Conclusiones Contemporáneas de II Guerra Mundial imperialista


Kostas Skolarikos, miembro del CC del KKE y jefe de la Sección de Historia del CC del KKE

En el aniversario de los 80 años del fin de la II Guerra Mundial imperialista estamos más cerca de darnos cuenta de la posibilidad de un nuevo conflicto imperialista generalizado.

Aparte de los frentes recientes en Ucrania y Medio Oriente, otros cincuenta siguen activos y dispersos entre Senegal y Myanmar, Mozambique y Kashmir, mientras en otros las chispas de la guerra siguen ardiendo en las ruinas de conflictos anteriores. Detrás de los protagonistas locales de los conflictos regionales se puede ver el conflicto de EEUU y China sobre la primacía en el sistema imperialista y la implicación multiforme de los dos bloques imperialistas básicos, el euroatlántico (EEUU- OTAN- UE, a pesar de las contradicciones y antagonismos entre sí que se ven agudizando este último periodo) y el bloque euroasiático en formación (liderado por Rusia y China, también con antagonismos y contradicciones). Al mismo tiempo, la posibilidad de una implicación militar directa de estos dos bloques en puntos de concentración de fuerzas militares como Ucrania y el Mar de China Meridional o en nuevos campos de conflictos se está gestando por su antagonismo incontestable.

El peligro de generalización de la guerra imperialista no está en contradicción con las dudas de estados capitalistas al seleccionar una u otra alianza imperialista o con la tentativa de apropiación o de neutralización de aliados del bloque imperialista contrario (aquí se incluyen también las tentativas de fortalecimiento de las fuerzas burguesas con una orientación internacional diferente o de desestabilización de gobiernos burgueses). Tampoco está en contra de los antagonismos al interior de cada bloque imperialista y los restablecimientos de alianzas. Todos estos son fenómenos que acompañaron también los conflictos imperialistas generalizados anteriores hasta que los campos en conflicto se formaron de forma más clara.

La primacía de la preparación para la guerra ante las negociaciones diplomáticas se incluye también en el marco de la generalización de la Guerra. La preparación para la guerra no se expresa solo con la carrera de armamentos y la promoción de la ” economía de guerra”, es decir la adaptación de la economía capitalista a condiciones de guerra. Una parte integral de esta es también el ataque generalizado de la propaganda capitalista para que las fuerzas obreras y populares acepten la posibilidad de la guerra, para que adopten las alianzas y los objetivos de su propio estado capitalista y se impliquen activamente al objetivo de su cumplimiento.

Por eso, las conclusiones históricas sobre la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de las fuerzas obreras-populares no solo son particularmente útiles y críticas, sino también muy actuales.

La etapa del imperialismo y la guerra

El amanecer del siglo XX marcó la transición del capitalismo a la etapa del imperialismo. El desarrollo capitalista rapidísimo del período anterior llevó al dominio del capital financiero y de los monopolios. A lo largo de este, la acumulación capitalista gigante y las imágenes de la vida cotidiana lujosa de la burguesía constituyeron la otra cara de la moneda de las condiciones de vida miserables de la clase obrera y del saqueo de las colonias. Su fin se acompañó por el conflicto violento de los estados capitalistas y de las alianzas imperialistas por la división de las colonias, las zonas de influencia y de los mercados.

La Primera Guerra Mundial constituyó un producto estándar y ejemplo más característico de la nueva etapa, fue una guerra imperialista. De una u otra forma,pueblos de los cinco continentes se implicaron en esta guerra. De una u otra manera, gran parte del mundo de entonces formaba parte del sistema colonial de un estado capitalista fuerte. La guerra terminó con la victoria de la alianza imperialista de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Serbia, Bélgica, Japón, Italia, Rumanía, Estados Unidos y Grecia) y la derrota de las Potencias Centrales (Imperio Alemán, Imperio Austrohúngaro, Imperio Otomano, Reino de Bulgaría). 

Sin embargo, a lo largo de la Guerra por dentro de las ruinas y el terror de las masacres imperialistas salió la Gran Revolución Socialista de Octubre que fue dirigida por el partido de los bolcheviques. Justo después del estallido de la guerra imperialista, el Lenin urgió por su transformación a una revolución socialista y orientó respectivamente la acción del partido. Adoptando el objetivo de la revolución socialista, después del derrocamiento del Zar, el partido de los bolcheviques afrontó a los burgueses reformadores que estaban en favor de la continuación de la guerra apoyando a la Entente, con los socialistas reformistas (mencheviques y otros) y los eserres que llamaban a subordinación de los soviets al gobierno burgués, incluso con una parte de los bolcheviques que apoyaban el dominio obrero en la revolución democrática burguesa.

La estrategia revolucionaria de los bolcheviques les permitió separarse de las alianzas imperialistas opuestas , de las fuerzas burguesas y oportunistas al interior y últimamente, en las condiciones de la situación revolucionaria que creó la guerra, liderar la victoriosa revolución socialista .

La victoria de los bolcheviques salvó el prestigio del movimiento socialista internacional y ofreció un plan político de salida de la guerra en favor de la clase obrera y de sus aliados. Despertó una tormenta revolucionaria en toda Europa. Una revolución socialista estalló en Finlandia (anteriormente parte del Imperio Zarista), así como en estados capitalistas derrotados (Alemania, Hungría). Fenómenos de ilegalización del poder capitalista y revueltas obreras aparecieron también en otros estados capitalistas como por ejemplo en Italia que era vencedora pero también desfavorecida por el reparto de la presa imperialista.

La formación de condiciones de situación revolucionaria no fue acompañada por una madurez ideológica y política correspondiente así como por la preparación organizativa del factor subjetivo. En la mayoría de los casos, los socialistas revolucionarios tardaron en separarse de las cúpulas reformistas de los partidos socialdemócratas (un poco antes o durante la culminación de la lucha de clases), algo que tuvo un papel decisivamente negativo en el resultado de las revoluciones. Los partidos socialdemócratas que ya apoyaban a su burguesía nacional ante sus antagonistas internacionales al final llegaron a alinearse con ella en la represión del movimiento obrero revolucionario, completando así su traición de clase al mismo tiempo en que la revelaban ampliamente.

Bajo el peso de los desarrollos anteriores, el proceso de fundación de Partidos Comunistas se completó y se estableció la Internacional Comunista (1919). Esta última enfocó a las elaboraciones teóricas de Lenin sobre el imperialismo, las tareas de los comunistas en período de guerra imperialista, sobre el carácter clasista del estado, sobre la necesidad de una revolución socialista que lleva a la conquista del poder obrero y al inicio de la construcción socialista bajo la dirección del Partido Comunista. Todo lo anterior fue resumido también en las 21 condiciones de inserción de un Partido en la Internacional Comunista que fueron votadas en su segundo congreso (1920).

El carácter del fascismo

Es imposible entender la lucha de clases y las contradicciones interimperialistas del periodo de entreguerra así como de la Segunda Guerra Mundial distanciadas de lo anteriormente dicho.

Justo después de la I Guerra Mundial, los estados capitalistas vencedores, controlando las colonias, zonas de influencia y mercados y también imponiendo indemnizaciones de guerra a los estados vencidos, conquistaron la cima del sistema imperialista y pudieron subordinar a sus antagonistas también económicamente. Además, haciendo uso de sus excesivas ganancias de la explotación de las colonias, pudieron asimilar a fuerzas populares y obreras y también corromper al movimiento obrero creando obstáculos en el deslumbre del joven poder soviético y en la acción de los Partidos Comunistas.

Al mismo momento, los estados capitalistas derrotados, así como todos aquellos que no quedaron con los beneficios esperados, estaban afrontando un peligro doble: por un lado los nuevos equilibrios interimperialistas obstruían su desarrollo capitalista; por otro lado el prestigio de Rusia Soviética y la acción de los Partidos Comunistas socavaban la estabilidad del poder capitalista. Su única solución sería salir hacia adelante a través de una revancha de guerra que permitiría la redivisión del mundo. De esta forma, el fascismo fue elegido como la forma política más apta para el poder capitalista a fin de conseguir dos objetivos vinculados: la represión del enemigo clasista interno y la preparación para afrontar a los estados capitalistas oponentes. 

Contra los argumentos permanentemente desorientadores de la propaganda capitalista, la particularidad del nazi-fascismo no tenía que ver con la suspensión del parlamentarismo burgués, algo característico de todas las dictaduras. De todas formas, el fascismo italiano y el nazismo alemán salieron de los parlamentos, asegurando el apoyo o el consentimiento de políticos burgueses. Tampoco la búsqueda de la expansión territorial y de la explotación de otros pueblos constituyó un característico particular del nazi-fascismo, puesto que los antagonismos de estados capitalistas para asegurar territorios, mercados y zonas de influencia son ingerentes del imperialismo, y en la época en que surgió el nazi- fascismo también los así llamados estados capitalistas democráticos estaban cargados con el peso de los crímenes de la colonización. Las teorías racistas que caracterizaron al nazismo, antes habían constituido el centro de la propaganda que justificaba la colonización en nombre de la civilización de los pueblos colonizados. 

La esencia particular del nazi-fascismo no reside ni en la represión del movimiento obrero popular y del movimiento comunista sin precedentes, que constituye un rasgo común de todas las formas políticas del poder capitalista, especialmente en periodos de guerra o de amenaza de guerra. De todas forma, durante todo el período en el que el nazi-fascismo apuntaba únicamente contra el enemigo interno, había sido aplaudido por apoyantes del parlamentarismo, como Winston Churchill.

Si algo fue particular en nazi-fascismo fue la alineación masiva y activa de fuerzas populares en los planes y los crímenes de la burguesía. Viene por dado que la alineación de fuerzas populares y el consenso de otras especialmente en el caso de la Alemania nazi floreció en el terreno cultivado por los saqueadores acuerdos de paz . En sociedades devastadas por la crisis económica capitalista y las indemnizaciones de guerra, por la miseria y el desempleo, los discursos burgueses sobre la gran idea se proyectaron como una salida. Al mismo tiempo, la” economía de guerra” aseguraba no solo las condiciones de éxito en la guerra que venía así como el terreno material necesario para la reformulación y la estabilización de las alianzas de la burguesía.

El recorrido hacia la guerra y las distintas estrategias burguesas

Las visiones del eje fascista fueron afrontadas de varias maneras. Una parte de fuerzas burguesas especialmente de Bretaña y de Francia resaltó la así llamada “política de apaciguamiento”, es decir buscar que las reivindicaciones territoriales del Eje apuntaran hacia el este, causando así un conflicto entre Alemania y la URSS. Esperaban que el debilitamiento mutuo de las partes oponentes les permitiría a continuación derrocar el poder soviético y restituir los equilibrios en el sistema imperialista.

De forma similar los ciclos burgueses estadounidenses inicialmente enfrentaron las perspectivas japonesas, intentando redirigirlas desde el Pacífico hacia los territorios Chinos y de la URSS. De todas formas, Japón había invadido desde el año 1931 los territorios de Manchuria y había creado el estado-títere de Manchukuo a las fronteras con la URSS.

Los apoyantes del “apaciguamiento” dominaron durante la década de los años 1930. Así, se puede interpretar la tolerancia de los así llamados gobiernos burgueses capitalistas democráticos a la agresividad del Eje (reconstitución del ejército alemán (Marzo de 1935) militarización de Renania (1935), acuerdo naval anglogermano (junio de 1935), invasión de Italia a Etiopía (octubre de 1935), declaración de África Oriental Italiana (mayo de 1936), política de “no intervención” a la Guerra Civil Española (1936-1939), anexación de Austria (marzo de 1938), acuerdo de Múnich entre Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia (septiembre de 1938), golpe de estado pro-nazi en Eslovaquia y conquista de Bohemia y Moravia por el ejército alemán (marzo de 1939)). Incluso cuando Alemania atacó Polonia (septiembre de 1939), Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra, que fue históricamente conocida como la guerra “de broma”, precisamente porque no hubo ningún conflicto militar. Al contrario, Gran Bretaña, Francia y los EEUU colaboraron con Alemania e Italia en el apoyo de Finlandia durante la guerra de invierno (octubre de 1939- marzo de 1940).

El estallido de la guerra alemán contra Dinamarca y Noruega (abril de 1940) y a continuación contra los Países Bajos (Bélgica, Holanda, Luxemburgo) y contra Francia (mayo de 1940) y también su conquista rápida construyeron un signo de fracaso y el canto del cisne de la política de apaciguamiento” que conllevó cambios a la gobernación de los así llamados estados democráticos capitalistas. De esta forma, Churchill se encontró al mando del gobierno británico, mientras el general De Gaulle denunciaba la formación del gobierno de Vichy y acudió a los territorios británicos para constituir un gobierno francés en exilio y continuar la batalla contra el Eje. En favor del conflicto bélico con el Eje finalmente se posicionó también el presidente de los EEUU, Franklin Roosevelt. De esta manera, gradualmente se formaron las precondiciones de una alianza con la URSS.

La perspectiva de los apoyadores del conflicto con el Eje fascista que apareció con variaciones en los EEUU, Gran Bretaña, Francia, así como en otros estados capitalistas no fue producto de una postura diferenciada entre el nazi-fascismo por razones ideológicas u otras razones de principios como se intentó proyectar después de la guerra. Tampoco expresaba una posición más tolerante ante la URSS, el movimiento obrero- popular y el movimiento comunista. Al contrario, fue el resultado del desmentimiento de la “política del apaciguamiento” y era orientada y limitada por la percepción de que un conflicto bélico con el Eje serviría mejor los intereses de sus burguesías.

Como había dicho característicamente Churchill, él seguía siendo anticomunista pero consideraba que los intereses británicos estaban perjudicados en aquel periodo más por las aspiraciones del Eje que por la URSS. En la posguerra, él mismo llamó a los EEUU a librar un ataque nuclear contra la URSS, mientras todos los estados capitalistas utilizaron cuadros del régimen nazi-fascista también en el conflicto global entre capitalismo y socialismo.

La política exterior soviética y la Internacional Comunista ante la guerra

La formación de la política exterior del primer estado socialista era exigente y compleja. Tenía que orientarse primordialmente por las necesidades de la lucha de clases internacional. Al mismo tiempo, tenía que tomar en cuenta otros parámetros, tal como la necesidad de desarrollo de algunas relaciones comerciales con estados capitalistas que asegurarían sobre todo la provisión de aparatos productores de herramientas y materias primas necesarias para la industrialización socialista, así como otros productos necesarios para la sobrevivencia de las fuerzas obreras-populares. Cubrir la necesidades anteriormente mencionadas era precondición para el desarrollo de la economía socialista y la estabilización del poder obrero. Bajo la misma orientación, la política exterior soviética intentaba evitar la guerra.

La URSS utilizaba las contradicciones interimperialistas e interburguesas para conseguir los objetivos anteriores. Inicialmente jerarquizó como enemigo principal al Eje y a las fuerzas políticas fascistas en cada país, dada la amenaza japonesa continua a las fronteras soviéticas del este, así como las posiciones antisoviéticas y los objetivos de Alemania nazi. De todas formas, después de la firma del acuerdo de Alemania y Japón contra la Internacional Comunista (1936) y a continuación la integración de Italia y de otros estados capitalistas, los objetivos declarados de derrocamiento del poder soviético y de represión de la acción del movimiento obrero-popular y del movimiento comunista se expresaron como posición central del Eje.

De esta manera, la política exterior Soviética intentó promover acuerdos con estados capitalistas afectados por las reivindicaciones del eje (acuerdo sobre él Oceano Pacífico (1933), acuerdo sobre la seguridad colectiva europea (1934), Tratado Francosoviético y entre la Unión Soviética y Checoslovaquia de asistencia mutua (1935), apoyo multifacético del gobierno español después del golpe de estado de Franco (1936) etc.) sin resultados significativos.

Para conseguir sus objetivos, la política exterior soviética que consideraba que el apoyo de la socialdemocracia en varias fases del periodo entreguerra era necesario. Sin embargo, esta última estaba ejerciendo presiones ideológicas y políticas a la Internacional Comunista directa o indirectamente, a través de Partidos Comunistas. A lo largo del tiempo, la distinción del fascismo de su matriz capitalista se convirtió en teoría e ideología, que conllevó cambios a la estrategia del Movimiento Comunista Internacional tal como estaba constituido bajo la forma de la Internacional Comunista.

Mientras que el 6o Congreso de la Internacional Comunista (1928) evaluó la guerra venidera como resultado de los antagonismos interimperialistas y la conectó con el estallido de una nueva ronda de revoluciones socialistas, el 7o Congreso (1935) le dio al nazi-fascismo el papel del instigador básico de la encrucijada antisoviética y de la guerra imperialista. Sin embargo, de esta forma desconectó la guerra de las contradicciones interimperialistas así como de las responsabilidades de los así llamados gobiernos democráticos de los estados capitalistas. Sobre la misma, la reivindicación primordial de la época no fue elegir entre la democracia burguesa y la democracia socialista, sino elegir entre la democracia burguesa y el fascismo.

Esto tuvo como resultado que las nuevas direcciones de la Internacional Comunista incluyeran la colaboración generalizada de los Partidos Comunistas con fuerzas socialdemócratas y otras fuerzas burguesas, incluso a nivel gubernamental. De esta forma se hicieron aparte las conclusiones sobre el papel de la socialdemocracia en la I Guerra Mundial. Mucho más, se aprobó una posible fusión de los Partidos Comunistas con los partidos socialdemócratas. Además, se promovió la participación de Partidos Comunistas en gobiernos burgueses que se consideraron formas transitorias de acercamiento y de transición al socialismo.

Aunque las direcciones anteriores fueran comunes para todos los Partidos Comunistas, la constitución de los Frentes Populares, es decir la colaboración de Partidos Comunistas con las socialdemocracia y otros partidos burgueses y su elección a gobiernos se consiguió sólo en Francia y España donde las contradicciones interbuguesas sobre las alianzas internacionales del estado capitalista se habían agudizado mucho. Su constitución expresaba prácticamente la voluntad de una parte de fuerzas burguesas a chocar con las opciones del Aje y de asimilar a los comunistas y al movimiento obrero-popular para dominar en el antagonismo interburgués.

Los gobiernos de los Frentes Populares no consiguieron sus objetivos. Como se esperaba, no pudieron abrir el camino hacia el socialismo. Tampoco constituyeron un obstáculo eficaz en la ascensión de fuerzas burguesas fascistas a la gestión gubernamental de estos precisos estados capitalistas.

En el caso de España, al momento en que un posible apoyo del gobierno electo se socavaba por la “política del apaciguamiento” de Gran Bretaña y de Francia, las fuerzas burguesas que se posicionaron contra el Eje negociaron con Franco o huyeron al extranjero.

Por otro lado, la participación del PC de Francia al gobierno no pudo modificar la política exterior e imponer el apoyo al gobierno del Frente Popular en España. Todo lo contrario, el gobierno burgués negó entregar las reservas españolas en oro y cerró las fronteras con España. El hecho de que fue el mismo parlamento que votó el gobierno del Frente Popular y que ilegalizó al PC de Francia (por una ley prevista para afrontar las organizaciones fascistas), y después del ataque alemán victorioso reconoció las fuerzas de ocupación y el gobierno de Vichy es característico,

El pacto de no agresión y la adaptación de la Internacional Comunista

Mientras tanto, la URSS, ante el fracaso de la formación de una coalición contra Hitler y la invasión japonesa del territorio de Mongolia, intentó ganar tiempo firmando un Pacto de no agresión con Alemania (Ribbentrop-Molotov, agosto de 1939). Por los mismos motivos, más tarde firmó un pacto de neutralidad con Japón. Con el pacto Ribbentrop-Molotov aseguró 21 meses, especialmente valiosos para sus preparativos para la guerra. Durante este tiempo pudo aumentar significativamente las fuerzas militares que podía desplegar y garantizar su abastecimiento y equipamiento con nuevos medios.

Las necesidades de la defensa soviética se tradujeron también en una nueva orientación de la Internacional Comunista. Pocos días después de la declaración de la «guerra de broma» (septiembre de 1939), la Internacional Comunista modificó sus posiciones y directrices a los Partidos Comunistas. Responsabilizó a las dos alianzas imperialistas por la guerra y consideró obsoleta la distinción entre estados capitalistas democráticos y fascistas. Aunque estas posiciones eran correctas, reciclaron la adaptación de las decisiones de la Internacional Comunista a las exigencias de la política exterior soviética.

Guerra y reordenamiento de alianzas

El ataque alemán contra la URSS (junio de 1941) y la entrada de Estados Unidos en la guerra tras el ataque de Japón contra Pearl Harbor (diciembre de 1941) crearon nuevas condiciones. Desde el primer día de la ofensiva alemana, Gran Bretaña, que quedó sin aliados en Europa y sufría los ataques alemanes por aire y mar, expresó su intención de cooperar con la URSS. En agosto de 1941, Churchill y Roosevelt enviaron un mensaje conjunto a Stalin, y en octubre el Congreso de EEUU incluyó la URSS en el Programa de Préstamo y Arriendo, allanando el camino para el fortalecimiento del Ejército Rojo.

La nueva situación volvió a influir en el cambio de posiciones de la Internacional Comunista. El secretario de su Comité Ejecutivo, Georgi Dimitrov, argumentó que el ataque nazi contra la URSS había cambiado el carácter de la guerra y que todo lo que contribuía a acelerar el aplastamiento del fascismo ahora obtenía gran importancia. Por esta razón, llamó a los comunistas a no fijar el objetivo de la revolución socialista, sino a encabezar los movimientos de liberación nacional, formando alianzas con quienes deseaban luchar contra el Eje.

Sin embargo, al igual que la I Guerra Mundial, la II Guerra Mundial fue la continuación y la conclusión inevitable de los antagonismos interimperialistas. Fue también una guerra imperialista y, por tanto, tan injusta como la anterior. Tanto por parte del Eje, que intentaba repartir de nuevo al mundo, como por parte de los llamados gobiernos democráticos de los estados capitalistas, que querían mantener su posición hegemónica en el sistema imperialista.

El único factor nuevo y con contraria orientación de clase en el conflicto imperialista fue el poder socialista soviético. Para la URSS, la guerra era justa, era una batalla en defensa del poder obrero, que servía de apoyo, fuente de inspiración y faro de esperanza para la clase obrera mundial. El pueblo soviético hizo sacrificios sin precedentes en esta titánica batalla, precisamente porque al luchar por la patria socialista estaba defendiendo el primer Estado obrero y las relaciones socialistas de producción que se estaban estableciendo entonces, todo lo que había contribuido al desarrollo de la producción socialista con el objetivo del bienestar social. La contribución de las relaciones socialistas a la plena expansión de las fuerzas productivas se reflejó también en la capacidad militar del Ejército Rojo.

La guerra también fue justa por parte de los movimientos de liberación nacional, de los cuales los Partidos Comunistas fueron guía y corazón. Su lucha era necesaria para la defensa de los intereses obreros-populares en un período de guerra imperialista y, al mismo tiempo, constituyó una escuela donde las masas obreras-populares aprendieron a organizarse y a luchar con el arma en la mano. Fue también una lucha necesaria desde el punto de vista internacionalista para fortalecer la lucha del pueblo soviético y del Ejército Rojo.

Sin embargo, todo lo anterior no cambiaba el carácter de la guerra en su conjunto. Los estados capitalistas que luchaban contra el Eje continuaron librando una guerra injusta en nombre de las potencias de la explotación de clase. Además, durante la guerra no dejaron de buscar el debilitamiento tanto de Alemania como de la URSS y de crear focos de socavamiento de la construcción socialista de posguerra. Asimismo, durante mucho tiempo evitaron abrir un segundo frente en Europa, como exigía la dirección soviética. De hecho, EEUU y Gran Bretaña querían apoyar materialmente a la URSS para que desgastara a las Potencias del Eje.

Por supuesto, la URSS se benefició del enfrentamiento entre el Eje y otros Estados capitalistas. No tanto porque recibió un apoyo material decisivo, necesario para hacer frente a las exigencias de la guerra, sino porque las contradicciones interimperialistas favorecieron también los objetivos soviéticos. Por ejemplo, el conflicto entre EEUU y Japón por el control del Pacífico impidió a Japón atacar la frontera oriental soviética, lo que permitió el traslado de fuerzas críticas del Ejército Rojo al frente oriental europeo.

Sin embargo, las necesidades y prioridades en la política exterior de la URSS, así como la necesaria participación de los comunistas en la lucha de liberación nacional en su país, no justificaron el abandono por parte de los PPCC del objetivo de derrocar el poder capitalista. Tampoco la necesaria lucha contra las Autoridades de Ocupación y sus colaboradores, y una cierta coexistencia de comunistas y fuerzas burguesas en esta lucha anuló la lucha de clases en los países ocupados. Al contrario, en algunos casos, como en Grecia, la participación masiva de la clase obrera y de sus aliados en la lucha de liberación nacional, combinada con el desprestigio simultáneo de las fuerzas burguesas, creó las condiciones de situación revolucionaria y la reivindicación del poder obrero revolucionario en el período de la derrota de las potencias del Eje.

En general, en todos los países, las fuerzas políticas burguesas antifascistas se habían debilitado porque, o bien se abstuvieron de la resistencia, o bien organizaron pequeños grupos de resistencia compuestos por antiguos cuadros del ejército y otros mecanismos represivos del estado, con el objetivo de recabar información y llevar a cabo sabotajes. Se oponían a la movilización masiva de las fuerzas obreras-populares precisamente porque en el futuro esta última podría dirigirse contra el poder capitalista nacional. Sólo después del desarrollo de los ejércitos guerrilleros dirigidos por los Partidos Comunistas se planteó como contrapeso una relativa expansión de las organizaciones burguesas. Además, organizaciones burguesas antifascistas no dudaron en cooperar con fuerzas burguesas que colaboraron con el Eje en varios países (Yugoslavia, Grecia, Albania) cuando la culminación de la resistencia comunista y la inminente derrota de las fuerzas de ocupación pusieron en peligro el futuro del poder capitalista.

Todo lo anterior demuestra que las fuerzas burguesas que se opusieron al nazismo actuaron pensando en sus intereses no sólo inmediatos, sino también de largo plazo. Desafortunadamente, los PPCC no hicieron lo mismo, en un momento en que la lucha de clases se agudizaba objetivamente y estaba en juego la cuestión de qué clase prevalecería sobre la otra.

Un viraje en el desenlace de la guerra

Cuando las victorias del Ejército Rojo y de los ejércitos partisanos derrumbaron el equilibrio de fuerzas en los campos de batalla y desestabilizaron las administraciones de ocupación, la actitud de las fuerzas burguesas cambió también. El desembarco de las fuerzas británico-estadounidenses en Sicilia tuvo lugar después de la victoria del Ejército Rojo en Stalingrado (febrero de 1943), que marcó un importante viraje en el desenlace de la guerra imperialista, mientras se libraba la batalla de Kursk (julio de 1943).

Siguió el cambio de la posición de las fuerzas burguesas en Italia, la destitución de Mussolini por el Gran Consejo Fascista, el nombramiento del mariscal Badoglio por el rey italiano y, por último, la capitulación de Italia, que desencadenó la intervención alemana en el norte de Italia. Sin embargo, ahora estaba claro que la balanza de la guerra se inclinaba finalmente en contra del Eje.

Así, todos orientaron su acción con la vista puesta en la correlación de fuerzas de posguerra. En estas condiciones, la lógica y la línea de la decisión de autodisolución de la Internacional Comunista (marzo de 1943) no promovió la lucha obrera-popular contra el fascismo vinculada con la lucha contra el poder capitalista que generó el fascismo. No orientó a los PPCC a preparar su ofensiva en condiciones de crisis del poder capitalista bajo forma fascista u otra forma política y mientras crecía su influencia gracias a su lucha pionera y a sus sacrificios, así como el prestigio de la URSS. En consecuencia, en las condiciones de situación revolucionaria creadas por la guerra, no fue posible romper otros eslabones de la cadena imperialista.

Por supuesto, en el marco de la coalición contra Hitler, la URSS intentó promover decisiones favorables para sí misma y para los comunistas, sobre todo de los países vecinos. Sin embargo, el resultado del sogatira entre la URSS y los planes contrarios de los Estados capitalistas dependía también del progreso de las operaciones militares y de la correlación de fuerzas de clase al interior de los países ocupados.

En el marco de las negociaciones, la URSS intentó asegurar unas condiciones que impidieran nuevas intervenciones imperialistas en su contra. Trató de asegurarse un entorno amistoso para que sus estados vecinos no se convirtieran en una cabeza de puente antisoviética. Su liberación por las fuerzas del Ejército Rojo, con la mayor o menor contribución de los Partidos Comunistas nacionales, ayudó a formar gobiernos favorables en la posguerra. Además, la presencia del Ejército Rojo fue un poderoso factor de fortalecimiento del movimiento obrero-popular nacional, ya que los antiguos colaboradores de los nazis fueron castigados, despojados de sus bienes y expulsados del aparato estatal.

Sin embargo, lo anterior se combinó con la coexistencia de los comunistas con los socialdemócratas y otras fuerzas burguesas antifascistas en los gobiernos de posguerra , lo que impidió que se vieran afectadas las bases materiales del poder capitalista, la propiedad privada de los medios de producción. Este hecho tuvo un impacto particularmente negativo en el desarrollo de la lucha de clases en estos países y en su relación con la URSS.

Los Estados capitalistas de la coalición contra Hitler también intentaron explotar el papel de sus ejércitos en la liberación de otros países para consolidar el poder capitalista. Sus intenciones se vieron facilitadas por la estrategia de los Partidos Comunistas, ya que estos participaron en los gobiernos de unidad nacional de posguerra, creyendo que abrían posibilidades para una transición pacífica al socialismo. En la práctica, los comunistas permanecieron en el gobierno gracias a su alto prestigio entre las masas obreras- populares mientras no se había consolidado el poder capitalista en cada país. Cuando los poderes burgueses superaron el escollo de las sacudidas de la guerra imperialista, los comunistas fueron expulsados.

El argumento de que era imposible que los PPCC adoptaran una posición diferente, ya que la correlación de fuerzas estaba predeterminada en cada país y que dominaban las fuerzas de EEUU y Gran Bretaña, es derrotista. No toma en cuenta la fuerza de la lucha de clases y la acción revolucionaria coordinada de los Partidos Comunistas a nivel paneuropeo.

El argumento de que la participación de los Partidos Comunistas en los gobiernos impidió la agresión imperialista contra la URSS es igualmente engañoso. No sólo porque los Partidos Comunistas no podían influir la política exterior de los estados capitalistas, sino sobre todo porque sería el derrocamiento del poder capitalista en más países lo que habría podido fortalecer decisivamente la URSS en su enfrentamiento con el imperialismo internacional. Así lo demuestra también el desarrollo de la revolución en China, que, al derrocar el poder capitalista, creó mejores condiciones para la frontera oriental soviética.

Conclusiones

El estudio profundo del curso histórico del movimiento obrero y comunista no pretende aprovecharse del privilegio de la distancia histórica y del conocimiento de lo que históricamente sucedió para estigmatizar debilidades pasadas o decisiones equivocadas. Al contrario, está motivado por la necesidad de que su experiencia, adquirida con sacrificios y sangre, alimente conclusiones útiles para la lucha de clases de hoy, en un momento en que se ciernen las nubes de las guerras imperialistas. Con esta orientación también señalamos brevemente lo siguiente:

  1. Toda la historia del siglo XX y el período de la II Guerra Mundial destacan la estrecha conexión entre la guerra imperialista y la revolución socialista. Las convulsiones enormes que la guerra lleva a la estabilidad del poder capitalista crean las condiciones objetivas para su derrocamiento, convirtiendo la guerra en el gran catalizador de la revolución socialista, siempre que la acción de los Partidos Comunistas esté orientada hacia una estrategia revolucionaria. Precisamente por ello, es primordial que la acción de un Partido Comunista apunte a la lucha planificada, organizada y consciente por la conquista del poder en condiciones de guerra imperialista.
  2. La actitud del partido de la clase obrera ante la guerra imperialista no determina sólo el éxito o el fracaso de la revolución socialista, dado que no es necesario que se creen las condiciones de situación revolucionaria desde el principio y en todos los países. Ella determina sobre todo el futuro del propio Partido y de la lucha de clases a nivel internacional. Por lo tanto, la actitud de los Partidos Comunistas en una futura guerra imperialista generalizada conducirá al reagrupamiento decisivo del Movimiento Comunista Internacional o agudizará su crisis.
  3. A pesar de su heroica lucha durante la II Guerra Mundial, los Partidos Comunistas no pudieron elaborar una estrategia revolucionaria para salir de la guerra. Su participación en los frentes antifascistas y los gobiernos de posguerra junto a las fuerzas socialdemócratas y otras fuerzas burguesas fue un factor inhibidor, como lo fue la ideologización de la alianza de la URSS con estados capitalistas, no sólo para la confrontación militar con el Eje, sino también para la definición del orden internacional de posguerra. Esto impidió el estallido y la victoria de revoluciones socialistas en condiciones de sacudida del poder capitalista. Al mismo tiempo, contribuyó al alejamiento general de los Partidos Comunistas de los estados capitalistas de la estrategia revolucionaria.
  4. Los Partidos Comunistas solo pueden explotar el espacio vital creado por las contradicciones interburguesas e interimperialistas para desarrollar su acción cuando son claramente conscientes de la identidad común, antiobrera-antipopular, de todos los sectores burgueses y alianzas imperialistas y no se distraen del objetivo del derrocamiento revolucionario del poder capitalista. De lo contrario, reciclan y retroalimentan la división de la clase obrera y sus aliados en campos burgueses e imperialistas opuestos.