Ha sido un largo camino el de la recuperación del Partido Comunista en México, y aunque pudiera parecer verdad evidente que el Partido que lucha por el derrocamiento del orden burgués y por la instauración del socialismo es desde su concepción misma un Partido cuya actividad gravita en torno a la clase obrera, fue un proceso complejo y tortuoso lograrlo; proceso que continúa ahora en la búsqueda de cualificar la intervención comunista entre la clase obrera y desdoblar la influencia del Partido sobre las masas proletarias.
El nacimiento de nuestro Partido, que está por llegar a 25 años de actividad, tras años de liquidación (1981-1994 fue el intervalo sin existencia del partido comunista) tuvo que andar sus primeros pasos desbrozando toda una maraña ideológica instalada en el campo revolucionario que se había levantado en contra no solo de la teoría del marxismo-leninismo, de las experiencias de construcción socialista, contra la teoría del Partido de vanguardia, sino inclusive en contra del papel de la clase obrera como el sujeto llamado a dirigir la revolución e inclusive su rol en el proceso productivo.
Esto fue por un lado el caso del movimientismo, los llamados sujetos emergentes, la multitud, etc., que buscaban sustituir el papel de la clase obrera y en concordancia desviar toda actividad de los comunistas cuando más se requería firmeza para resistir la desbandada que acompañó la contrarrevolución en el campo socialista.
Por otro lado es el caso de teorías oportunistas y reformistas que de largo tiempo imperaban en las concepciones estratégicas del primer PCM; teorías hegemónicas además durante décadas entre los cuadros del movimiento obrero y revolucionario más general del país, y con las que tuvimos que deslindarnos en un largo proceso. Desarrollo gradual y reformista hacia el socialismo, primacía del conflicto entre burguesías por encima del conflicto capital-trabajo, concepciones erróneas en el tema del imperialismo, lecturas erróneas del grado de desarrollo del capitalismo en México, una concepción etapista que restringía la lucha al antineoliberalismo, etc., todas ellas abonaban en la dirección de acotar la independencia de clase, de recortar su autonomía política con respecto a la burguesía, de maniatar el accionar de su Partido.
El deslinde ideológico que duró entre el I y IV congreso del PCM ha sido la primer precondición para cualquier intervención entre la clase obrera de éste país. A partir del IV y más aún el V Congreso se definió junto con la evaluación de que las condiciones económicas están maduras para el socialismo en México la natural consigna del Giro Obrero, de volcar la actividad mayoritaria de los militantes comunistas a las fábricas y centros de trabajo. Se le ha dado mayor peso al trabajo político realizado en las industrias estratégicas, trazando la actividad partidaria de tal manera que las organizaciones partidarias nuevas que se han venido levantando entre el V y VI Congreso fuesen en torno a corredores industriales claves.
Entre el IV y VI Congreso se han sostenido 4 Conferencias Obrero-Sindicales, donde la militancia ha estudiado a lo largo de 8 años la situación del movimiento sindical en México, intercambiando sus experiencias de intervención.
El resumen de nuestro diagnóstico es el siguiente.
México cuenta con una enorme población obrera, en la que hallamos cerca de 26 millones de personas directamente involucrados como asalariados subordinados en la industria, la agricultura, la minería, las comunicaciones, la construcción, los transportes, etc., adicionalmente a ellos otros 7 millones y medio de personas son trabajadores de la educación, la salud, la administración, los servicios, del comercio a pequeña escala, la reserva industrial que suponen los desempleados, etc.
Sin embargo esta enorme potencia tanto en número como por ser la generadora de la riqueza de la nación, se halla atenazada para utilizar su fuerza para cambiar favorablemente la situación en la que vive dada la desorganización que caracteriza sus herramientas de lucha, notablemente sus organizaciones sindicales. En nuestro país han sido décadas de constante control y socavamiento de las centrales y federaciones obreras y gremiales. Los retrocesos históricos en el sindicalismo clasista agravó el efecto de la permanente política de hostilidad contra la organización obrera, contra la negociación colectiva, contra el derecho huelga, en la que se ha llegado inclusive al caso de desaparición y asesinato de líderes sindicales opositores, de represión a sangre y fuego de huelgas, etc.
La tasa de sindicalización en México la definimos como la proporción que existe entre la suma total de sindicalizados del sector privado (Apartado A, jurisdicción federal), más el número de sindicalizados del sector público (Apartado B) –mucho mayor que al del sector privado-, dividido entre el total de trabajadores asalariados.
De esta forma, se establece, de forma muy general, que para el 2014 un 13.64% por ciento de los ocupados formales pertenecían a una de las 34 grandes centrales obreras y gremiales, continuando con el descenso en las tasas de sindicalización se estima que está en apenas el 10.02% para este 2017, un record a la baja.
La tasa de sindicalización en nuestro país es del 10.02%. Es decir 9 de cada 10 trabajadores asalariados no tiene un sindicato. Oficialmente existen 34 grandes centrales obreras y gremiales que aglutinan a la mayoría de los 3,262 sindicatos que la Secretaría del Trabajo y Previsión social -STPS reportó para el 2016, de estos existen 728 sindicatos que se declaran independientes, algunos de ellos con varios miles de afiliados.
Hasta este momento la casi totalidad de las centrales existentes están vinculadas directa o indirectamente con la política de la CSA-CSI, incluso algunos de los llamados “independientes”, incorporan en su definición, en su teoría y práctica la colaboración de clases. En total administran casi 30,000 contratos colectivos. Cuando menos 12,000 de esos Contratos Colectivos son considerados falsos, es decir no se conoce su contenido por parte de los trabajadores, en algunas estimaciones hasta el 90% de los CCT son de protección patronal.
En la mayoría de estas centrales no hay salvo democracia simulada en el mejor de los casos y nula vida sindical, con aparatos de terror al servicio de la patronal en los peores.
El Coeficiente de huelgas estalladas reconocidas sobre emplazamientos a huelga ha disminuido de cerca de 2.5% en 1990 a menos del 0.5% actualmente. La huelga si bien es reconocida formalmente como un derecho en la ley, ha sido sometida a tal reglamentación por parte del Estado que para efectos prácticos ha sido ilegalizada. Las huelgas ejercidas en los hechos por los trabajadores no son reconocidas en la estadística dado que son declaradas “inexistentes” (ilegales), mientras que los llamados emplazamientos son en su mayoría actos de simulación de los funcionarios de los sindicatos blancos.
Este vacío en las organizaciones de defensa de sus intereses más básicos supone una tragedia colectiva para nuestra clase. Es un hecho archiconocido el que somos el destacamento de la clase obrera internacional de los países capitalistas que más horas al año trabaja por los menores salarios. Un indicador que permite comparar estos salarios con relación a la riqueza producida es el de la masa salarial como porcentaje del propio PIB; a principios de los 1980’s ésta constituía alrededor de un 50%, en 2003 el conjunto de los asalariados mexicanos se repartía 30.1%, una década después tal indicador disminuyó a 27.4%. Más de 60 por ciento de los trabajadores no tienen cobertura de seguridad social. Si tomamos en cuenta el 2008 como el 100% para medir tanto la productividad con base en las horas trabajadas tanto como el costo unitario de la mano de obra, observamos que la primera aumenta cerca de 3 puntos porcentuales en los últimos 9 años mientras que el costo unitario de la mano de obra disminuye casi 15 puntos porcentuales.
La desvalorización de la fuerza de trabajo se exacerbó con el resto de los fenómenos derivados de las contradicciones capital-trabajo durante la crisis de sobreacumulación desatada en 2008. En México los efectos que las masas proletarias resintieron motivó choques y turbulencia social de gran magnitud. A esto le denominamos tendencia a la insumisión y la clase obrera no estuvo exenta de la misma, respondió con paros y fuertes protestas a los miles de despidos, a las condiciones endurecidas de explotación, etc. Tales fueron el caso del magisterio, de los trabajadores agrícolas, de trabajadores de la maquila, de los trabajadores petroleros en algunas plantas, de los trabajadores de tiendas comerciales WalMart, de mineros, de obreros ensambladores, etc. La falta de organicidad no impidió que luchara nuestra clase, pero si limitó sus alcances al dejar en aislamiento la mayoría de los brotes.
Forzado a recomponer su dominación la burguesía le ha dado su respaldo al gobierno de corte socialdemócrata de Andrés Manuel López Obrador, cuya misión es blindar la dominación burguesa logrando a su vez la mayor desmovilización posible de las masas proletarias, usando a su favor las expectativas creadas. De manera similar al progresismo en América Latina, el gobierno de López Obrador asegura las ganancias de los monopolios mientras con demagogia atenúa el conflicto socioclasista.
Un ejemplo de estos esfuerzos por manipular las expectativas de la clase obrera ha sido la bandera de la llamada libertad sindical. Por cerca de 2 décadas y media la burguesía de nuestro país ha usado como una ventaja comercial los salarios excesivamente bajos. Ésta le ha sido particularmente útil en industrias como la automotriz, electrónica, autopartes, aeronáutica, agroindustria de exportación, etc. De tal manera que la burguesía de otros países, y más particularmente la de Canadá y Estados Unidos consideran que México realiza prácticas de “dumping” laboral. En la revisión de sus tratados inter-imperialista ha sido forzado a atemperar esa práctica ratificando, entre otros, el convenio 98 de la OIT. Sin embargo, esta ratificación ha sido vendida como oropel a la clase obrera de nuestro país, se extienden grandes promesas de que se garantizará, ahora sí, la libertad sindical, que terminarán los contratos de protección patronal, será el fin de los salarios de miseria, etc. Todo ello sin tocar lo esencial de las reformas laborales, mucho menos afectando de manera decisiva la propiedad o las utilidades de los grandes monopolios.
Otro ejemplo donde la burguesía con palabrería pretende desmovilizar y llenar de confianza en el Estado a la clase obrera ha sido en la cuestión del cambio de las dirigencias sindicales colaboracionistas. Se levantaron grandes expectativas entre nuestra clase con la derrota electoral del PRI, especialmente en lo concerniente al fin de los funcionarios sindicales y aparatos dedicados al control y colaboración de clases, basados en el terror laboral, afines durante mucho tiempo al PRI. En realidad lo que ha venido dándose en estos primeros meses de transición al gobierno socialdemócrata es una adecuación de dicho control. En algunos casos los mismos aparatos de control sindical operaron descaradamente desde la campaña a favor de Morena, en otros casos han cambiado los funcionarios sindicales sin que cambie por ello la política que siguen, en otros más la disidencia sindical afín a Morena pide la intervención del Estado para cambiar la dirigencia sindical sin que se mencionen las consecuencias lógicas de ello –cambiar un funcionario sindical bajo control del Estado burgués por otro funcionario sindical puesto por el propio Estado burgués. Lo que se requiere para un potente movimiento obrero no es un simple cambio de personalidades, es un cambio de política a nivel de la base. Derrotar centro de trabajo por centro de trabajo, sector por sector, la política de colaboración de clases. Conquistar una influencia decisiva centro de trabajo por centro de trabajo, sector por sector, para la política de choque con el poder de los monopolios.
Durante el mismo periodo de tiempo la militancia comunista del PCM, en concordancia con el Giro Obrero y el Plan Estratégico, se ha movilizado y dirigido esfuerzos multifacéticos entre los obreros electricistas, del sector automotriz, del transporte de carga, del metro, de cementos, de textiles, de electrónicos, de instrumental quirúrgico, de la industria hulera, de la industria química farmacéutica, de las telecomunicaciones, de la industria refresquera, de alimentos, gasera, de la metal-mecánica, etc., así como entre trabajadores de los centros comerciales, trabajadores técnicos e investigadores, magisterio, médicos y enfermeras, migrantes, etc.
Aún es una minoría de los casos donde los cuadros han ocupado un papel dirigente en los centros de trabajo pero ya hay primeras experiencias en este sentido, en otros casos se han colocado cuadros como orientadores o consejeros de los activistas sindicales más avanzados, en otros casos han agrupado a una corriente al interior del sindicato que disputa la dirección, en considerables casos el Partido ha sido quien articula solidaridad efectiva, en todos los casos el Partido ha buscado llevar su propaganda y agitación ya sea esclareciendo la naturaleza del conflicto en el centro de trabajo o del asunto candente, como la Reforma Laboral.
Un caso destacable es la experiencia entre los trabajadores de Nissan, planta Cuernavaca, donde opera la célula Sen Katayama [9], que combina la agitación a puerta de factoría con nuestro periódico y octavillas, la organización al interior de nuestros militantes, y la intervención más amplia entre los obreros a manera de corriente sindical, donde con posiciones claras se plantea porqué ir más allá del tope salarial y de las condiciones que quiere imponer el monopolio, y con ello logramos, la movilización en sentido político contra la reforma laboral, y la huelga por reivindicaciones económicas, ello sin contar con representación en la directiva sindical.
Hoy los cuadros deben dar un paso más. Tras 8 años del IV Congreso y el giro obrero se considera que han madurado lo suficiente como para pasar a no solo intervenir en el movimiento obrero sino hacerlo apuntando en una dirección de clase que solucione los graves problemas y retos del sindicalismo en México. El Partido, a la manera de un cerebro colectivo de nuestra clase debe recapitular y terminar de asimilar las experiencias de avances y derrotas en este campo.
Además de los sindicatos donde los comunistas puedan encabezar como son los de la Federación de Trabajadores Independientes [10] (FTI), se requiere una política de Frente Único de clase para que los comunistas puedan movilizar a los trabajadores que se hallan motivados por expectativas fincadas en el próximo periodo, hacia una sindicalización masiva, hacia la democratización de sindicatos que hayan actuado como grilletes contra los propios trabajadores, hacia un sindicalismo combativo que ejerza el derecho a la organización y a la huelga aunque estos hayan sido borrados de la ley, etc.
Ello nos obliga a atravesar una multitud de siglas sindicales, obliga a activar el gran potencial sin explotar de los jóvenes trabajadores que se acercan a las filas del Partido sin organización en su propio centro de trabajo, obliga a pasar de las brigadas en los corredores industriales a planes más audaces de penetración en las ramas estratégicas que contemplen la profesionalización en ese sentido de los cuadros dedicados a ello, etc.
El Partido hará aún más explícita la frontera entre lo que cuenta al interior del movimiento sindical –donde debe utilizar el frente único para revertir la destrucción de la organización sindical- como lo que cuenta al exterior del movimiento sindical –donde elevará la calidad de su propaganda, mejorará su comunicación con la clase obrera, incrementará su actuación en la palestra pública para corresponder con los requisitos del conflicto de clase a nuestro rol de confrontación con la gestión socialdemócrata de la dictadura de la clase burguesa. Pertrechados por la experiencia que va ratificando en cada paso las tesis del Partido, nos disponemos a una inmersión en el trabajo para fortalecer el sindicalismo clasista en México.