de otra parte, el establecer la forma de transición hacia un régimen de producción nuevo.” [8] Evidentemente, las consecuencias negativas empezaron a expresarse ya antes de la crisis actual del sistema capitalista. Y esto no debería sorprendernos, si tenemos en cuenta el crecimiento de la deuda externa de Letonia:

 

Año, trimestre, millones de lats

2004 III

2005 III

2006 III

2007III

2008 III

Deuda externa (neto)

2 002.4

2 787.5

4 275-8

6 940.2

8 684.0

 

En 2008, el gobierno letón llegó a acuerdos con el FMI, el Banco Mundial y la Comisión Europea para recibir créditos por 7.500 millones de euros hasta finales de 2009 (5.122 millones de lats) y la deuda pública total es ya más de dos veces superior al presupuesto anual. Para un país tan pequeño como Letonia, esta situación, combinada con la destrucción de la economía productiva y la ausencia de recursos naturales para exportar, significa la servidumbre por deudas, prácticamente sin posibilidad de solución, y la pérdida de toda independencia. Para el pueblo, esta situación supone el deterioro significativo de la prosperidad material y de la seguridad social.

La pasividad social: rendirse es más fácil que luchar

En las condiciones de crisis social y económica que se desarrolla en Letonia desde el principio de ios años noventa del siglo pasado, sería lógico esperar que hubiera un ambiente de protesta y actividad por parte de los trabajadores, sobre cuyos hombros se están cargando el peso principal de las consecuencias de la restauración del capitalismo, los errores y los abusos de poder de los partidos burgueses de derecha. Sin embargo, hasta los acontecimientos del 13 de enero de 2009 (cuando se produjeron en Riga enfrentamientos con la policía, ante el intento de penetración en el edificio del Parlamento, y disturbios en las calles), en el país no había nada que se pudiera llamar protesta social seria.

El PSL, a través de sus organizaciones de base, con la ayuda del periódico “Letonia Socialista”, una página propia en internet y varias acciones, tanto en las campañas electorales como en fechas de importancia histórica (como el Io de mayo o la celebración de la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial), siempre ha explicado a los trabajadores lo que está pasando en el país, sus causas y sus consecuencias, y propone la alternativa. No obstante, debemos reconocer que, a pesar de la popularidad de las ideas socialistas entre los trabajadores (algo que se expresa también por la cantidad de votos recibidos por el PSL en varias elecciones), aún no ha habido una consolidación a nivel de demandas sociales y económicas y de incremento de la conciencia de clase.

Las razones, mencionadas anteriormente, de la pasividad social a comienzos de los años noventa, durante el período de la restauración capitalista, que conducen a una posición residual de los sectores obreros activos en la última década, se dan porque, después de la integración de Letonia en la UE, las fuerzas políticas dominantes pudieron “exportar” una parte de los problemas sociales graves. Los más sensibles, como el paro y los salarios bajos, fueron eliminados con la apertura de los mercados laborales en países como Irlanda y Gran Bretaña.

En el informe al XI Congreso del PSL se señalaba: “La gente se va a trabajar fuera no porque Letonia sea un país desagradable, sino porque, viviendo y trabajando aquí, no pueden apoyar a sus familias. La gente está dispuesta a sufrir privaciones, a separarse de la familia y parientes para vivir, para mantener a sus ancianos padres, cuyas pensiones miserables ni siquiera cubren las necesidades básicas, y para que sus hijos puedan estudiar. [9]

Dada la circunstancia de que en dos horas (duración del vuelo de Letonia a Gran Bretaña), el parado letón llega a un país en el que incluso el salario mínimo es cinco o más veces superior al que podría obtener en su patria, es muy difícil convencerle de que no aproveche esta posibilidad y se quede para lograr una mejora en las condiciones de vida en su patria por medio de la lucha de clases.

A estos procesos se añade la denominada “fiebre del crédito”. Los trabajadores de los países europeos están familiarizados con los métodos utilizados por los grandes bancos internacionales, y la experiencia de la vida bajo el capitalismo les hace reaccionar de manera más adecuada a las promesas generosas de los anuncios bancarios. Los letones (igual que los habitantes de otros antiguos países socialistas) están psicológicamente indefensos ante la tentación del crédito. Durante la recuperación económica de los primeros años tras la integración en la UE, un número importante de trabajadores, no sólo del servicio público y de negocios pequeños y medianos, sino también de las ramas de algunos monopolios, del transporte y de la construcción, tuvieron la posibilidad de comprar un piso, muebles de lujo o un coche nuevo. Claro que se trataba de compras a crédito, con estimaciones infladas especulativamente de bienes inmuebles y con complicadas y exigentes condiciones de pago.

Pero, en aquel momento, a estas personas les parecía que se hacían realidad las promesas de la “sociedad de consumo” y la “igualdad de oportunidades” del capitalismo moderno. Los intentos de explicarles el error de tales engaños, el peligro de caer en las redes bancarias o, especialmente, indicar los fallos de la situación económica del país, no fueron tenidos en cuenta.

La esencia de la conciencia pública de la generación que hoy en día es laboralmente activa, que no ha conocido los beneficios y garantías del socialismo real, que ha crecido en la primera fase de restauración de la barbarie capitalista, combina esta situación con la influencia de la propaganda burguesa falsa. Por ejemplo, en un sondeo entre alumnos de secundaria (jóvenes entre 17 y 19 años) para estimar su actitud hacia conceptos sociopolíticos y éticos básicos, un tercio de los participantes percibía positivamente conceptos como “socialismo”, “solidaridad”, “altruismo”, pero negativamente el “comunismo” o el “colectivismo”.

Eso demuestra problemas serios en la comprensión de las bases sociales por parte de la nueva generación, contradicciones en sus opiniones y sus creencias. Por una parte, en base a las historias de los miembros mayores de la familia, de acceso a fuentes objetivas de la información, el concepto de “socialismo” no provoca emociones negativas. Por otra parte, sobre la base de la ideología oficial estatal, expresada en el contenido de los manuales y programas escolares de historia y ciencias sociales, la campaña política de la UE para igualar al nazismo el comunismo, en cuya vanguardia están los políticos de la extrema derecha letona, se provocan ciertamente sentimientos negativos hacia el “comunismo”.

La destrucción de las grandes empresas industriales y su división ha influido bastante en el comportamiento de la gente. Acciones tales como reuniones sindicales y piquetes con exigencias económicas muy leves y limitadas que han tenido lugar en Letonia demuestran esta fragmentación. Prácticamente, todas ellas se hicieron por separado: maestros, médicos, agricultores, policías, trabajadores de empresas pequeñas destruidas se movilizaron con exigencias exclusivas de cada sector y nunca expresaron voluntad de alcanzar objetivos comunes. No se puede pasar por alto que casi todos los grupos ya mencionados de insatisfechos se hallan en la esfera no productiva. En cuanto a los productores, únicamente los agricultores han emprendido acciones como la ocupación de carreteras o “manifestaciones de tractores” en Riga, que tuvieron lugar el invierno pasado. Sin embargo, sus exigencias, por una parte, tenían un carácter muy específico de su sector, por otra, únicamente expresaban su deseo de obtener las subvenciones presupuestarias y, en este aspecto, no se diferenciaron mucho de las protestas de los funcionarios. Hay que tener en cuenta que a la mayoría de estos agricultores no le interesa la agricultura. Siendo propietarios de grandes terrenos y, frecuentemente, también de las empresas de elaboración, tienen capital, contratan a mano de obra y, objetivamente, son representantes de la capa media de la burguesía rural.

La ausencia de solidaridad afecta a casi cualquier protesta u oposición a las políticas derechistas del gobierno. Por ejemplo, durante el referéndum del 2008 sobre el cambio del sistema de pensiones, los partidos en el poder consiguieron convencer a los jóvenes trabajadores de que se abstuvieran, ya que, en la caja social, el incremento en el pago de la jubilación a los pensionistas actuales podría dañar a sus ahorros futuros. El referéndum fracasó a causa de la baja participación.

Una situación similar de contraposición de intereses de los trabajadores se produce en los pequeños y grandes hospitales rurales y urbanos, así como en las escuelas, provocada por la realización de “reformas” en la educación y en los servicios de salud pública, que sufrirán los efectos de la crisis por medio de recortes presupuestarios llevados a cabo por los partidos de derechas.

El eslabón débil de la restauración capitalista

La presente situación socioeconómica mundial, agravada por factores internos específicos, ha llevado al pueblo a la pérdida de la confianza en la capa dirigente de Letonia y a conflictos con la policía el 13 de enero —que fue sólo el primer aviso a las autoridades. En el futuro próximo puede verse radicalmente afectado el orden político en el país. Por primera vez en dos décadas, el bloque de centro-izquierda “Centro de Unidad”, donde está el PSL, con firmeza ocupa el primer lugar en las preferencias de los votantes. En las elecciones al Parlamento Europeo, el bloque obtuvo dos escaños, uno de los cuales lo ocupa el presidente del PSL, Alfred Rubiks. En las elecciones municipales, el “Centro de Unidad” recibió la mayoría en una serie de ayuntamientos, incluso en la capital (aunque en coalición con un partido de centro-derecha). Hay una oportunidad real de que este bloque de fuerzas obtenga una mayoría o “una minoría de bloqueo” en las elecciones parlamentarias. Así, Letonia puede convertirse en un “eslabón débil” entre los países del antiguo campo socialista, que, en este último período, han adoptado constantes tendencias derechistas.

Esta opción es posible en base a varias razones. Ante los graves problemas sociales y económicos, la población de Letonia inevitablemente se preguntará: ¿Por qué ha pasado, quién es el culpable y cómo se puede resolver esta situación? La respuesta sobre el culpable es obvia, incluso para aquellos sectores de la población que son totalmente apolíticos o que están lealmente adaptados a los poderosos. Además, los partidos de la derecha, dentro de los límites de la ideología dominante del liberalismo de mercado, no pueden ofrecer alternativas para salir de la crisis. Así, empieza a verse afectado también al segundo componente ideológico del esquema actual letón: el nacionalismo. Engañado durante años por sus propias ideas (que fueron apoyadas también por una serie de medidas de proteccionismo nacional -por ejemplo, en el campo de la educación o la selección de personal), el pueblo comienza a pensar que si los líderes mintieron sobre “el mercado autorregulado” o la “justicia social en el capitalismo”, sería probable que también mintieran sobre las amenazas provenientes de gente de otra nacionalidad, cultura y lengua. Si esta percepción se enraíza en una parte considerable de los trabajadores, será capaz de derribar uno de los obstáculos para la solidaridad en la lucha por el cambio del sistema social en Letonia: la desunión nacional.

Conscientes de esto, los políticos letones recientemente han desplazado su atención de la oposición interétnica a la búsqueda del enemigo externo. Y han optado por el vecino: la Federación Rusa, hacia quien se dirigen reproches históricos y políticos, incluso exigencias materiales. En el fondo de esta política está el concepto de la “ocupación soviética” y ¡en Letonia incluso existe una comisión estatal para estimar el daño supuestamente provocado por la URSS de 1940 a 1991! El Ministerio letón de Asuntos Exteriores y los diputados letones de derecha en el Parlamento Europeo trabajan en la misma dirección, consiguiendo calificar la ideología comunista de criminal e igualarla a la nazi.

Característicamente, estas acciones no sólo no son condenadas por los influyentes partidos socialdemócratas, cristianodemócratas o, incluso, “socialistas” europeos, sino que reciben un claro y directo apoyo de los mismos.

Además, al evaluar las perspectivas políticas de Letonia, es necesario recordar que su gobierno ha perdido importantes cotas de independencia y casi no tiene capacidad de maniobra ante los problemas económicos y sociales básicos, a causa de la crisis y la deuda acumulada.

Cualquier gobierno, incluso uno de izquierda, independientemente del porcentaje de apoyo que disfrute dentro del país, recibiría una fuerte presión, no sólo de los nacional-liberales locales, sino también de la mayoría de derechas de la UE, estructuras como el FMI y el capital internacional.

Una transformación social en Letonia sólo será posible con el apoyo del movimiento comunista internacional y de la izquierda y el crecimiento de su fuerza y autoridad, de la solidaridad en la lucha contra los monopolios y las uniones imperialistas en las circunstancias de la crisis y de la unidad de la clase obrera con otros sectores nacionales. Y, finalmente, el rumbo al socialismo a nivel nacional y europeo es posible sólo si se producen cambios revolucionarios radicales.


[1] Partido Socialista de Letonia. Documentos Históricos”. Riga, 2006, p. 134

[2] Ibid., p.534

[3] Programa del Frente Nacional de Letonia. Riga, Avots, 1989, p.l 6

[4] “Las tendencias futuras en la población de la República Socialista de Letonia”. Riga, Zinatne, 1986, tabla. 2-4

[5] “Partido Socialista de Letonia. Documentos Históricos”, p. 68

[6] Lenin, VI. “La consigna délos Estados Unidos de Europa”. Ed. Gospolitizdat, Moscú, 1952, vo).21, p. 310

[7] “Partido Socialista de Letonia. Documentos Históricos”, p. 191

[8] “El Capital”, C. Marx y E Engels. Textos, Ed. Gospolitizdat. Moscú, 1961, vol. 25, p. 485

[9] Partido Socialista de Letonia. Actas del XI Congreso”, Riga, 2008 p.