El giro obrero. El trabajo de los comunistas españoles para organizar a la clase obrera


Armiche Carrillo Secretario de Trabajo Ideológico del Comité Central del PCTE

1. La clase obrera como sujeto revolucionario.

El dominio a escala planetaria del capitalismo como modo de producción dominante impone sus reglas de funcionamiento a todos los países del mundo. Por lo que la contradicción capital-trabajo continúa siendo la pieza esencial sobre la que pivota el sistema de dominación capitalista y el engranaje básico que le hace funcionar. Y, en consecuencia, la lucha de clases sigue constituyendo el motor de la historia en las sociedades capitalistas contemporáneas.

Como Marx demostrara hace más de un siglo, el objetivo del modo de producción capitalista “no es sólo producción de mercancías, sino que esencialmente es producción de plusvalía”.

La conversión del capitalismo a su fase imperialista no hizo más que acentuar esta realidad. Periódicamente la agudización de las contradicciones internas propias del mismo modo de producción sacude hasta tal punto el conjunto del sistema que dificulta o imposibilita temporalmente que se complete el ciclo de reproducción ampliada, afectando, en consecuencia, a la obtención de la plusvalía por parte de la burguesía. Estamos entonces ante una crisis de sobreproducción y acumulación capitalista. La estrategia de la burguesía es siempre la misma: lanzar un ataque general contra la clase obrera.

En esa clave, desvalorizar el papel de la clase obrera en el modo de producción, ocultar su carácter revolucionario e incluso restarle valor a su papel en la sociedad, es la coartada perfecta que necesita la burguesía para justificar su ataque. Fomentar su división por países de procedencia o incluso negar su existencia como clase completan el círculo virtuoso de la manipulaciónideológica.

Naturalmente, para que una estrategia de manipulación sea eficaz debe presentarse como el resultado natural de las investigaciones actuales. Y en esa tarea, el concurso del posmodernismo es un auxilio teórico imprescindible, prometiendo dotar a los llamados “nuevos sujetos” de un marco teórico acertado, pues el marxismo-leninismo, dicen, ya no responde a la nuevarealidad.

La lucha contra el capitalismo no ocupa ningún lugar en la agenda de los “activistas sociales” y, en su lugar, emerge un maremágnum de luchas parciales que niegan a la clase obrera como sujeto revolucionario (e incluso su inexistencia); la aspiración a exiguas reformas que “humanicen” al capitalismo; la ubicación en el plano moral —y no en la base del propio modo de producción— de las “deficiencias” del sistema (“malos empresarios”, “políticos deshonestos”, etc.); y, por supuesto, el señalamiento del Partido Comunista como algo inútil e innecesario.

Una de las expresiones prácticas más genuinas en el ámbito político del posmodernismo es la nueva socialdemocracia, erigida en auténtica representante de esa pléyade de “nuevos movimientos sociales” que prometen cambiarlo todo sin arriesgar nada.

En el caso de España, el partido Podemos ha capitalizado mejor que ningún otro actor político el descontento y el miedo a la proletarización de la pequeña burguesía y de las capas medias (procedentes de la intelectualidad y de las profesiones liberales), que creyeron permanente su posición social después del último ciclo alcista del capitalismo español.

Su capacidad de generar falsas ilusiones en el seno de la clase obrera y los sectores populares influyó, como pocos, en el retroceso de las luchas obreras que se habían desarrollado en el periodo anterior a la aparición del Movimiento 15-M y, posteriormente, de Podemos.

En esta situación de reflujo del movimiento obrero y de debilidad del factor subjetivo de la lucha de clases, las tareas del Partido cobran una importancia capital.

Tres son los elementos claves sobre los que pivotan nuestras tareas actuales: partido- sindicato-clase. Centralización, bolchevización y giro obrero constituyen las herramientas fundamentales con las que la militancia del PCPE fortalece el Partido.

Centralización significa volver a colocar el centralismo democrático como eje vertebrador de la vida partidaria y retornar a la senda correcta, garantía para una dirección unificada de la lucha de clases.

Bolchevización del Partido entendida como “un incesante ataque planificado a todas las deficiencias”. La formación y especialización de cuadros, el fortalecimiento del nivel político-ideológico de la militancia, la planificación metódica del trabajo a todos los niveles y la corrección de las deficiencias organizativas son las piezas esenciales de la bolchevización del PCPE.

Finalmente, el giro obrero supone la puesta en práctica de una estrategia de trabajo político que priorice el trabajo con la clase obrera. El giro obrero exige estar presentes

no sólo en las luchas que nuestra clase protagoniza, sino también en los sindicatos; así como revelar el carácter clasista de todas y cada una de las medidas que nuestro enemigo de clase ponga sobre la mesa, asumiendo que en la lucha de clases no hay margen para la neutralidad política o ideológica.

Proyecto revolucionario, capacidad de dirección y composición clasista definen, pues, el carácter de clase de nuestro Partido Comunista.

2. 2. Eurocomunismo y movimiento obrero.

La derrota en la Guerra Nacional-Revolucionaria (1936-1939) colocó al movimiento obrero español en un contexto de fortísima represión. La dirección del PCE entendió que la organización del movimiento obrero era fundamental para garantizar la propia supervivencia del Partido. Una resolución del Buró Político en julio de 1939 ya llamaba la atención sobre el peligro de que el partido quedara aislado de las masas si el “fascismo” conseguía “encadenar a la masa obrera y campesina y la juventud en sus propias organizaciones (sindicatos y otras formaciones de Falange)”.

A lo largo de la dictadura franquista, el PCE planteó, básicamente, dos tácticas: la llamada Oposición Sindical Obrera (OSO) y la consolidación de las comisiones obreras (futura CCOO). La Oposición Sindical Obrera, diseñada a finales de los cincuenta y que tendría su presentación pública en las huelgas mineras asturianas de 1962, tenía su razón de ser en el intento de organizar estructuras permanentes que vincularan a los diferentes comités de empresa a través de sus enlaces y jurados sindicales. Las reivindicaciones particulares de cada centro de trabajo debían jugar el papel de banderín de enganche para la masa obrera.

A efectos prácticos, la OSO no tuvo gran repercusión en el movimiento obrero porque fue incapaz de vincular a los trabajadores y trabajadoras del centro de trabajo con la propia estructura organizativa.

Bajo una estrategia similar, organizar al movimiento obrero, pero con una puesta en práctica distinta, se conformaron las comisiones obreras. En un primer momento, las comisiones no eran más que un grupo de trabajadores elegidos por sus compañeros como representantes coyunturales para la negociación con la patronal en materias relativas a las condiciones de trabajo (salarios, jornadas...), dejando al margen al Sindicato Vertical del franquismo.

La diferencia fundamental entre las comisiones y la OSO radicaba en su propia composición. Mientras la OSO pivotaba sobre los enlaces y los jurados sindicales, las

comisiones obreras nacían por la elección directa de los propios trabajadores de la fábrica. Esa vinculación inmediata otorgaba automáticamente una autoridad ante las plantillas de la que los enlaces y jurados carecían.

A partir de esta base, la orientación táctica del PCE va a ser muy clara en los siguientes diez años: fomentar la participación y la elección de la militancia comunista en esas comisiones obreras, dotarlas de un carácter permanente, dejando atrás su origen coyuntural, aprovechar el estrechísimo límite legal de la legislación laboral vigente cuando fuera posible y convertirlas, por último, en una herramienta de lucha política en la que las reivindicaciones meramente económicas se acompañaran de otras de carácter político.

Durante la década de los 60' las comisiones obreras se multiplicaron a lo largo y ancho del país, confirmando en la práctica lo acertado de la propuesta, hasta el punto de convertir a las CCOO y al propio Partido en hegemónicos en el movimiento obrero y sindical.

Esta situación propicia irá cambiando a medida que la corriente eurocomunista vaya haciéndose fuerte en la dirección del PCE. Al calor del XX Congreso del PCUS, el PCE aprueba, en 1956, la llamada Política de Reconciliación Nacional (PRN) que, esencialmente, suponía conformar un frente democrático en el que tuvieran cabida no sólo organizaciones que se reclamaban obreras (como algunas organizaciones católicas, por ejemplo), sino también los sectores de la burguesía opuestos al franquismo, incluso dando cabida a la oposición monárquica. En una resolución del Comité Central de septiembre de 1957, se conciben las llamadas Jornadas por la Reconciliación Nacional “como la coincidencia de católicos, democratacristianos de diversa tendencia, monárquicos, liberales, republicanos, nacionalistas, socialistas, cenetistas y comunistas”.

Así las cosas, la adscripción del PCE al eurocomunismo suponía la culminación de un largo proceso en que quedaba liquidada la línea revolucionaria en beneficio de un oportunismo reformista que buscaba un mejor acomodo en el escenario democrático- burgués que se abriría tras la muerte de Franco. Naturalmente, la quiebra del modelo revolucionario tendría efectos prácticos en el trabajo militante en el movimiento obrero. Desde el inicio de la llamada Transición, el PCE renunció explícitamente a la causa de la lucha por la toma del poder político en el caso de que se crease una situación revolucionaria en España. En un documento de noviembre de 1975 (Franco desaparecido. Las tareas del movimiento obrero para que el franquismo desaparezca

también) se dice: “Todavía no planteamos la batalla a la clase capitalista como tal. Y eso debe ser muy claro si no queremos aislarnos, si no queremos romper ese frente democrático que está desarrollándose, si no queremos saltar las etapas, si no queremos

<portugalizar> el proceso español”. Se concretaba así una estrategia por etapas que, en la práctica, significaba alcanzar un compromiso interclasista alejado y enfrentado a la lucha por el poder, por el que el socialismo-comunismo desaparecía de la agenda del Partido.

El abandono de la posición revolucionaria en favor del oportunismo rancio, la consecuente pérdida de hegemonía en el seno del movimiento obrero o el olvido de la unidad sindical fueron la carta de presentación del PCE en los Pactos de la Moncloa, firmados en octubre de 1977 entre la Unión de Centro Democrático, el Partido Socialista Obrero Español y el propio PCE, que tenían como objetivo último garantizar la estabilización del capitalismo en España a través de una legislación laboral favorable a la patronal, el estancamiento o descenso de los salarios y la desactivación de las movilizaciones obreras que hubieran podido cuestionar el nuevo acomodo de la burguesía en el ejercicio de su dictadura. A cambio de su labor, el PCE recibía una suerte de legitimación por parte de la burguesía.

Desde el momento en el que el PCE gira hacia una posición explícitamente revisionista, era inevitable que Comisiones Obreras, cuya dirigencia pertenecía o era afín al eurocomunismo, acabara contaminada por el mismo revisionismo.

En ese contexto, la década de los 80' supuso en el seno del sindicato el surgimiento de unos duros debates ideológicos, que tendrían una inevitable traslación en el campo de la práctica sindical. Simplificando un tanto por cuestión de espacio, el debate radicaba en torno a cuál debía ser el carácter del sindicato. Tras una polémica sorda en la que participaron diversos dirigentes sindicales, CCOO se plegará al acuerdo presentado por el gobierno de UCD de Adolfo Suárez, orientando su práctica sindical hacia la llamada “consolidación de la democracia”.

La negación del carácter de clase de la democracia burguesa y de su caracterización como una forma más de la dictadura del capital suponía, a efectos prácticos, colocar al sindicato permanentemente a la defensiva frente a la patronal, rebajar las aspiraciones de la clase obrera y asumir como marco político neutral la nueva acomodación capitalista que se abría en España por esos años.

La confianza, pues, en un pacto social con la burguesía mutaba el horizonte de la revolución socialista en beneficio de la fe en los instrumentos de la democracia

burguesa. Una consecuencia adicional fue el desarme ideológico de amplios sectores de la clase obrera, a quienes se educó en el respeto al marco capitalista realmente existente como algo natural y deseable.

Esas tensiones se irían agudizando cada vez más a partir del primer congreso de CCOO en 1978 y especialmente a partir del segundo en 1981, cuando las consecuencias de los Pactos de la Moncloa sacudieron las estructuras del sindicato, coronado por un brusco descenso de la afiliación: de 1,8 millones de afiliados en 1978, se pasó a 700.000 tres años después, cuando la clase obrera comprobó en sus carnes las consecuencias de la traición que suponían los acuerdos con la burguesía.

En 1983 la firma del Acuerdo Interconfederal sancionaba los pactos sociales como una estrategia aceptable más, lo que aseguraba que el tercer congreso iba a resultar especialmente duro. Como así fue, cuando el cónclave de 1984 se saldó con una CCOO dividida en varias corrientes ideológicas. Por una parte, una mayoría numérica aun ligada al PCE; por otra, un segundo grupo que mantenía en alto las banderas del marxismo-leninismo, vinculada al naciente Partido Comunista (posteriormente PCPE) y a otros grupos de oposición.

3. La contrarrevolución y el movimiento sindical español.

Naturalmente, los debates ideológicos en el seno de CCOO, que apenas hemos apuntado en el epígrafe anterior, afectaron también a sus relaciones en el exterior. De ahí que, tan pronto como 1973, CCOO sondee a la Confederación Europea de Sindicatos (CES), de orientación principalmente socialdemócrata, sobre una posible afiliación. Ese ingreso acabaría teniendo lugar en 1991, al tiempo que CCOO abandonaba la Federación Sindical Mundial (FSM).

La desvinculación con respecto a la FSM supuso la escenificación pública del abandono del proyecto revolucionario por parte de CCOO, el “olvido” de la sociedad socialista como proyecto sociopolítico de emancipación y su plena inserción en la nueva reacomodación del capitalismo en España.

La nueva etapa, en pleno avance de la contrarrevolución en los países socialistas, vendrá marcada por la asunción definitiva de la dialéctica pacto social - movilización contenida, que sistemáticamente se traduce en un empeoramiento progresivo de las condiciones laborales de la clase obrera en beneficio de los intereses de la burguesía.

En 1997, Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores firman con la patronal un acuerdo, apoyado por el gobierno, por el que se aumentan las bonificaciones

a la cuota empresarial a la Seguridad Social y se extienden las Empresas de Trabajo Temporal. En 2006 se alcanza un nuevo acuerdo entre gobierno, patronal y sindicatos por el que, entre otras medidas, se reduce el tipo de cotización empresarial por desempleo.

A lo largo de los años, las sucesivas crisis capitalistas se han traducido en un empeoramiento claro de las condiciones laborales de la clase obrera sin que los sindicatos, presos de una dinámica pactista, hayan sido capaces de frenar los ataques de la burguesía ni, menos aún, de levantar un frente de lucha sostenido capaz confrontar con el poder burgués, de situar la toma del poder político en su agenda política y luchar por la abolición de la explotación capitalista.

En ese marco, el descrédito sindical creó el caldo de cultivo perfecto para el descenso de la afiliación, el fraccionamiento y la dispersión de la clase obrera en una multitud inasumible de siglas sindicales, ninguna de las cuales es capaz de aglutinar en torno suyo al conjunto del movimiento obrero.

 

4. Situación actual del movimiento obrero y sindical en España.

En esa situación de debilidad del movimiento obrero nos sacude la crisis capitalista iniciada en 2008. La burguesía comprendió muy pronto el profundo calado que la crisis iba a alcanzar y temió que se desencadenasen respuestas masivas de los trabajadores.

Su respuesta no se hizo esperar. Por una parte, impulsó un conjunto de medidas económicas tendentes a contrarrestar las consecuencias de la crisis y a que éstas fuesen soportadas por la clase obrera y el conjunto del pueblo trabajador. Por otra parte, lanzó una ofensiva brutal tanto contra el sindicalismo y el movimiento obrero, insistiendo en resaltar el papel de la pequeña y mediana burguesía, cuyas aspiraciones eran perfectamente integrables en las coordenadas de la dominación capitalista. Finalmente, en lo que respecta al sistema político, se forzó el cambio de monarca como una estrategia para refrescar la imagen de una monarquía muy desvalorizada, al tiempo que una parte de las reivindicaciones de la nueva socialdemocracia, inofensivas para el sistema de dominación, eran asumidas directamente por los partidos clásicamente representativos de la burguesía.

Desde el Gobierno del Partido Popular se impulsó la privatización de los servicios públicos (como sanidad o educación), se redujeron las prestaciones de desempleo o se congelaron los salarios y pensiones.

Particularmente dañina fue la Reforma Laboral de 2012, que supuso, entre otras

medidas, el fomento de los contratos-basura de formación y aprendizaje, la introducción de la flexibilidad y movilidad laboral, el ataque a los convenios colectivos y el abaratamiento a gran escala del despido, profundizando en la línea marcada por la anterior Reforma Laboral de 2010, aprobada por el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero, sin duda, el objetivo fundamental de la reforma era acabar con la negociación colectiva, que había constituido una de las armas fundamentales de negociación de la clase obrera con la burguesía. La modificación del artículo 84 del Estatuto de los Trabajadores confería, a partir de ahora, prioridad aplicativa a los convenios de empresa sobre los convenios sectoriales, autonómicos o estatales en materias como la cuantía del salario base, de los complementos, el pago de las horas extraordinarias, horario y distribución del horario laboral... Igualmente, se acababa con la llamada ultraactividad de los convenios.

La respuesta del movimiento obrero no se hizo esperar. Multitud de manifestaciones, luchas de variado tipo y movilizaciones a lo largo y ancho del país elevaron el clamor obrero para la convocatoria de una huelga general, que finalmente se llevaría a efecto el 29 de marzo.

No obstante, pese al éxito de convocatoria de la Huelga General, rápidamente sobrevino la desmovilización. Mas allá de la permanente campaña de manipulación por parte de la burguesía, es indiscutible que el predominio del oportunismo y de la socialdemocracia en las cúpulas sindicales, así como la todavía escasa influencia comunista en el movimiento obrero, imposibilitaron que la lucha alcanzase mayores cotas de organización, extensión e intensidad, y que acabara siendo reconducida a la inofensiva vía parlamentaria con el único objetivo de reformar la democracia burguesa.

Durante los últimos meses del gobierno Rajoy de nuevo crecieron las movilizaciones, que prometían ser la punta de lanza de la recuperación del movimiento sindical en una escala de ascenso, con tres capítulos predominantes: la lucha del colectivo de pensionistas, que protagonizó una serie de manifestaciones y acciones de lucha significativas en extensión e intensidad en todo el estado; el Día de la Mujer Trabajadora supuso, a su vez, un éxito mayúsculo de convocatoria, alcanzando niveles probablemente nunca vistos en España. La tercera nota característica fue la reclamación cada día más intensa en la lucha que protagonizaban las plantillas de numerosas empresas de la convocatoria de una nueva huelga general.

En un escenario oscilante entre la posibilidad de una convocatoria de elecciones

anticipadas o un particularmente complejo agotamiento de la legislatura por parte del Partido Popular, se aprueba la moción de censura que encumbra a Pedro Sánchez, de nuevo líder del PSOE, como presidente del Gobierno.

La llegada de la socialdemocracia clásica al Gobierno da comienzo a una “política de gestos” (acogimiento del Aquarius o la exhumación del cadáver de Franco, por ejemplo) que busca un doble objetivo: acumular intención de voto en el PSOE de cara a las próximas elecciones y supeditar a la nueva socialdemocracia que representa Podemos, como ha demostrado el acuerdo presupuestario para 2019 suscrito entre ambas fuerzas políticas.

De nuevo, se encauza la tendencia alcista de la movilización obrera hacia el parlamentarismo, la reforma de la democracia burguesa y los cambios estéticos que en nada cuestionan el sistema de dominación.

 

5. La política del giro obrero.

La política de “giro obrero” se sustenta en dos premisas fundamentales, comunes a cualquier partido comunista: por una parte, el Partido Comunista es un partido proletario, cuyo carácter de clase se deriva de su posición ideológica, de los objetivos que persigue, de su composición clasista y de su capacidad para asumir la dirección práctica de la clase obrera; y, en segundo lugar, el entendimiento de que sin una presencia organizada y una amplia influencia del Partido en el seno de la clase obrera, la tarea revolucionaria se torna imposible.

En nuestros debates congresuales concluimos que allí donde un Partido Comunista ha desarrollado un trabajo constante y directo con la clase obrera, el movimiento obrero de ese país ha adquirido mayor fortaleza y, al tiempo, el propio partido ha resultado fortalecido, incorporando nuevas fuerzas revolucionarias a sus filas y extendiendo su influencia y capacidad de dirección.

Desde ese punto de partida, la tarea prioritaria para cualquier partido comunista es el trabajo directo con la clase obrera porque es ahí donde se desarrolla principalmente la contradicción capital-trabajo, pilar sobre el que descansa todo el modo de producción capitalista. Si el proceso de extracción de plusvalía es la razón de ser del capitalismo, deberá ser en ese lugar donde los comunistas concentremos las fuerzas militantes.

Durante años, el movimiento comunista en España, lastrado por concepciones ideológicas de variado tipo, ha sido incapaz de desarrollar un trabajo político coherente hacia la clase obrera, optando, en su lugar, por dedicar esfuerzos a luchas interclasistas

que, por importantes que sean, no llevan en su seno la semilla revolucionaria, pues no ponen en cuestión el propio sistema de dominación capitalista, colocando a la clase obrera, de facto, en una posición subordinada respecto a otras clases o sectores sociales. Trabajando bajo esas claves, es imposible el desarrollo subjetivo revolucionario, pues la lucha de masas queda aislada de su base clasista objetiva.

El giro obrero se traduce por tanto en tres aspectos: en el plano ideológico, extender entre la clase obrera los principios y fundamentos del socialismo científico, con el objetivo declarado de garantizar la independencia ideológica de nuestra clase social; en el aspecto político, desvelar el carácter clasista de cada medida gubernamental y de las propuestas de otras fuerzas políticas y sociales, despojándolas de su falso ropaje de objetividad, así como la elaboración de nuestras propuestas políticas que defiendan los intereses de la clase obrera; y, en tercer lugar, el aspecto organizativo, organizar nuestra presencia en los centros de trabajo y, particularmente, en los sectores productivos estratégicos, mediante una planificación rigurosa del trabajo de todos los órganos del Partido, desde el Comité Central hasta las células.

El trabajo en los sindicatos es una parte consustancial del giro obrero. Pero, naturalmente, no se limita a la mera afiliación sindical de la militancia comunista, sino que implica un trabajo sostenido de elevación de conciencia clasista, el esfuerzo por la unificación de las luchas parciales y, en consecuencia, la unidad de la clase obrera para hacer frente a la explotación capitalista.

Ese cambio de foco que supone centrarse en los centros de trabajo y en los barrios obreros, conlleva una estructura organizativa del Partido distinta, coherente con la base clasista del capitalismo y el carácter de clase del Partido: el paso desde una estructura de base territorial a otra que tenga como fundamento la creación de células en centros de trabajo, empresas y polígonos industriales, que ya comienza a dar sus primeros pasos con la organización de células en lugares estratégicos, como el Aeropuerto de Madrid- Barajas; en sectores de gran concentración obrera, como los call center; o el incremento de la acción militante en sectores con una gran influencia en el conjunto de la clase obrera, como el sector minero o el siderometalúrgico.

El Partido, asumiendo la centralidad de la contradicción capital-trabajo, debe ser capaz de organizar, en clave leninista, las filas de la clase obrera, consciente de la necesidad de trascender las luchas meramente reformistas. La intervención decidida de la militancia comunista en las luchas obreras, como el reciente caso de la huelga de Amazon —que se saldó con la detención policial de uno de nuestros camaradas—, o la

acción del Partido en defensa de los puestos de trabajo de la empresa ALCOA, constituyen nuevos pasos que fortalecen el carácter de clase del Partido y sus vínculos con el proletariado, que hacen avanzar la conciencia de clase e incrementar la perspectiva de enfrentamiento al capitalismo y de su necesaria superación revolucionaria.

Como afirmábamos en nuestro último Congreso, luchamos por un país para la clase obrera. En términos prácticos eso significa preparar las condiciones que permitan tomar el poder político, implantar la dictadura del proletariado y construir el socialismo en España. Esa tarea es impensable sin el giro obrero que estamos poniendo en práctica.

6. A modo de conclusión.

A lo largo de este artículo hemos pretendido presentar varias ideas que justifican, a nuestro juicio, la apuesta estratégica que hemos dado en llamar giro obrero.

Afirmamos que la contradicción fundamental en el modo de producción capitalista continúa siendo la contradicción capital-trabajo. En consonancia, la clase obrera juega el papel de sujeto revolucionario, lo que no excluye la posibilidad de alianzas sociales con otros sectores o capas de la sociedad explotadas por el capitalismo, acumulando fuerzas obreras y populares en la perspectiva revolucionaria del derrocamiento.

En segundo lugar, el análisis de la experiencia del movimiento comunista en España nos enseña que los esfuerzos para vincular estrechamente al Partido con la clase obrera, a través de las comisiones obreras fue la que permitió no sólo evitar el aislamiento del Partido en el duro trance de la dictadura franquista sino también convertirse en fuerza hegemónica en el seno del movimiento obrero.

En tercer lugar, también comprobamos que el abandono de las posiciones marxistas- leninistas en favor del revisionismo supuso la pérdida del carácter de clase del PCE y la quiebra de la hegemonía ganada en las fábricas. Esa renuncia ideológica se trasladaría inevitablemente a CCOO. Los duros debates ideológicos que tuvieron lugar en el sindicato en la década de los 80' se saldaron con la adopción de la dialéctica pacto social

- movilización contenida, que, hasta el día de hoy, mantiene a la clase obrera en una posición defensiva frente a la burguesía.

Finalmente, en ese contexto de debilidad del movimiento obrero y pérdida de la identidad de clase, la tarea fundamental del PCPE consiste en la vinculación con la clase obrera a través de muestra presencia no sólo en los conflictos obreros o en los sindicatos, sino muy especialmente con la creación de células en los centros de trabajo y

 sectores estratégicos de la producción en todo el país.

El paso de una estructura celular de base territorial a otra productiva nos permitirá crear las condiciones necesarias para organizar a la clase obrera en una perspectiva revolucionaria, bajo la consigna de luchar por un país para la clase obrera.