El falso antagonismo entre “progresistas”, y liberales, y la vigencia del papel de vanguardia del partido comunista en la revolución Latinoamericana y Caribeña


Héctor Alejo Rodríguez y Carlos Ojeda Falcón, miembros del PB del PCV

En los últimos 25 años, la situación de la lucha de clases en el continente latinoamericano ha sufrido importantes cambios que ameritan un estudio profundo por parte de los Partidos Comunistas y Obreros. Este estudio tiene por punto de partida los cambios operados en el proceso de acumulación del capital, sus implicaciones para la clase trabajadora, las cambios ocurridos en el seno de los partidos del sistema burgués, y el papel de los partidos de la clase trabajadora para preservar su independencia política en procura de sus propios intereses y misión histórica.

La crisis de los partidos burgueses tradicionales, la irrupción del “progresismo” latinomerocano a finales y principio de siglo, la transformación de la relaciones comerciales, donde la República Popular China pasó a convertirse en el principal socio económico de la región latinoamericana y caribeña, el debilitamiento y transformación de la hegemonía política, económica y militar de USA en el continente, el resurgimiento de las corrientes ultra liberales y nacionalistas que se muestran como el falso polo opuesto del progresismo devenido en la nueva socialdemocracia continental, son todos hechos concretos que han transformado radicalmente la realidad de la lucha de clases en la región comparado con el siglo pasado.

Sin embargo, pese a todo el agua que ha corrido bajo el puente de la historia continental, son muchos los partidos obreros y de trabajadores que en la región continúan reproduciendo una estrategia y discurso, como si se mantuvieran las mismas condiciones de hace 30 años.

Todo se simplifica a la teoría del “enemigo principal”. La cual parte de la premisa de la hegemonía omnipotente del imperialismo estadounidense sobre los débiles países latinoamericanos y caribeños, que con el apoyo de una burguesía local cipaya, coarta el libre desarrollo e independencia de estas naciones. De este análisis, se concluye que la única estrategia válida para la clase trabajadora continental, es impulsar amplias alianzas policlasistas de contenido nacionalistas y patriótica, para enfrentar la dominación del supuesto “enemigo principal” y sus “cipayos” internos, donde los intereses y programa propios de la clase trabajadora quedan solapados, sacrificados o postergados en función de un abstracto interés general de la “patria”.

Pero la inversión ideológica no termina aquí. Se torna más compleja cuando la tendencia a la agudizaciòn de la competencia entre las capitales en la unidad mundial, llevan al fortalecimiento de polos capitalistas que compiten y confrontan a los capitales monopólicos tradicionales (Estados Unidos - Unión Europea), y esta competencia capitalista es interpretada como el surgimiento de un polo mundial “progresista” que al chocar con la hegemonía del “enemigo principal”, es considerado como útil para el interés de la “humanidad”. Entonces, la estrategia de subordinación de la clase obrera a partidos socialdemócratas a lo interno de los países- hoy denominados “progresistas”- se extiende también al apoyo a uno de los polos capitalistas que compite ferozmente por el control de mercados, materias primas y rutas comerciales.

De este análisis emana la sobrevaloración del rol de los gobiernos progresistas y de otras potencias, como Rusia, China e Irán, como supuesto polo antagónico, a este enemigo principal a vencer; el imperialismo estadounidense-europeo. Alimentando la ilusión de un nuevo orden mundial más justo que surgirá de la victoria de unos capitalistas por otros, en el marco del mismo sistema de explotación del hombre por el hombre.

Así mismo, surgen posiciones que no hacen diferenciación de las particularidades de los procesos de acumulación nacional, llegando a equiparar los intereses y planes de dominación de los estados capitalistas con desiguales niveles de desarrollo.

Dejando de lado la ilusión oportunista sobre la existencia estados capitalistas “buenos” y “malos”, que ignoran las leyes inexorables del proceso de acumulación del capital, los Partidos Marxistas-Leninista no pueden perder de vista las contradicciones entre el poder burgués a escala global, y cómo estas deben ser aprovechadas por la clase trabajadora en la lucha de clases mundial. La experiencia de la revolución Bolchevique deja muchas enseñanzas al respecto.

Liberales y progresistas “pro-estatistas”: las dos caras de la misma moneda del proceso de acumulación de capital en Latinoamérica y el caribe

El ciclo del proceso de acumulación del capital en países donde las exportaciones de materias primas y productos minerales son predominantes, tiene una fase expansiva que se corresponde con el periodo de precios altos de las materias primas que exportan, es decir, el momento de mayor apropiación de renta diferencial, y tiene una fase de crisis que coincide con la contracción de la renta apropiada como consecuencia del periodo de precios bajos de sus mercancías de exportación.

Históricamente la lucha entre las distintas fracciones de la burguesía y la clase terrateniente por el control del poder político estatal, a través de sus partidos, ha estado marcada por la preponderancia de dos proyectos programáticos: por un lado el liberalismo, que desde la década de los 80 tomó fuerza con las teorías neoliberales, y hoy en día vuelve con renovado empuje con el denominado movimiento “libertario”, que propugna en esencia lo mismo con diferente lenguaje: el “fin del intervencionismo estatal” y la plena “libertad” de acción del capital privado como condición para la supuesta “prosperidad”. Los ultraliberales ven la intervención del estado como un agente externo ajeno al proceso de acumulación y que la entorpece, sosteniendo que la libertad del movimiento de los capitales y la capacidad de autorregulación del sistema capitalista, es el orden natural del metabolismo social humano y la panacea del progreso.

El otro proyecto que se presenta como su antagónico, es el progresismo socialdemócrata estatista, que ha devenido en una nueva versión del famoso “Estado de Bienestar” Keynesiano. Personificado inicialmente por los partidos socialdemócratas tradicionales, hoy en día es asumido como bandera por los nuevos partidos del progresismo que se autodenominan como la “nueva izquierda”. Su planteo en esencia, parte de la defensa de la intervención estatal en la regulación de la economía y la ilusa idea de que el capitalismo puede humanizarse a través de leyes que procuren una “justa distribución de la riqueza”.

El sistema político burgués latinoamericano se ha caracterizado por una alternancia en los gobiernos de estas dos formas de gestionar el capital, representadas por diferentes partidos, que a lo largo de la historia han cambiado de nombres y personajes, manteniendo su contenido esencial: ser las dos caras de el mismo proceso de acumulación capitalista.

Por más que los partidos socialdemócratas, progresistas y liberales, se esfuercen por presentarse como formas de gestión enemigas e irreconciliables. Unos mostrándose como la pureza del capitalismo, y acusando a los otros de “socialistas y comunistas”, mientras el otro bando, se autoproclaman como la nueva izquierda “antiimperialista”, pro- derechos sociales y de trabajadores, la realidad demuestra, que ambas fuerzas polìticas son ramas que emanan de un mismo tronco. Son formas concretas a través de las cuales el capital mundial y la burguesía continental realizan su necesidad e intereses.

Los dos supuestos polos antagónicos, son en realidad dos formas políticas de gestión que adopta el proceso de acumulación del capital en la mayoría de los países latinoamericanos. En la fase de expansiva del ciclo de los precios de las materias primas y ampliación de la deuda, ingresan una cantidad de recursos a la economía que potencia la propuesta de los socialdemócratas y progresistas de mayor intervención estatal y gasto público, mientras que en la fase de crisis, y contracción del ciclo económico, toman fuerzas los planteos de los partidos liberales de privatizaciones, reducción del gasto, y las reformas antipopulares y antiobreras.

Sin embargo, es importante destacar que la experiencia histórica demuestra, que no siempre la alternancia en el gobierno entre los partidos burgueses de carácter progresistas y/o liberales conservadores, se corresponde con la fase del ciclo económico capitalista que potencia sus planteos programáticos originarios. Abundan los ejemplos de cómo los partidos socialdemócratas y “progresistas”, han sido también una fuerza muy eficiente al servicio de la burguesía para ejecutar los planes más agresivos del capital en la fase de crisis, es decir, para implementar los programas de shock de privatizaciones, desmontaje del aparato estatal y destrucción de derechos laborales y sociales. La explicación es que estos partidos por su base populista, tienden a ser más efectivos en la implementación de los programas de ajustes, al tener capacidad de controlar y desmovilizar sectores importantes de la clase obrera y el movimiento popular.

Este hecho no representa una anomalía, contradicción, desvío o traición por parte de los llamados partidos progresistas, es parte de su naturaleza como partidos del sistema burgués, y la confirmación de que estos dos polos, no sólo no son antagónicas, sino que se complementan, en su condición de garantes de los intereses de los capitalistas y el Estado burgués.

La crisis de representación política de los partidos burgueses y el auge de los ultraliberales

Lo primero que debemos destacar es que el fenómeno del progresismo no es nuevo en la región. La mayoría de los partidos socialdemócratas tradicionales como el Partido Socialista en Chile, el Peronismo en Argentina, el PRI en México, el APRA en Perú, etc, emergen bajo un programa populista muy similar al nuevo progresismo surgido a finales del siglo pasado. Muchos de estos partidos, incluso se reivindicaban como fuerzas antiimperialistas, pro- liberación nacional e incluso socialistas. Luego por su naturaleza burguesa, todas estas organizaciones derivaron en los partidos socialdemócratas tradicionales al servicio del sistema que hoy conocemos.

El surgimiento y destino del progresismo moderno, no dista mucho de la socialdemocracia tradicional latinoamericana. En un inicio irrumpen con un discurso antiimperialista, latinoamericanista, independentista y de justicia social. Era la crisis de los partidos socialdemócratas tradicionales, y su subordinación al neoliberal Consenso de Washington, que causó estragos en las sociedades latinoamericanas, disparando los índices de pobreza y desigualdades. De manera que la primera ola progresista, emerge con una alianza de fuerzas muy amplias donde participaron partidos de la clase trabajadora.

El planteamiento programático central era poner freno al avance del modelo neoliberal en la región apuntalado por el imperialismo estadounidense. Como alternativa se planteó una agenda de integración latinoamericana independiente, y finalmente, un programa de contenido social para rescatar derechos suprimidos durante el período neoliberal.

Con sus matices ideológicos y políticos, los primeros gobiernos del progresismo en la región fueron los de Venezuela de Hugo Chavez en Venezuela, Lula en Brasil, Evo Morales en Bolivia, y el Kirchnerismo peronista en Argentina.

Cuando estalla la crisis mundial del 2007, el progresismo ya empezaba a mostrar signos de agotamiento debido a sus propios límites de clase, las contradicciones de su programa populista, y su incapacidad para cumplir con las aspiraciones populares que le llevaron a posiciones de gobierno. Las prometidas transformaciones revolucionarias de la base económica dependiente de los países latinoamericanos y caribeños, nunca ocurrieron. Los partidos progresistas en el gobierno, avanzaron en consolidar poderosos grupos económicos, que reafirmaron su carácter de partidos burgueses al servicio del sistema.

Con la primera crisis polìtica del “progresismo” continental, los partidos conservadores tradicionales y nuevas formaciones polìticas de la burguesía, regresaron a posiciones de gobierno por la vìa electoral, desde donde profundizaron los programas de ajuste que venían aplicando ya los partidos del progresismo al final de sus gobierno, como respuesta a la crisis económica.

Los partidos del “progresismo” se consolidaron así como la principal fuerza de oposición política en sustitución de los debilitados partidos socialdemócratas tradicionales, inaugurando un nueva estructura bipartidista en varios países de la región. No resulta extraño, que el regreso del progresismo al gobierno años después y las victorias obtenidas en otros países como Chile, Honduras, Colombia, ocurra en el marco de alianzas muy amplias donde participaron estos partidos socialdemócratas tradicionales. Son los casos del “Frente de Todos” del Kirchnerismo en Argentina donde participó el peronista partido justicialistas, Chile con la alianza “Apruebo Dignidad” donde participaron los partidos socialdemócratas, socialcristianos y socialistas tradicionales, el caso de Colombia con la alianza Colombia Humana que agrupó al viejo Partido Liberal entre otros, Lula y toda su amplia alianza de fuerzas socialdemócratas y liberales en Brasil, entre otros.

En países como Argentina y Ecuador, la aplicación de los programas de ajuste antipopular le correspondió iniciarlo a los gobiernos de los partidos conservadores liberales, en el marco de la alternancia en el gobierno del sistema burgués. Sin embargo, no en todos los países fue igual. En el caso de Brasil, fue el gobierno de Dilma del Partido de los Trabajadores (PT), quien inició la implementación del ajuste antipopular antes que ocurriera su destitución por vía legislativa. En países como Venezuela, y Bolivia, donde no se ha dado alternancia en el gobierno, salvo el breve periodo de tiempo que duró el golpe de estado en Bolivia, le correspondió a los mismo propios partidos “progresistas” en el gobierno, personificar las dos formas polìtica de gestión del capital: la populista y la neoliberal.

Sin embargo, la profundidad de la crisis capitalista de las endebles economías latinoamericanas sigue siendo tal, que aun con el retorno de los partidos del progresismo al gobierno, en Argentina y Brasil, por ejemplo, estos no han hecho más que dar continuidad al ajuste iniciado por los gobiernos predecesores liderados por los partidos conservadores liberales; sus aparentes enemigos ideológicos. Esta continuidad de los programas de ajuste por el “progresismo”, y su aplicación total en el caso de Venezuela, confirma cuán absurda y engañosa es la estrategia del Foro de Sao Paulo al plantear que la lucha principal en la región es entre dos modelos: el neoliberal encarnado por los partidos conservadores y el “progresismo” socialdemócrata.

Está más que demostrado que ambas fuerzas no sólo no son antagónicas -en esencia y en sentido de clase- sino que ambas se complementan como formas políticas que adoptan el movimiento de la acumulación del capital en la región. Donde incluso a los gobiernos del progresismo no les tiembla el pulso en personificar las formas más opresivas de la gestión del capital.

El ejemplo del Gobierno del PSUV en Venezuela, es quizás la demostración más evidente de esta realidad. El PSUV en Venezuela, es una fuerza que representa abiertamente los intereses de la burguesía local y el capital monopolista extranjero. Bajo la máscara de un discurso seudoizquierdista y antiimperialista, este partido y su gobierno ejecutan el programa de ajuste antiobrero y antipopular en beneficio de los capitalistas más reaccionarios de la región. Ni siquiera los gobiernos más abiertamente neoliberales en la región han logrado objetivos tan beneficiosos para el empresariado como la eliminación de facto de derechos tan elementales como el salario, las prestaciones sociales y las libertades sindicales. Un nefasto legado que el progresismo internacional silencia, y cuando menos, justifica, echando mano de las sanciones y la resistencia “antiimperialista”.

Esta alternancia en los gobiernos de los partidos del “progresismo” y su base amplia de alianza socialdemócrata por un lado, y la de las partidos burgueses conservadores tradicionales y las nuevas formaciones por otro, no tardó en generar una profunda crisis de representación política de este nuevo bipartidismo, dado el carácter antipopular de su política, la corrupción creciente y la auge de la desigualdad social.

Como resultado del hastío popular y la profundización de la crisis, se vienen fortaleciendo fuerzas políticas de carácter ultraliberales que encabezan actores como Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador, Maria Corina Machado en Venezuela, etc.

El cansancio y frustración popular frente al nuevo bipartidismo burgués, sumado a la ausencia de independencia de los partidos comunistas y obreros ante el “progresismo” socialdemócrata, ha consolidado el crecimiento electoral y político de estas fuerzas ultraconservadoras, que falsamente se presenta como la tercera vía al antagonismo progresismo-conservadores.

La trampa del falso antagonismo entre “progresistas”, “socialistas” y libertarios “neoliberales”

Esta “tercera fuerza”, no se diferencia mucho de la propuesta programática de la derecha tradicional conservadora, solo acumula sobre la base del cansancio de las masas populares ante el sistema de convivencia y complicidad bipartidista, que ha devenido en una profunda crisis de representación política de los partidos burgueses en Latinoamérica y El Caribe.

La socialdemocracia “progresista” intenta aprovechar el ascenso de esta fuerzas reaccionaria, para polarizar a la sociedad en dos bandos: los partidos ultraliberales por un lado, y los defensores del “estado de bienestar” por otro. Es decir, bajo este burdo chantaje ideológico, buscan consolidar el bipartidismo del sistema político burgués, intentando frustrar los esfuerzos de los partidos revolucionarios de profundizar una línea de acción política independiente de la clase trabajadora frente a los partidos del capital.

En esta falsa disyuntiva entre “neoliberales” y “progresistas”, estos últimos no solo se autoproclaman como los legítimos y únicos partidos de la “izquierda”, las masas populares y la clase trabajadora, sino que además utilizan todo su poder para estigmatizar todo esfuerzo desde el movimiento obrero clasistas y los partidos revolucionarios para construir una alternativa independiente, auténticamente obrera y popular comprometida con los verdaderos intereses de la clase trabajadores.

El chantaje del progresismo socialdemócrata, sobre la supuesta lucha entre el “bien” y el “mal”, no admite, ni respeta la independencia política de la clase trabajadora. Quien no se alinea con su amplia alianza policlasista, se convierte de forma automática en un colaborador de las fuerzas de extrema derecha y le hace el juego al “imperialismo”. Desde esta lógica, la clase trabajadora no tiene más opción que servir de furgón de cola de los intereses de un polo de los partidos burgueses.

En esta línea se inscribe el “Consenso de nuestra América” que propugna el Foro de Sao Paulo. Un planteamiento que es instrumental a los intereses de los partidos burgueses del progresismo, y que lamentablemente algunos partidos comunistas de la región, se esfuerzan en impulsar y promover como único camino de lucha para los trabajadores latinoamericanos.

Pero no solo el “progresismo” promueve esta falsa polarización, también los partidos ultraliberales hacen lo propio, pero bajo la falaz disyuntiva de libertad o “socialismo”. Lo que plantea un desafío mayor a los partidos de la clase trabajadora, debido a que los fracasos de las gestiones burguesas de los gobiernos “progresistas” son achacadas al socialismo, buscando exacerbar una conciencia reaccionaria en las masas obreras con el fin de intentar alejarla de su proyecto histórico; el único que puede conducirlos a su verdadera emancipación social.

Por tanto, tanto progresistas como ultraliberales, con su estrategia de polarización ideológica, apuntan hacia un mismo objetivo, y que representa la única garantía de perpetuación del poder burgués; y es que la clase trabajadora y sus Partidos de vanguardia pierden toda capacidad de acción política independiente frente a los partidos del capital y el Estado burgués.

La vigencia del papel de vanguardia del Partido Comunista en la revolución continental

Mientras la lucha aparente entre “progresistas” y liberales permea la escena política continental, la clase trabajadora latinoamericana y caribeña, enfrentan la cruda realidad del avance del capital sobre sus derechos, independientemente de la fuerza política que gobierne. La profunda crisis de los procesos de acumulación del capital en la región, imponen una tendencia hacia la destrucción de los derechos laborales, desregulaciòn del mercado laboral, y desmontajes de históricas conquistas sociales, elevando los niveles de desigualdad social y consolidando el fenómeno migratorio de millones de trabajadores latinoamericanos.

En este complejo cuadro, la situaciòn más beneficiosa para el capital, y por ende más desfavorable para los trabajadores, es que estos no se constituyan en una fuerza polìtica independiente de los partidos de la burguesía, con la capacidad de luchar bajo su propio programa de clases contra la arremetida del capital que impone a través del nuevo bipartidismo burgués.

Cuando se plantea el problema de la vigencia del Partido Comunista en la revolución continental, como la organización de vanguardia de la clase trabajadora, se pone sobre la mesa la cuestión de la clase obrera como sujeto histórico, y la necesidad de su organizaciòn y acción polìtica independiente, como condición ineludible de la revolución socialista.

La profunda crisis ideológica generada en el movimiento comunista internacional, tras el triunfo de la contrarrevolución en la URSS, tiene en su centro esta cuestión esencial. Desde entonces, la necesidad de la revolución socialista se empezó a ver como un objetivo imposible, lo que derivó en el deterioro de la intervenciòn polìtica de los partidos en la organización de la lucha de clase de los trabajadores, y la sobrevaloración de luchas sociales fragmentadas despojadas de carácter de clase.

La desproletarización de los Partidos obreros, aunado a la adopción de una estrategia de lucha de “resistencia anticapitalista” sin contenido de clase, ha incidido negativamente en la capacidad política de los trabajadores para reconocerse como una clase social pasa si, y poder unirse y luchar en función de sus propios intereses y objetivos contra su enemigo de clase.

Hoy vemos como muchos Partidos Comunistas y Obreros, no sólo no tienen capacidad para discernir el carácter burgués de las fuerzas políticas que conforman el progresismo, y bajo las narrativas ideológicas de la “resistencia antiimperialista”, el “mal menor” y “el interés geopolítico”,optan por sacrificar la independencia polìtica del partido y la clase trabajadora, para subordinarlo a los intereses capitalistas que personifican estos partidos socialdemócratas.

Los partidos obreros al ser presa ideológica de este falso antagonismo, que en términos del progresismo se sintetiza en el chantaje de, “humanidad o barbarie” o “imperialismo o independencia”, no solo dejan a la clase trabajadora huérfana de alternativas, sino que contribuyen al objetivo de la clase burguesa de desarticular todo el potencial político revolucionario y transformador que encierra la lucha independiente de la clase trabajadora como sujeto histórico de la sociedad capitalista.

Este peligroso proceso de intentar neutralizar el potencial revolucionario de la clase trabajadora por medio de subordinarlo al programa de la socialdemocracia progresista, tiene un par de consecuencias nefastas adicionales para los trabajadores. El primero, es que al justificar las políticas antiobreras y antipopulares de los gobiernos del progresismo, encubriendo la naturaleza burguesa de su gestión con argumentos de manipulación ideológica como la “enemigo principal” o “el interés geopolítico”, lo que contribuye es a generar más frustración y desconcierto en las sectores populares y la clase obreras, facilitando el camino para que la influencia de las ideologías de extrema derecha tornen reaccionaria la conciencia de las masas trabajadoras.

Un problema más grave que genera este seguidismo acrítico del progresismo, en los mismos términos del Foro de Sao Paulo, es el debilitamiento del internacionalismo proletario, es decir, la capacidad de la clase trabajadora mundial para estrechar lazos, unir y articular sus fuerzas en torno a una estrategia de lucha común contra el enemigo de clases a escala mundial.

El imprescindible internacionalismo entre los obreros latinoamericanos, ha sido sustituido por la solidaridad con los Estados Nacionales representados por los gobiernos progresistas. De esta forma, los trabajadores que luchan a lo interno de esos países contra los programas de ajustes antipopulares de estos gobiernos, no solo carecen de la solidaridad internacional de algunos partidos de trabajadores de otros países que privilegian la solidaridad con estos Estados capitalistas por encima de la solidaridad con sus hermanos de clase, sino que además no son pocas las veces que también son objeto de sus ataques y descalificaciones ideológicas en nombre de un falso “antiimperialismo” con el que intentan encubrir su respaldo a un estado capitalista opresor.

Por tanto, un objetivo importante alcanzado por el progresismo en favor de la dominación burguesa, es levantar barreras al ejercicio del internacionalismo proletario y la solidaridad de clase continental.

Como señalamos en la Línea Política aprobada por el XVI Congreso Nacional del PCV sobre la crisis ideológica del Movimiento Comunista Internacional:

“... Esta crisis sólo podremos superarla en la medida que fortalezcamos nuestra incidencia en el movimiento obrero de nuestros países, combatamos las ideas reformistas y nacionalistas en el movimiento obrero, enfrentemos todo el diversionismo ideológico que difunde la “nueva izquierda”, que parte de no reconocer el rol de la clase obrera como el sujeto revolucionario, despleguemos una acción política clasista independiente de los intereses de la burguesía y la pequeña burguesía; y hagamos permanente el ejercicio del internacionalismo y la solidaridad proletaria.

 “El problema fundamental de los partidos comunistas y obreros hoy se sintetiza en la siguiente disyuntiva: ejecutar una acción política que se limite a la lucha por tímidas reformas que mejoren condiciones de venta y reproducción de la fuerza de trabajo de la clase trabajadora en el marco de alianzas policlasistas, o de cumplir el papel de organizar y dirigir el potencial revolucionario de la clase obrera para tomar en sus manos el poder político y convertirse en la clase dirigente de la sociedad. Lo segundo es la que define la razón de ser y existir de un Partido Comunista como vanguardia organizada de la clase trabajadora como clase social para sí.”

En este sentido, se hace necesario y urgente el surgimiento de un espacio de articulación, debate, formación y construcción colectiva de Partidos Comunistas y fuerzas obreras del continente, que comprendan la importancia de recuperar el ejercicio del internacionalismo proletario y la solidaridad obrera para la lucha común de los trabajadores del continente contra la estrategia de dominación del capital que personifican todos los partidos del sistema: socialdemócrata, progresistas, liberales, conservadores, libertarios etc.

Construir un referente clasista que rescate la independencia de la acción política de los trabajadores del continente frente a los partidos burgueses y los estados capitalistas, es una necesidad vital del movimiento comunista en la región.

La crisis del capitalismo es profunda, no debemos permitir que los trabajadores y el movimiento obrero siga siendo presa cautiva del discurso reaccionario de la ultraderecha, en la medida que el colapso del proceso de acumulación desnuda a los partidos tradicionales del sistema político burgués. La revolución continental sólo será posible si la clase trabajadora se organiza y actúa con independencia del poder burgués, y se prepara para aprovechar en un sentido revolucionario la crisis en desarrollo.

La crisis actual no solo confirma la condición de la clase obrera como único sujeto revolucionario de esta sociedad, sino también la pertinencia y necesidad del Partido Comunista, como su forma de organización política de vanguardia, llamada a asegurar su organización independiente, unidad de clases y acción política conforme a un programa consecuente con sus intereses inmediatos y misión histórica: la superación revolucionaria del modo de producción capitalista.